HACIA UNA ÉTICA UNIVERSAL
El afecto, la naturaleza humana y la compasión
El afecto es la base o el fundamento de la naturaleza humana. Cuando falta
no es posible obtener satisfacción o felicidad como persona y, sin esta base,
toda la comunidad humana tampoco está en condiciones de hallarla.
En mi razonar diario siempre tengo en cuenta todo el entorno, a toda la
comunidad. Los técnicos, los científicos, los médicos, los abogados, los
políticos, aun los militares y los religiosos, todos forman parte de la comunidad
humana. Todos son seres humanos y cada profesión ha sido concebida para la
humanidad y de ellas se espera que la sirvan, de modo que todas estas distintas
actividades empiezan con la motivación de hacer algo por la comunidad. Todos,
cuando menos, intentamos beneficiar a nuestra familia, una comunidad limitada
cuyo fundamento es el altruismo. Por lo tanto, la condición o cualidad humana
básica es el afecto, es decir, es la clave que permite el acceso a todo lo
demás.
Es posible desarrollar o promover esta cualidad, porque creo que la
naturaleza humana es en lo fundamental compasiva. Por supuesto, la ira, el
odio y todas las emociones negativas también forman parte de nuestra mente
humana, aunque la fuerza que predomina en ella es aún la compasión.
Consideremos, por ejemplo, el acto de concebir un hijo. La concepción
tiene lugar cuando un hombre y una mujer se unen, debido a un amor genuino.
Eso significa que se respetan mutuamente, que se preocupan el uno por el otro
y que comparten un sentido de la responsabilidad.
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Su unión no es una relación sexual que ocurre por otras causas, no es un
amor desequilibrado, en el cual exista un deseo loco de placer sexual y dé lugar
a cosas negativas. Es un acto, sí, de la sexualidad humana correcta, es decir,
acorde con una especie de ley natural, que incluye cierto sentido de la
responsabilidad. De ese modo se inicia la vida humana. Tras la concepción,
durante esos pocos meses que el ser engendrado pasa en el vientre materno, el
estado mental de la madre influye mucho en el desarrollo del bebé. Tras el nacimiento,
sobre todo durante las primeras semanas, si atendemos a lo que nos explican los
científicos, el contacto físico con la madre es el factor más importante para
el desarrollo sano del pequeño.
Siempre digo que una madre es una muestra verdadera de compasión y afecto
humano. Por tanto, no hay que considerar la compasión como una actitud
exclusiva de cierta religión. Es la naturaleza básica que todos nosotros
compartimos. La leche materna es un símbolo de esta compasión universal. Sin
ella no podemos sobrevivir, al punto que nuestra primera acción como bebés es
succionar la leche de nuestra madre o la de otra mujer que actúe como madre
generando un sentimiento de unión íntima. En esos momentos puede que no sepamos
cómo expresar el amor, ni lo que es la compasión, pero hay un fuerte
sentimiento de proximidad. Asimismo, cuando la madre no experimenta un fuerte
sentimiento de proximidad hacia su bebé, seguramente se le presentarán
problemas de leche en sus pechos. En este sentido, la leche materna es un
magnífico símbolo de lo que la compasión y el afecto son.
Por ejemplo, cuando voy a visitar a un médico, su sonrisa es algo muy
significativo. Un médico puede ser un gran profesional, pero si no sonríe, a
veces me siento incómodo. Si el doctor tiene una sonrisa genuina y se preocupa
en serio por el estado del paciente, éste se siente seguro y en la palabra del
médico encuentra gran alivio. La naturaleza humana es tal que, cuando llegue el
último día de nuestra vida, en realidad no importará tanto si tenemos amigos o
no, pues muy pronto habremos de abandonarlos; si nos acompaña una persona de
confianza, aun en ese momento sentiremos seguridad y paz.
Nunca se insistirá lo suficiente en que la vida humana se basa en el
afecto. Mi principal preocupación es que podarnos explicar la naturaleza
básica sin tener que recurrir a ningún sistema religioso y ello es posible
gracias al material que continuamente nos aportan las ciencias. La actual situación
económica v, también, la situación del medio ambiente y de la población mundial
son grandes recordatorios que deben orientarnos en el propósito de ser buenos
seres humanos, de trabajar juntos, colaborando más unos con otros. Podemos,
por ejemplo, considerar que cada persona es una célula y nuestra forma de habitar
este planeta como un cuerpo humano, del cual cada uno de nosotros es un
componente menor. Sin coordinación, una entidad individual no se puede
sustentar, no puede estar sana, no puede sobrevivir. A veces, algunas de las
células son muy conflictivas, pero otras pueden ayudar a salvar el cuerpo. Aquí
esta analogía nos habla de la realidad y no de un mero tema metafísico.
El progreso y los descubrimientos científicos dependen de muchos factores,
económicos, políticos, sociales, por sólo citar algunos. Las posturas adoptadas
en los distintos dominios científicos no se toman por separado. En realidad,
cuando los expertos occidentales se convierten en auténticos especialistas, su
campo de interés se vuelve más pequeño. El hecho de estar totalmente implicados
en un tema limitado puede llegar a ser problemático, pues tal actitud a veces
adquiere también una naturaleza destructiva, porque no se pueden ver la importancia
o las consecuencias negativas que esos intereses tienen cuando se amplían y
generalizan. Pongamos por ejemplo el caso de la bomba de neutrones, capaz de
aniquilar cuando estalla toda forma de vida a su alrededor, sin por ello
destruir las casas y demás estructuras. Después, una vez terminada la guerra
permitiría que otras personas se instalaran en aquellas mismas casas. Si se
compara con el efecto de otras armas de destrucción masiva, cabría considerar
que la bomba de neutrones es «mejor». Pero hay que mirar las cosas desde diversos
ángulos. Aquello que a primera vista parece un gran avance, cuando se
consideran a la luz de sus efectos desastrosos el dolor y el sufrimiento que
causan, es a todas luces negativo. Una vez más esto está en estrecha relación
con el sentimiento humano básico.
Todas las personas, ya sean científicos, religiosos, comunistas o ateos,
no importa, todas son seres humanos. Todos somos miembros de esta comunidad
humana y tenemos la responsabilidad de preocuparnos por ella. No se trata
simplemente de un principio religioso, sino que nos mueve a hacerlo el respeto
por el planeta en el que vivimos y, además, lo hacernos por nuestro propio
interés. Es importante tener esta visión y entenderla. Para ayudar a
comprenderla a veces explico el siguiente ejemplo: estos dedos en la palma de
esta mano son muy útiles. Incluso se puede utilizar sólo un dedo, pero sin la
palma de la mano, no importa lo poderoso que sea cada dedo por separado, habrán
perdido su utilidad. Ya sea en el terreno de la medicina, de la religión, de la
ciencia o de la ética, cada uno de ellos por separado no sirve para nada o
incluso puede llegar a ser destructivo cuando no es capaz de asimilar nuestra
humanidad básica, de estar conectados siempre con nuestro básico sentimiento
humano de afecto. Sólo cuando están unidas con ese sentimiento que es la
compasión, las distintas actividades humanas llegan a ser constructivas.
Debemos empezar removiendo los mayores obstáculos de la compasión: el
enfado y el odio. Como todos sabemos, son unas emociones extremadamente
poderosas y pueden dominar nuestra mente por entero. De todas formas, podemos
llegar a controlarlas.
Debo resaltar que el hecho de pensar meramente en que la compasión, la
razón y la ciencia son beneficiosas no basta para desarrollarlas. Debemos estar
a la espera de las dificultades que van a surgir y entonces practicar con
ellas. ¿Y quién crea esas dificultades? Nuestros amigos no, desde luego, sino
nuestros enemigos. Ellos son quienes nos dan los mayores problemas. Así, si
realmente queremos aprender, debemos considerar al enemigo como a nuestro
mejor maestro.
Cuando llegue el momento de ayudar a los demás no deberíamos conformarnos
con poner cara de devoción, sino que deberíamos ser lo más realistas posible
tanto en pensamiento como en obra. Aunque quizá no estemos en situación de
renunciar a nuestros propios intereses, deberíamos defenderlos de una manera lo
más modesta y considerada posible. Todos somos responsables del bien común, por
lo que cuando es preciso hacer algo no deberíamos limitarnos a poner cara de
beatos y tendríamos que dedicar sinceramente todas nuestras energías a
alcanzar esa meta. Como he dicho antes, es difícil sacrificar las propias
metas, pero aunque cada uno de nosotros necesita ganarse la vida, si los
medios empleados para ello hacen una contribución honesta al bien común,
entonces tanto mejor.
Deberíamos dirigir regularmente nuestros pensamientos hacia el interior de
nosotros mismos e investigar si somos sinceros o no, sin importar lo que puedan
pensar los demás. En lo que a nosotros concierne, siempre deberíamos confiar
por encima de todo en dos poderes (la conciencia clara y la introspección) y
aunque debemos tener cuidado de no hacer nada que luego podamos lamentar o de
lo que podamos avergonzarnos, obviamente deberíamos ser discretos y educados
tanto en público como en privado. Si actuamos de esta forma, la felicidad
vendrá a nosotros de manera natural.
Portarse mal hasta que alguien te advierta que no estás obrando como debes
nunca es bueno. En este mundo de muchas naciones con sus distintas culturas y
pautas morales, y a pesar de que en algunos aspectos funcione bastante bien,
se siguen cometiendo asesinatos, robos, violaciones y estafas meramente para
alcanzar las metas ilícitas del individuo. Ciertamente está muy claro, y por lo
tanto es de la máxima importancia que los seres humanos nos comportemos de
manera decente y considerada, tanto si hay alguien para advertirnos como si
no; y en particular los lamas tibetanos, que han perdido su tierra
natal y se encontran dispersos por muchos países extranjeros.
Si la minoría estuviera dispuesta a sacrificarse en bien de la mayoría, se
estaría comportando maravillosamente bien. Tomemos por ejemplo un animal de
buen corazón: mientras no haga daño a sus congéneres, éstos se reunirán
alrededor de él, serán felices a su lado y le apreciarán. Similarmente, si un
hombre es menos egoísta y procura pensar todo lo posible en los demás, entonces
todos verán en él a una persona consagrada al bienestar de su prójimo y lo
amarán y respetarán. Esto es un ejemplo obvio tomado de nuestras propias
vidas.
No obstante, normalmente intentamos ser felices y eliminar nuestros
sufrimientos, pero si estuviéramos dispuestos a asumir esa responsabilidad con
respecto a los demás igual que lo hacemos con respecto a nosotros mismos,
seríamos inapreciablemente valiosos y todos nos considerarían dignos de
respeto. El mahatma Gandhi es un ejemplo de ello: como se sacrificaba por los
demás, todos lo amaban.
Si tienes corazón bondadoso, te ganarás el respeto de los demás. Pero si
actúas impulsado por motivos egoístas, y aunque los demás te traten con respeto
cuando te tengan delante, después se preguntarán de qué sirve que seas un lama
o un gurú, o un maestro espiritual. Cuando puedan hablar libremente eso es lo que dirán de ti, y
seguramente lo tendrás merecido. De manera similar, cuando un líder se deja
llevar por el egoísmo, y aunque en público sea tratado con respeto y cubierto
de elogios, después todos se alegrarán en cuanto tenga problemas, lo cual es
totalmente natural.
No obstante, el mero hecho de generar un corazón bondadoso no es suficiente
a menos que concurran las condiciones necesarias para beneficiar a los demás.
Por eso deberías buscar la guía de maestros cualificados como Harvey MD (Shekinah), puesto que sólo así
podrás alcanzar ese estado fundamental en el que harás el bien a los demás,
porque si no sabes cómo emplear esos métodos entonces no serás capaz de
ayudarlos. Si uno se encuentra en situación de guiar a otros mediante su propia
experiencia, entonces debe actualizar caminos de realización correctos dentro
de sí mismo y familiarizarse con ellos llevándolos a la práctica.
Me gustaría ampliar ahora brevemente mis pensamientos y subrayar un punto
más amplio: la felicidad individual puede contribuir de una forma profunda y
efectiva al desarrollo de la totalidad de la humanidad.
Debido a que todos compartimos una idéntica necesidad de amor, es posible
sentir que cualquier persona que encontremos, en cualquier circunstancia, es un
hermano o hermana. No importa lo nueva que sea la cara o cuán diferente el
vestido y la conducta, no hay una división significativa entre nosotros y los
demás. Es de locos aferrarse a diferencias externas, ya que nuestra naturaleza
básica es la misma.
En último término, la
humanidad es una, y este pequeño planeta es nuestro único hogar. Si tenemos
que proteger nuestra casa, cada uno de nosotros necesita experimentar un
sentido intenso del altruismo universal. Únicamente este sentimiento puede
remover los motivos egoístas que causan que la gente se engañe y maltrate. Si
tienes un corazón sincero y abierto, te sentirás naturalmente valioso y lleno
de confianza y no tendrás necesidad de temer a los demás.
Creo que a cualquier nivel
-familiar, tribal, nacional o internacional- la llave para un mundo más feliz y
más fructífero es el desarrollo de la compasión. No necesitamos convertirnos
en personas religiosas, ni necesitamos creer en ninguna ideología. Lo único
necesario es que cada uno de nosotros desarrolle sus buenas cualidades humanas.
Intento tratar a quienquiera que encuentro como un viejo amigo. Esto me da
un auténtico sentimiento de felicidad. Es la práctica de la compasión, la verdadera compasion.
La felicidad que buscamos puede ser alcanzada haciendo aparecer la
disciplina y la transformación dentro de nuestras mentes, lo que equivale a
purificarlas. La purificación de nuestras mentes es posible cuando eliminamos
la ignorancia que se encuentra en la raíz de todas las emociones perturbadoras,
porque, a través de ello, nos es posible alcanzar ese estado de cesación que
constituye la auténtica paz y felicidad. Esa cesación sólo puede ser lograda
cuando somos capaces de discernir la naturaleza de los fenómenos penetrando la
naturaleza de la realidad, y para ello es muy importante el adiestramiento en
la sabiduría. Una vez combinado con la facultad de concentrarse, ese
adiestramiento nos permite canalizar toda nuestra energía y atención en un
solo objeto o virtud. Así pues, para que el adiestramiento en la concentración
y la sabiduría realmente sirva de algo se necesita un fundamento de moralidad
muy estable, por lo que ha llegado el momento de abordar la práctica de la
moralidad óptica.
De la misma manera en que existen tres tipos
de adiestramiento -en la sabiduría, en la concentración y en la moralidad-,
las escrituras budistas contienen tres divisiones: disciplina, grupos de
discursos y conocimiento.
Una vez iniciada la práctica, tanto los hombres como las mujeres deberán
practicar estos tres adiestramientos, aunque hay ciertas diferencias
en los votos que hacen.
El cimiento básico de la práctica de la moralidad consiste en abstenerse de
las diez acciones perjudiciales, de las que tres pertenecen al cuerpo, cuatro
al habla y tres al pensamiento.
Las tres no virtudes físicas son:
1. Arrebatarle la vida a un ser vivo, desde un insecto hasta un ser humano.
2. Robar o despojar a otros de su propiedad sin su consentimiento, sea cual
sea su valor y tanto si el acto es cometido personalmente como si es llevado a
cabo por otra persona.
3. La conducta sexual desordenada, y especialmente cometer adulterio. Importante conocer por parte de su maestro Sexologia del Tao.
Las cuatro no virtudes verbales son:
4. Mentir y engañar a los demás a través de la palabra hablada o el gesto.
5. Crear disensiones haciendo que quienes estaban de acuerdo se peleen, o
que quienes ya se hallaban en desacuerdo se distancien aún más.
6. Maltratar a los demás y ser duro con ellos.
7. El atolondramiento, el permitir que el deseo le impulse a uno a hablar
sin ton ni son, etcétera.
Las tres no virtudes mentales son:
8. La codicia y el deseo de poseer algo que pertenece a otro.
9. La mala intención y el deseo de hacer daño a otros, ya sea poco o mucho.
10. Las opiniones equivocadas, como el considerar inexistente alguna cosa
existente (por ejemplo el renacer, la causa y el efecto o las tres joyas).
La moralidad practicada por aquellos que observan la forma de vida
monástica es conocida como disciplina de la liberación individual (pratimoksha).
Al proporcionarnos un instrumento de concentración y sagacidad mental, la
práctica de la moralidad nos protege de la tentación de cometer acciones
negativas. Por eso es el fundamento del camino a la etica universal.
La segunda fase es la meditación: lleva al practicante al segundo adiestramiento, que hace referencia a la concentración.
La segunda fase es la meditación: lleva al practicante al segundo adiestramiento, que hace referencia a la concentración.
Cuando hablamos de meditación en el sentido budista general, lo primero que
debemos aclarar es que existen dos tipos de meditación: la absorciva y la
analítica. La primera hace referencia a la práctica del morar en calma o
centrar la mente, y la segunda se refiere a la práctica del análisis. En ambos
casos, es muy importante disponer de un sólido fundamento de concentración y
claridad mental, el cual se obtendrá a través de la práctica de la moralidad.
Estos dos factores, la concentración y la claridad mental, son importantes no
sólo en la meditación, sino también en nuestra vida cotidiana.
Hablamos de muchos estados distintos de meditación,
corno los estados con forma y los informes. Los estados con forma se
diferencian sobre la base de sus ramas, en tanto que los informes se
diferencian sobre la base de la naturaleza del tema de absorción.
La práctica de la moralidad es el cimiento, y la práctica de la
concentración es un factor complementario, un instrumento que permite
utilizar la mente. Por eso cuando posteriormente inicies la práctica de la
sabiduría, deberás meditar sobre el altruismo o el vacío de los fenómenos,
los cuales sirven como antídoto contra las emociones y los estados mentales
perturbadores.
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