La generosidad del ser humano es el hábito de dar y entender a los
demás. Comparado a menudo con la caridad
como virtud,
la generosidad se acepta extensamente en sociedad como un hábito deseable. En
momentos de desastres naturales, los esfuerzos de la ayuda
son con frecuencia proporcionados, voluntariamente, por los individuos o los
grupos que actúan de manera unilateral en su entrega de tiempo, de recursos, de
mercancías, de dinero, etc.
La generosidad puede también ser tiempo, dinero, o trabajo del gasto, para
otros, sin la recompensa en vuelta. Aunque el término generosidad va a menudo
de común acuerdo con caridad, mucha gente en el ojo del público desea el
reconocimiento de sus buenos actos. Las donaciones son necesarias para apoyar
organizaciones y sus comités, sin embargo, la generosidad no debe estar
limitada a épocas de gran necesidad tales como desastres y situaciones
extremas; ya que la generosidad no ha de estar basada solamente en el estado
económico, sino que por el contrario, esto incluye las intenciones puras del
individuo de mirar hacia fuera para bien común de la sociedad y dar ejemplo a
los demás.
La generosidad es una virtud que difícilmente se puede apreciar en los
demás con objetividad. En el momento de juzgar los actos de otras personas
estaremos, normalmente, centrando la atención en el que recibe o en las
características de la aportación. Por ejemplo, si nos enteramos de que alguna
persona sin problemas económicos ha regalado una cantidad de dinero a algún
pariente suyo con necesidades, es lógico que le llamemos «generoso». Sin
embargo, esa aportación seguramente no le ha costado ningún esfuerzo.
Desconocemos el motivo del acto: ¿ha sido por reconocer la necesidad de su
pariente o por no sentirse culpable, etc. Es decir, podemos identificar
distintos medios o maneras para poder llevar a cabo un acto de generosidad,
pero un acto será muestra de generosidad o no, de acuerdo con la intensidad con
que se viva la virtud y la rectitud de los motivos.
Iconología
Cesare Ripa
la pinta bajo el emblema de una mujer hermosa adornada de vestidos reales y
magníficos, con una corona de oro. En una mano tiene joyas, que está en la
actitud de dar y con la otra se apoya sobre un león.
Amadeo Vanloo, la ha
caracterizado por una joven con la cabeza adornada con una gaza de oro y con
piedras preciosas. Trae desnudos los brazos, porque es propio de esta virtud el
despojarse de todo interés. Se apoya sobre el escudo de Minerva
para indicar que la generosidad no puede existir sin el discernimiento. Algunas
veces tiene cerca de ella en león que la acaricia.
La caridad es una de las virtudes teologales junto con la esperanza y la fe.
De acuerdo con el catecismo de la Iglesia católica (1822), "la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios".
Menciona San Agustín que la culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin y para conseguirlo, corremos, hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep.Jo. 10, 4).
La caridad se hace humana cuando Jesús da su mandamiento nuevo a los apóstoles y discípulos: Ámense unos a otros como yo los he amado (Jn 15, 12).
Toma en cuenta para llevar a cabo la acción de ese amor, el guardar los mandamientos de la ley de Dios, o 10 mandamientos. (Jn 15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8_10).
Dios se coloca como único y perfecto ejemplo de amor, que salva a los que todavía no creen en él, que muere por quienes son todavía sus enemigos: (Rm 5, 10; Mt 5, 44;).
San Pablo habla del amor de Dios y nos deja ver cómo es la caridad, "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Co 13, 4-8). Y termina, "la caridad no dejará de existir".
La caridad es la virtud teologal más importante, y es superior a cualquier otra virtud. (1 Co 13,13).
Para San Basilio, la condición de hijos del Padre era adquirida cuando entendida como la búsqueda del bien: "O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda... y entonces estamos en la disposición de hijos" (S. Basilio, reg. fus. prol. 3).
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