jueves, 4 de abril de 2013

MAQUINA DE ANTIKYTHERA






Uno de los OOPARTs (Objetos ajenos a su época) más recurrentes es con toda seguridad la conocida como máquina de Antikythera, en recuerdo del lugar en el que fue hallado a principios del siglo XX, la isla de Antikythera, situada entre la peninsula del Peloponeso y la isla de Creta. Ciertamente un objeto real (puede verse actualmente en el Museo de Arqueologia de Atenas), totalmente inexplicable si tenemos en cuenta los conocimientos y la técnologia necesarios para su fabricación, totalmente imposibles para su tiempo (el año 86 aC). Un analisis en profundidad del mismo nos pone tras la “pista egipcia” de su origen.



LOS HECHOS

Ciencia mapAntikythera es una pequeña isla situada en el Mar Egeo, entre la península del Peloponeso y Creta, y no muy lejos de la isla de Santorín. En esa zona del Mediterráneo oriental, hace más de un siglo, en el mes de marzo del año 1900, unos pescadores  de esponjas griegos de la isla de Syme, hallaron los restos de un naufragio que debió de haberse producido muchos siglos atrás. Anforas, objetos de marmol y… lo que parecían los restos de un objeto mecánico, algunos de cuyos componentes recordaban las ruedas dentadas. Se iniciaba así la historia de lo que algunos investigadores han calificado como el primer gran descubrimiento en el campo de la arqueología submarina.

Por la zona en que se encontró -exactamente a 35º 52’ 30 “ de latitud Norte y 23º 18’ 35” longitud Este, a 40 metros de profundidad- el hallazgo se produjo casi por casualidad, ya que las rutas marítimas que utilizaban los pescadores pasaba cerca de las costas de Citeres, algo más al norte. Fue un breve temporal lo que desvió a los pescadores hasta la bahía de Pinakakia, en Antikythera. El capitán, Demetrio Condos decidió entonces buscar refugio en el puerto de Potamos, al norte de Antikythera, protegido por el cabo Glyphalda, en donde halló aguas relativamente tranquilas. Durante varios días estuvo la embarcación amarrada a ese puerto pues la tempestad no amainaba. Para tener ocupada a su tripulación, el capitán decidió que sus buzos se  sumergieran en busca de esponjas, en una zona cercana al cabo Glyphalda, en la citada bahía de Pinankakia. Fue en esta zona en donde Elías Stadiatis, uno de los buzos que integraban la tripulación, quizás el más veterano de ellos, descubrió los restos de un naufragio: restos de un barco antiguo, estatuas, ánforas etc.  No pudiendo creer lo que le contaba ese hombre, fue el propio capitán el que, colocándose el traje y la escafandra decidió sumergirse para confirmar el hallazgo. A los pocos minutos, subía de nuevo a la superficie llevando lo que parecía una mano de metal. En efecto, había encontrado los restos del naufragio de una antigua galera romana, que llevaría hundida casi dos mil años.

Antes de dar parte de su hallazgo a las autoridades, Condos y sus hombres, sacaron del mar todo lo que pudieron para posteriormente venderlo en el mercado negro de antigüedades muy floreciente en la zona . Posteriormente  Demetrio Condos, de común acuerdo con los hermanos Lyndiakos, propietarios de la embarcación, decidieron dar parte de su hallazgo. Intervino la marina griega que durante nueve meses (desde finales de noviembre de 1900 hasta septiembre de 1901) realizó los trabajos de recuperación de los restos del navío hundido y cuantas antigüedades pudieron ser halladas, quedaron depositadas en el Museo Nacional de Atenas. La zona no volvería a ser explorada hasta 1953 cuando  Jacques Cousteau se interesó por el asunto.

No fue hasta una año después de haber finalizado los trabajos de recuperación cuando, el 17 de mayo de 1902, un arqueólogo del Museo Nacional de Atenas, Valerio Stais, dedicado a la tarea de clasificar los restos del naufragio, entre los que se consideraban los restos de una estatua que habían sido apartados para intentar su posterior reconstrucción, descubrió una pieza de bronce corroído por el óxido y que hasta entonces se hallaba recubierto por una sustancia calcárea que, al partirse en dos, dejó al descubierto lo que parecía un engranaje que recordaba una pieza de relojería. Parecía un complejo mecanismo cuyo uso no alcanzaba averiguar. Sorprendido, decidió observar en detalle el raro objeto y pudo comprobar la existencia de unas señales que  parecían signos zodiacales. Por otro lado, las inscripciones mejor conservadas correspondían a un parapegma o calendario muy parecidos al de Geminos de Rodas, del año 77 aC. Quedaba pues claro que estaba ante los restos de algún mecanismo cuya finalidad era el cálculo del tiempo. En otras palabras: un reloj mecánico.

Antikythera mechanism

En principio la pieza estaba totalmente fuera de tiempo pues el naufragio del que procedía se produjo en el año 83 aC y en esa época no existía algo parecido a un moderno reloj o a algún tipo de calculador astronómico. En efecto, la civilización grecoromana de la época empleaba, según todos los historiadores, el reloj de arena o el cuadrante solar. Desde luego, nunca se había tenido noticia de maquinaria de tipo alguno que emplease ruedas dentadas para la medición del tiempo. Y no había error en cuanto a la datación de los restos del naufragio: hacia el siglo I AC. Posteriormente, el epigrafista B.D. Merrit que examinó las extrañas piezas, dictaminó que  la forma de las letras que figuraban en las mismas correspondían sin duda a esa época.

Stais decidió comunicar su hallazgo y el mismo fue tomado con escepticismo, cuando no con burla por la comunidad académica. La evidencia histórica acumulada demostraba sin lugar a dudas que no era posible la existencia de un mecanismo como ese hace dos mil años. Así pues, la única explicación posible era que, de alguna forma desconocida, un reloj mucho más moderno hubiera sido arrojado al mar en fechas más recientes yendo a caer entre los restos del naufragio. Esa y no otra debía ser la explicación al extraño hallazgo.

Durante cincuenta años, como ocurre con demasiada frecuencia, el objeto quedó abandonado en los sótanos del Museo Nacional de Atenas.

UNA MAQUINA COMPLEJA

No fue hasta 1951 cuando Dereck De Solla Price, profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad de Yale, se interesó de nuevo por el tema y  viajó hasta Atenas en donde pudo reiniciar los estudios sobre el extraño artefacto. De Solla Price, con la ayuda del epigrafista griego Jorge Stamires, revisó una serie de piezas, algunas de la cuales habían sido cuidadosamente limpiadas por los técnicos del museo y  bien conservadas, lo que facilitaba su estudio, pero otras, sin embargo estaban en un estado penoso. En 1959 el resultado de estas investigaciones fue publicado en la revista Scientific American en un artículo titulado “An Ancient Greek computer” y en el mismo quedaba claro que la máquina de Antikythera era una verdadera calculadora. Quizás a lo que más se parecía aquel aparato era a una especie de reloj astronómico dado que moviendo las ruedas dentadas se puede obtener información acerca a las fases de la Luna y la posición del Sol y los planetas. De Solla descubrió no menos de treinta engranajes distintos.

Antikythera2El aparato originariamente tendría unas dimensiones de 32x16x8 cm, con dos cuadrantes, uno delante y otro detrás. En la parte delantera se podían observar dos círculos, uno fijo en el que se hallaban grabados los signos del zodiaco y otro móvil que vendría a representar los meses del año. Una aguja indicaba la posición del Sol. Otra aguja indicaba  unas letras grabadas sobre una placa que indicaban la salida y la puesta de las constelaciones  y de las estrellas más visibles de nuestro firmamento. Un gran eje que atraviesa el aparato sostiene una gran rueda dentada que, asimismo, da movimiento a otros engranajes más pequeños.

Así pues, el mecanismo de Antikythera es un conjunto de engranajes perfectamente diferenciados  y calibrados, configurados  para producir posiciones solares y lunares en la sincronización con el año civil o administrativo. Rotando un eje que sobresalía de la caja de madera,  ahora desintegrada,  en la que se hallaba contenido, se podía conocer las progresiones de los meses lunares y sinódicos y se podía predecir el movimiento de cuerpos celestes sin importar el calendario utilizado por el gobierno local.

De Solla llegó a la conclusión de que el reloj había sido puesto en hora por última vez en el año 86 AC, lo que se desprende de la posición relativa de los cuadrantes solares. Así pues, es lógico concluir que la máquina habría sido construida aproximadamente en esa fecha. Es curioso porque, como señalan algunos autores, ese año fue especialmente interesante desde un punto de vista astronómico: hubo una conjunción en Géminis de Mercurio con Venus, otra de Venus y Júpiter y una de Júpiter y Saturno, estas dos últimas en Cáncer, otra del Sol y Mercurio y una de Venus y Marte.

Scientific americanEn 1971, el Dr. Karakaos, con el apoyo de la comisión griega para la energía atómica y siguiendo las recomendaciones que en su día hiciera el profesor De Solla, procedió a radiografiar los diversos fragmentos con el fin de apreciar mejor su forma y diseño. Gracias a este trabajo se pudo ver como los engranajes se habían conservado en buen estado. En el ámbito de esta nueva investigación, salieron a la luz nuevos fragmentos que no habían sido considerados inicialmente. Uno de ellos resultó ser de vital importancia ya que la radiografía del mismo demostró que tenía 63 dientes y gracias al cual se ha podido reconstruir el resto de los engranajes.

Y si sorprendente es el diseño y el uso que puede darse a ese complejo calculador astronómico, no menos sorprendente es la técnica empleada en su construcción. La máquina fue troquelada en una sola y única pieza de bronce de unos dos milímetros de espesor. Todos los dientes de las ruedas están modelados en un ángulo de 60º, haciendo posible que las diversas ruedas se acoplen unas a otras. Además, la máquina en cuestión fue reparada en no menos de dos ocasiones, incluyendo la soldadura de uno de los dientes, que habría sido sustituido por otro. Lo realmente impresionante es que para construir unas piezas dentadas de tal exactitud parece necesaria la intervención de máquinas y herramientas de alta precisión.

A esto hay que añadir que nadie sabe a ciencia cierta dónde y en qué momento se inventaron los engranajes. Los registros más antiguos de posibles diseños proceden de China, Turquía y Grecia. Sin embargo, son referencias literarias y mitológicas que inducen al experto a pensar que en determinadas máquinas de guerra se empleó algún tipo de engranaje, aunque tampoco hay que descartar el uso de poleas, con lo que se obtendría el mismo fin. La situación se complica si tenemos en cuenta que posiblemente los primeros engranajes fueron construidos de madera, con lo que el paso del tiempo habría borrado todo rastro de los mismos. En definitiva, que una cosa son suposiciones razonables acerca de la existencia de esos engranajes, deducidos de crónicas más o menos rigurosas, y otra muy distintas, el haber encontrado restos arqueológicos de tales piezas. Así pues, podemos afirmar que la máquina de Antikythera, con sus 32 engranajes arreglados en un complejo tren diferencial,  es con toda probabilidad el mecanismo complejo más antiguo del que se tiene noticias.

El antecedente más próximo de este mecanismo seria el astrolabio, que era un instrumento utilizado para medir la posición de los astros. Estaba formado por un círculo, dividido en grados con un brazo móvil montado en el centro de tal forma que cuando el punto cero del círculo se orienta con el horizonte, la altura de cualquier objeto celeste se puede medir observando el brazo.

Antikythera completEl primer astrónomo que utilizó el astrolabio fue el griego Hiparco de Nicea, si bien el origen de este invento hay que buscarlo en la antigua Alejandria y eso nos pondría sobre la “pista egipcia” de la máquina de Antikythera, pista que, como veremos más adelante, se repite. Este tipo de mecanismos desaparecieron de la historia sin dejar rastro y no sería hasta el  siglo XVI, poco antes de que se inventara el telescopio, que el astrónomo danés Tycho Brahe construiría nuevamente un astrolabio de tres metros de radio. Hasta ser sustituidos por los sextantes, en el siglo XVIII, los astrolabios fueron los instrumentos fundamentales que utilizaron los navegantes.

Como afirmó De Solla Price en 1959 en el artículo de Scientific American antes citado

“Es alarmante saber que poco antes del ocaso de la civilización helena, los griegos se habían acercado tanto a nuestra civilización no sólo en cuanto al pensamiento, sino también en lo que a tecnología se refiere”.

Para construir una máquina de las características de la de Antykithera cuya finalidad clara era la medición de ciclos astronómicos es necesario tener unos sólidos conocimientos de astronomía, geometría y matemáticas. En efecto, dicha máquina se basa en relaciones fijas de días (ciclos) que vienen representadas por las relaciones de los dientes del engranaje. Lo primero que hay que hacer es conocer el número de ciclos  necesarios para obtener un número exacto de días. Así por ejemplo, un ciclo de un año viene representado con 365 días. Es esa relación días-ciclo trasladada al engranaje de una máquina al que nos referimos. Y eso no es una tarea fácil. Así, por ejemplo el año trópico que consta de 365,2422 días solares precisa de 1.826.211 días  (5000 años trópicos) para tener una cifra exacta de días. El año sideral, que consta de 365,2564 días precisa de 913.141 días (2.500 años).

Los griegos empleaban un calendario basado en el llamado Ciclo de Meton en el que 19 años trópicos (6.939,602 días)  correspondían a 235 meses lunares que a su vez son 6.939,688 días, cuya diferencia es de tan sólo 2 horas de más (la diferencia entre las tres últimas cifras decimales, representan esas dos horas). Como puede verse, ninguno de esos dos ciclos representa un número exacto de días, lo que indica que los griegos todavía tenían un largo camino por recorrer en el terreno de la Astronomía y las Matemáticas.

Antikythera reconstruida 4Los egipcios, por su parte, solucionaron el problema de manera sencilla. El año sotiaco que empleaban constaba de 365,2507 días y lo cierto es que se trata de un ciclo ideal para la construcción de calculadores astronómicos pues con tan solo 4 de estos años (ciclos) conseguimos un número exacto de días: 1.461. Pese a la aparente complejidad basada en los ciclos de la Luna el Sol y Sirio, lo cierto es que nos conduce a un resultado más simple y, sobre todo, más “manejable” a la hora de realizar cálculos astronómicos.

Estos 1.461 días representan 49,474 meses lunares sinídicos. Para conseguir un número exacto de días, meses y años simultáneamente, precisaríamos de un ciclo 19 veces mayor  y con ello obtendríamos 27.759 días, 940 meses lunares y 76 años sotiacos: las tres, tres cifras exactas. Este “superciclo sotiaco” es, precisamente, en el que se basa la máquina de Antikythera lo que de forma irremediable nos obliga a relacionar su origen con los conocimientos de los antiguos egipcios. Una sorpresa más.

En definitiva, estamos ante una  máquina de gran complejidad cuyo fin debía ser el cálculo astronómico y que había requerido de grandes conocimientos astronómicos, matemáticos y técnicos para su construcción y correcto funcionamiento, conocimientos que, en principio, los historiadores vienen negando a la ciencia de aquella época.

INQUIETANTES CONCLUSIONES

Llegados a este punto, la pregunta que se hace el investigador es doble :

1.- ¿Tenían los antiguos griegos conocimientos científicos suficientes para diseñar una máquina compleja como ésta? La respuesta es SÍ. Parece ser que las bases del conocimiento científico de la época, pese a que en tiempos posteriores se viviera un notable retroceso que llegaría hasta el Renacimiento, permitirían el diseño de una máquina como ésta.

2.- ¿Tenían los antiguos griegos el desarrollo tecnológico necesario para la construcción de la máquina de Antikythera? Ahí la respuesta ya no es tan contundente. En principio, y hasta donde nosotros sabemos, hay que decir que NO tenían la tecnología suficiente para la construcción de máquinas de tal complejidad, o, al menos, esa tecnología no estaba al alcance de todos, ni siquiera del poder establecido. Sólo así se explica que la tecnología necesaria para el desarrollo de máquinas tan complejas como la que nos ocupa no fuera utilizado para fines militares, que es para lo que la humanidad ha utilizado siempre los avances tecnológicos. O si se quiere decir de otro modo, la tecnología sólo ha avanzado cuando se han visto en ella aplicaciones militares más o menos directas.

Y pese a todo, la máquina se fabrico y sus restos están ahí. ¿Cómo es eso posible? Creemos que este hallazgo no hay que analizarlo como algo aislado, sino en el contexto de otras anomalías o, como algunos investigadores gustan de llamar, junto a otros “objetos ajenos a su época”.

Lo cierto es que la máquina de Antikythera, pese a lo que pueda pensarse, no es un objeto aislado. Hay otros, en otros lugares y en otras civilizaciones: como las llamada Bateria de Bagdad (datada alrededor del 240 AC) o como la Lente de Layard (sobre el 700 AC) o como las inexplicables perforaciones de la Pirámide de Sahure en Abussir (Egipto) cuya antigüedad se estima en unos 4300 años y que sólo pudieron realizarse mediante el empleo de máquinas homologables con nuestros modernos taladros pero cuyas puntas deberían tener una dureza imposible para la época…Antikkythera reconstruida 5

Lo que si es cierto es que la máquina de Antikythera existe y que no solamente alguien la fabricó, sino que alguien tenía en el 83 AC conocimientos suficientes para usarla. La hipótesis que puede plantearse a la vista de estos hechos es que nuestros antiguos antepasados estaban en posesión de conocimientos y tecnologías, totalmente fuera del contexto de la época. Que esos conocimientos estaban en manos de una minoría, probablemente alguna casta de sacerdotes puesto que los restos arqueológicos hallados son muy poco numerosos. Que esos conocimientos se debieron transmitir de forma oral al no haberse hallado textos que hagan referencia, expliquen o desarrollen esos conocimientos y que su acceso debió ser muy minoritario, incluso vedado al poder político y militar dado que su aplicación práctica no llegó a todos los estratos de la sociedad ni se empleó con fines bélicos, al menos de forma generalizada.

Nos inclinamos a pensar que, posiblemente,  ese conocimiento fuera exógeno dado que no tiene lógica alguna que  se tenga un conocimiento tan avanzado en unos campos concreto  de la ciencia (matemáticas, astronomía, metalurgia etc.) y, en cambio, se siga en un estadio absolutamente primitivo en otros ámbitos del conocimiento (química, medicina etc.).  Por otro lado, hoy sabemos que el avance de la ciencia precisa del trabajo en equipo y que ese avance sólo es posible con un paralelo avance social y económico que permite generar un excedente que libera a algunos individuos de esa sociedad del trabajo productivo y les permite dedicarse al estudio y la investigación. Una vez ese avance se ha producido es cuestión de tiempo que impregne a la sociedad que lo ha hecho posible y que, en mayor o menor grado, se transforme en objetos cotidianos, útiles para mejorar la producción de bienes, mejorar el nivel de vida o aplicarlo a fines militares. Ninguna de esas circunstancias se dio en la época en la que se incardina la máquina de Antikythera.

En esas circunstancias algunos investigadores han planteado la hipótesis de que este conocimiento habría sido “heredado” y transmitido de forma casi secreta entre unos pocos elegidos que estaban en posesión de un conocimiento superior que les habría permitido el diseño y fabricación de objetos como el que nos ocupa.

Conocimiento heredado, pero heredado ¿de quien? Esa es una pregunta que hoy por hoy no tiene respuesta y sobre la que solamente se puede especular : o bien aceptamos la hipótesis de una civilización seminal, tecnológicamente muy avanzada, que existió en los albores de la historia y que desapareció tras un cataclismo de proporciones gigantescas, cuyo eco nos ha llegado a través de mitos y leyendas y cuyos conocimientos se transmitieron entre unos pocos, conocedores del secreto,  o bien aceptamos la presencia de inteligencias no terrestres (en el sentido más amplio del término) que habrían entrado en contacto con individuos seleccionados, a los que se les habría aleccionado en conocimientos científicos y técnicos avanzados. Pero, claro está, esto solo son especulaciones

David Alvarez
 
 
 
 

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