Las Palabras
del Señor Enki
Sinopsis de la Primera Tablilla
Lamentación sobre la desolación de
Sumer
Cómo huyeron los dioses de sus ciudades a medida que se extendía la nube nuclear
Las discusiones en el consejo de los dioses
La fatídica decisión de liberar las Armas de Terror
El origen de los dioses y las armas terribles en Nibiru
Las guerras norte-sur de Nibiru, unificación y normas dinásticas
Ubicación de Nibiru en el sistema solar
La evanescente atmósfera provoca cambios climáticos
Los esfuerzos por obtener oro para evitar el debilitamiento de la atmósfera
Alalu, un usurpador, utiliza armas nucleares para agitar los gases volcánicos
Anu, heredero dinástico, depone a Alalu
Alalu roba una nave espacial y escapa de Nibiru
Representaciones de Nibiru como planeta radiante
Cómo huyeron los dioses de sus ciudades a medida que se extendía la nube nuclear
Las discusiones en el consejo de los dioses
La fatídica decisión de liberar las Armas de Terror
El origen de los dioses y las armas terribles en Nibiru
Las guerras norte-sur de Nibiru, unificación y normas dinásticas
Ubicación de Nibiru en el sistema solar
La evanescente atmósfera provoca cambios climáticos
Los esfuerzos por obtener oro para evitar el debilitamiento de la atmósfera
Alalu, un usurpador, utiliza armas nucleares para agitar los gases volcánicos
Anu, heredero dinástico, depone a Alalu
Alalu roba una nave espacial y escapa de Nibiru
Representaciones de Nibiru como planeta radiante
LA PRIMERA TABLILLA
Palabras del señor Enki, primogénito de Anu, que reina en Nibiru.
Con pesar en el espíritu, profiero los lamentos; lamentos amargos que llenan mi corazón. Cuán desolada está la tierra, sus gentes entregadas al Viento Maligno, sus establos abandonados, sus rediles vacíos. Cuán desoladas están las ciudades, sus gentes amontonadas como cadáveres yertos, afligidas por el Viento Maligno. Cuán desolados están los campos, marchita la vegetación, alcanzada por el Viento Maligno. Cuán desolados están los ríos, ya nada vive en ellos, aguas puras y centelleantes convertidas en veneno. De sus gentes de negra cabeza, Sumer está vacía, se ha ido toda vida; de sus vacas y sus ovejas, Sumer está vacía, callado quedó el murmullo de la leche batida.
Palabras del señor Enki, primogénito de Anu, que reina en Nibiru.
Con pesar en el espíritu, profiero los lamentos; lamentos amargos que llenan mi corazón. Cuán desolada está la tierra, sus gentes entregadas al Viento Maligno, sus establos abandonados, sus rediles vacíos. Cuán desoladas están las ciudades, sus gentes amontonadas como cadáveres yertos, afligidas por el Viento Maligno. Cuán desolados están los campos, marchita la vegetación, alcanzada por el Viento Maligno. Cuán desolados están los ríos, ya nada vive en ellos, aguas puras y centelleantes convertidas en veneno. De sus gentes de negra cabeza, Sumer está vacía, se ha ido toda vida; de sus vacas y sus ovejas, Sumer está vacía, callado quedó el murmullo de la leche batida.
En sus gloriosas ciudades, sólo
ulula el viento; la muerte es el único olor. Los templos, cuyas cúspides
alcanzaban el cielo, por sus dioses han sido abandonados. No hay dominio de
señorío ni de realeza; cetro y tiara han desaparecido. En las riberas de los
dos grandes ríos, en otro tiempo exuberantes y llenos de vida, sólo crecen las
malas hierbas. Nadie recorre sus calzadas, nadie busca los caminos; la
floreciente Sumer es como un desierto abandonado. ¡Cuán desolada está la
tierra, hogar de dioses y hombres!
En esa tierra cayó la calamidad, una
calamidad desconocida para el hombre. Una calamidad que la Humanidad nunca
antes había visto, una calamidad que no se puede detener. En todas las tierras,
desde el oeste hasta el este, se posó una mano de quebranto y de terror. ¡Los
dioses, en sus ciudades, estaban tan indefensos como los hombres!
Un Viento Maligno, una tormenta nacida en una distante llanura, una Gran Calamidad forjada en su sendero.
Un viento portador de muerte nacido en el oeste se encaminó hacia el este, establecido su curso por el hado.
Una devoradora tormenta como el diluvio, de viento y no de agua destructora, de aire envenenado, no de olas, abrumadora. Por el hado, que no por el destino, se engendró; los grandes dioses, en su consejo, la Gran Calamidad han provocado. Enlil y Ninharsag lo permitieron; sólo yo estuve suplicando para que se contuvieran. Día y noche, por aceptar lo que los cielos decretan, argumenté, ¡pero en vano! Ninurta, el hijo guerrero de Enlil, y Nergal, mi propio hijo, liberaron las venenosas armas en la gran llanura.
¡No sabíamos que un Viento Maligno seguiría al resplandor!, lloran ellos ahora en su angustia. ¿Quién podía predecir que la tormenta portadora de muerte, nacida en el oeste, tomaría su curso hacia el este?, se lamentan los dioses ahora. En sus ciudades sagradas, permanecieron los dioses, sin creer que el Viento Maligno tomaría su ruta hacia Sumer. Uno tras otro, los dioses huyeron de sus ciudades, sus templos abandonaron al viento. En mi ciudad, Eridú, no pude hacer nada por detener a la nube venenosa. ¡Huid a campo abierto!, di instrucciones a la gente; con Ninki, mi esposa, la ciudad abandoné. En su ciudad, Nippur, lugar del Enlace Cielo-Tierra, Enlil no pudo hacer nada por detenerla. El Viento Maligno se abalanzó sobre Nippur. En su nave celestial, Enlil y su esposa partieron apresuradamente.
En Ur, la ciudad de la realeza de
Sumer, Nannar a su padre Enlil imploró ayuda; en el lugar del templo que al
cielo en siete escalones se eleva, Nannar se negó a considerar la mano del
hado. ¡Padre mío, tú que me engendraste, gran dios que a Ur ha concedido la
realeza, no dejes entrar al Viento Maligno!, apeló Nannar. ¡Gran dios que
decretas los hados, deja que Ur y sus gentes se libren, tus alabanzas
proseguirán!, apeló Nannar. Enlil respondió a su hijo Nannar: Noble hijo, a tu
admirable ciudad concedí la realeza, pero no se le concedió reinado eterno.
¡Toma a tu esposa Ningal y huye de la ciudad! ¡Ni siquiera yo, que decreto los
hados, puedo impedir su destino!
Así habló Enlil, mi hermano; ¡ay,
ay, que no era destino! Desde el diluvio, no había caído una calamidad más
grande sobre dioses y terrestres; ¡ay, que no era destino! El Gran Diluvio
estaba destinado a suceder; pero no la Gran Calamidad de la tormenta portadora
de muerte. Por romper una promesa, por una decisión del consejo fue provocada;
por las Armas de Terror fue creada. Por una decisión, que no por destino, se
liberaron las armas venenosas; por deliberación se echaron las suertes. Contra
Marduk, mi primogénito, dirigieron la destrucción los dos hijos; había venganza
en sus corazones. ¡No ha de tomar Marduk el poder!, gritó el primogénito de
Enlil.
Con las armas me opondré a él, dijo
Ninurta. ¡De entre el pueblo ha levantado un ejército, para declarar a Babili
ombligo de la Tierra!, así gritó Nergal, hermano de Marduk. En el consejo de
los grandes dioses, palabras malévolas se difundieron. Día y noche levanté mi
voz opositora; la paz aconsejé, deplorando las prisas. Por segunda vez, el
pueblo había elevado su imagen celeste; ¿por qué oponerse a que continúe?,
pregunté implorando. ¿Se han comprobado todos los instrumentos? ¿No había
llegado la era de Marduk en los cielos?, inquirí una vez más. Ningishzidda, mi
hijo, otros signos del cielo citó. Su corazón, yo lo sabía, no podía perdonar
la injusticia de Marduk contra él.
Nannar, a Enlil en la Tierra nacido, también fue implacable. ¡Marduk, de mi templo en la ciudad del norte, su propia morada ha hecho! Así dijo. Ishkur, el hijo más joven de Enlil, exigió un castigo; ¡en mis tierras, ha hecho prostituirse al pueblo ante él!, dijo. Utu, hijo de Nannar, contra el hijo de Marduk, Nabu, dirigió su ira: ¡Intentó tomar el Lugar de los Carros Celestiales! Inanna, gemela de Utu, estaba fuera de sí; seguía exigiendo el castigo de Marduk por el asesinato de su amado Dumuzi. Ninharsag, madre de dioses y hombres, desvió la mirada. ¿Por qué no está Marduk aquí? dijo simplemente.
Gibil, mi propio hijo, replicó
pesimista: Marduk ha desestimado todas los ruegos; ¡por las señales del cielo
reclama su supremacía!
¡Sólo por las armas será detenido Marduk!, gritó Ninurta, primogénito de Enlil. Utu estaba preocupado por la protección del Lugar de los Carros Celestiales; ¡no debe caer en manos de Marduk! Así dijo. Nergal, señor de los Dominios Inferiores, exigía ferozmente: ¡Que se utilicen las antiguas Armas de Terror para arrasar!
A mi propio hijo miré sin podérmelo creer: ¡Para hermano contra hermano las armas de terror se abjuraron!
En lugar de común acuerdo, hubo silencio. En el silencio, Enlil abrió la boca: Debe haber un castigo; como pájaros sin alas quedarán los malhechores, Marduk y Nabu, de nuestro patrimonio nos están privando; ¡hay que privarles del Lugar de los Carros Celestiales! ¡Que se calcine el lugar hasta el olvido!, gritó Ninurta: ¡Dejadme ser El Que Calcina! Excitado, Nergal se puso en pie y gritó: ¡Que las ciudades de los malhechores también sean destruidas, dejadme arrasar las ciudades pecadoras, dejad que a partir de hoy mi nombre sea el Aniquilador! Los terrestres, por nosotros creados, no deben ser dañados; los justos con los pecadores no deben perecer, dije enérgicamente.
Ninharsag, la compañera que me ayudó
a crearlos, estaba de acuerdo: La cuestión solamente se ha de resolver entre
los dioses, el pueblo no debe ser dañado. Anu, desde la morada celestial,
estaba prestando atención a las discusiones. Anu, que determina los hados, su
voz hizo escuchar desde su morada celestial: Que las Armas de Terror sean por
esta vez usadas, que el lugar de las naves propulsadas sea arrasado, que al
pueblo se le perdone. ¡Que Ninurta sea el Calcinador, que Nergal sea el
Aniquilador! Y así Enlil la decisión anunció.
A ellos, un secreto de los dioses
revelaré; el lugar oculto de las armas de terror a ellos les desvelaré. Los dos
hijos, uno mío, uno suyo, en su cámara interior Enlil convocó. Nergal, cuando
volvió junto a mí, desvió la mirada. ¡Ay!, grité sin palabras, ¡el hermano se
ha revuelto contra el hermano! ¿Acaso por hado han de repetirse los Tiempos
Previos? Un secreto de los Tiempos de Antaño les reveló Enlil a ellos, ¡las
Armas de Terror a sus manos confió! Aderezadas de terror, con un resplandor se
desataron; todo lo que tocan, en un montón de polvo lo convierten. Para hermano
contra hermano en la Tierra fueron abjuradas, ninguna región afectar.
Entonces, el juramento se violó,
como una vasija rota en inútiles trozos. Los dos hijos, plenos de gozo, con
paso rápido de la cámara de Enlil emergieron, para la partida de las armas. Los
otros dioses volvieron a sus ciudades; ¡sin presagiar ninguno de ellos su
propia calamidad!
He aquí el relato de los Tiempos Previos, y de las Armas de Terror.
Antes de los Tiempos Previos fue el
Principio; después de los Tiempos Previos fueron los Tiempos de Antaño. En los
Tiempos de Antaño, los dioses llegaron a la Tierra y crearon a los terrestres.
En los Tiempos Previos, ninguno de los dioses estaba en la Tierra, ni se había
hecho aún a los terrestres. En los Tiempos Previos, la morada de los dioses
estaba en su propio planeta; Nibiru es su nombre. Un gran planeta, rojizo en
resplandor; alrededor del Sol, una vuelta alargada hace Nibiru. Durante un
tiempo, Nibiru está envuelto en el frío; durante parte de su recorrido, el Sol
fuertemente lo calienta.
Una gruesa atmósfera envuelve a Nibiru, alimentada continuamente con erupciones volcánicas. Todo tipo de vida esta atmósfera mantiene; ¡sin ella, todo perecería! En el período frío, conserva en el planeta el calor interno de Nibiru, como un cálido abrigo que se renueva constantemente. En el período cálido, protege a Nibiru de los abrasadores rayos del Sol En su mitad, las lluvias aguanta y libera, dando altura a lagos y ríos.
Una exuberante vegetación alimenta y protege nuestra atmósfera; hace brotar todo tipo de vida en las aguas y en la tierra. Después de eones de tiempo, brotó nuestra propia especie, por nuestra propia esencia una simiente eterna para procrear. A medida que nuestro número crecía, nuestros ancestros se extendieron a muchas regiones de Nibiru. Algunos cultivaron la tierra, a criaturas de cuatro patas apacentaban.
Unos vivían en las montañas, otros hicieron su hogar en los valles. Hubo rivalidades, tuvieron lugar usurpaciones; hubo conflictos, y los palos se convirtieron en armas. Los clanes se reunieron en tribus, y luego dos grandes naciones se enfrentaron entre sí. La nación del norte contra la nación del sur tomó las armas.
Lo que sostenía la mano para lanzar proyectiles se trocó; armas de estruendo y resplandor incrementaron el terror. Una guerra, larga y feroz, devoró al planeta; hermano luchó contra hermano. Hubo muerte y destrucción, tanto en el norte como en el sur. Durante muchas vueltas, la desolación reinó en las tierras; toda vida fue diezmada. Después, se declaró una tregua; y más tarde se hizo la paz. Que las naciones se unan, se dijeron los emisarios entre sí: que haya un trono en Nibiru, un rey que reine sobre todos. Que haya un líder del norte o del sur elegido a suertes, un rey supremo ha de ser. Si fuera del norte, que el sur elija a una mujer para que sea su esposa, en igualdad como reina, para reinar juntos. Si por suertes fuera elegido un hombre del sur, que una mujer del norte sea su esposa. Que sean marido y mujer, para hacerse una sola carne.
Que su hijo primogénito sea el sucesor; que una dinastía unificada sea así formada, ¡para establecer la unidad en Nibiru para siempre! En medio de las ruinas se inició la paz. Norte y sur por matrimonio se unieron.
El trono real en una carne combinada, ¡una sucesión no interrumpida de realeza establecida! El primer rey después de la paz fue hecho, un guerrero del norte fue, un poderoso comandante. Por suertes, veraz y justo, fue él elegido; fueron aceptados sus decretos en la unidad. Para morada suya, construyó una espléndida ciudad; Agadé, que significa Unidad, fue su nombre. Para su reinado, un título real le fue concedido; An fue, el Celestial fue su significado. Con brazo fuerte, restableció el orden en las tierras; decretó leyes y regulaciones. Designó gobernadores para cada tierra; la restauración y el cultivo fue su principal tarea.
De él, en los anales reales, así se
registró: An unificó las tierras, la paz en Nibiru restauró. Construyó una
nueva ciudad, los canales reparó, proveyó alimento para el pueblo; hubo
abundancia en las tierras. Por esposa suya, el sur eligió una doncella, dotada
tanto para el amor como para la contienda. An. Tu fue su título real; la Líder Que
Es Esposa de An, significaba ingeniosamente el nombre dado. Le dio a An tres
hijos y ninguna hija. Al primogénito, ella le puso el nombre de An.Ki; Por An
un Sólido Fundamento era su significado.
Solo en el trono estuvo él sentado; una esposa a elegir fue dos veces pospuesta. En su reinado, las concubinas iban al palacio; un hijo a él no le nació. La dinastía así iniciada se interrumpió con la muerte de Anki; en el fundamento, ningún descendiente siguió. El hijo mediano, no el primogénito, Heredero Legal fue nombrado.
Desde su juventud, uno de los tres hermanos, Ib fue llamado amorosamente por su madre. El Que Está en Medio significaba su nombre. En los anales reales, An.Ib es nombrado: En realeza celestial; durante generaciones, El Que Es Hijo de An significó su nombre. Sucedió a su padre An en el trono; en suma, fue el tercero en reinar. A la hija de su hermano pequeño eligió por esposa. Nin.Ib fue llamada, la Dama de Ib.
Ninib le dio un hijo a Anib; el sucesor del trono fue, el cuarto de la cuenta de los reyes. Por el nombre real de An.Shar.Gal deseó que se le conociera; Príncipe de An Que Es el Más Grande de los Príncipes era el significado. Su esposa, una hermanastra, Ki.Shar.Gal fue llamada igualmente. El conocimiento y la comprensión fue su principal ambición; estudió asiduamente los caminos de los cielos. Estudió la gran vuelta de Nibiru, su longitud fijó en un Shar. Como un año de Nibiru era la medida, por él los reinados reales serían numerados y registrados. Dividió el Shar en diez partes, de ese modo declaró dos festividades. En las proximidades del Sol, se celebró una festividad del calor.
Cuando Nibiru hacía su morada en la
distancia, se decretó la festividad del frío. Sustituyendo a todas las
festividades de antaño de tribus y naciones, para unificar al pueblo se
establecieron las dos. Leyes de marido y mujer, de hijos e hijas, estableció
por decreto; proclamó las costumbres de las primeras tribus para todo el país.
Desde las guerras, las mujeres superaban en gran número a los hombres. Decretos
hizo, un hombre ha de tener más de una mujer por conocer. Por ley, una mujer ha
de ser elegida como esposa oficial, Primera Esposa ha de ser llamada.
Por ley, el hijo primogénito era el
sucesor de su padre. Por estas leyes, no tardó en llegar la confusión; si el
hijo primogénito no era nacido de la Primera Esposa. Y después nacía un hijo de
la Primera Esposa, convirtiéndose por ley en Heredero Legal.¿Quién será el
sucesor: aquél que por la cuenta de Shars nació primero? ¿Aquél nacido de la
Primera Esposa? ¿El hijo Primogénito? ¿El Heredero Legal? ¿Quién heredará?
¿Quién sucederá? En el reinado de Anshargal, Kishargal fue declarada Primera
Esposa. Hermanastra del rey era.
En el reinado de Anshargal, se
llevaron concubinas de nuevo a palacio. De las concubinas, le nacieron hijos e
hijas al rey. Un hijo de una fue el primero en nacer; el hijo de una concubina
fue el Primogénito. Después, Kishargal tuvo un hijo. Heredero Legal por ley
era; pero Primogénito no era. En el palacio, Kishargal levantó la voz, iracunda
gritó: ¡Si por las normas mi hijo, de una Primera Esposa nacido, se ve privado
de la sucesión, que la doble simiente no se olvide! Aunque de diferentes
madres, de un mismo padre el rey y yo somos descendientes. Yo soy la
hermanastra del rey; de mí, el rey es hermanastro. ¡Por ello, mi hijo posee la
doble simiente de nuestro padre Anib! ¡Que, en lo sucesivo, la Ley de la
Simiente, la Ley del Desposorio prevalezca! ¡Que, en lo sucesivo, el hijo de
una hermanastra, cuando quiera que nazca, por encima de todos los demás hijos
alcance la sucesión!
Anshargal, considerándolo, le concedió su favor a la Ley de la Simiente: La confusión de esposa y concubinas, de matrimonio y divorcio, se evitaría con ella. En su consejo, los consejeros reales adoptaron la Ley de la Simiente para la sucesión. Por orden del rey, los escribas anotaron el decreto. Así fue proclamado el próximo rey por la Ley de la Simiente para la sucesión. A él le fue concedido el nombre real An.Shar. Quinto en el trono fue.
Viene ahora el relato del reinado de Anshar y de los reyes que le siguieron. Cuando se cambió la ley, los otros príncipes se enfrentaron. Hubo palabras, no hubo rebelión. Como esposa, Anshar eligió a una hermanastra. La hizo su Primera Esposa; se le llamó con el nombre de Ki.Shar. Así fue, por esta ley, que la dinastía continuó.
En el reinado de Anshar, los campos redujeron sus cosechas, frutos y cereales perdieron abundancia. De vuelta en vuelta, en la cercanía del Sol, el calor fue creciendo en fuerza; en las moradas lejanas, el frío se hizo más intenso. En Agadé, la ciudad del trono, el rey reunió en asamblea a aquéllos de gran entendimiento. A sabios eruditos, gente de gran conocimiento, se les ordenó investigar. La tierra y el suelo examinaron, lagos y ríos pusieron a prueba. Ha ocurrido antes, dio alguien una respuesta: Nibiru, en el pasado, más fría y más cálida ha sido; ¡Destino es esto, en la vuelta de Nibiru arraigado! Otros de conocimiento, observando la vuelta, no consideraron culpable al destino de Nibiru. En la atmósfera, se ha hecho una brecha; ése fue su hallazgo.
¡Los volcanes, forjadores de la
atmósfera, lanzaban al cielo menos erupciones! ¡El aire de Nibiru se había
hecho más tenue, el escudo protector había disminuido! En el reinado de Anshar
y Kishar, hicieron aparición las plagas del campo; no se las podía vencer con
trabajo. El hijo de ambos, En.Shar, ascendió después al trono; de la dinastía,
era el sexto. Noble Maestro del Shar significaba su nombre. Con gran
entendimiento nació, dominó muchos conocimientos con mucha erudición. Buscó
caminos para dominar las aflicciones; de la vuelta celeste de Nibiru, hizo
mucho estudio. En su bucle, abrazaba a cinco miembros de la familia del Sol,
planetas de deslumbrante belleza. Buscando remedios para las aflicciones, hizo
examinar sus atmósferas. A cada uno le dio un nombre, a antepasados ancestrales
honró; los consideró como parejas celestes An y Antu, los planetas gemelos,
llamó a los dos primeros en ser encontrados. Más allá de la vuelta de Nibiru,
estaban Anshar y Kishar, por su tamaño los más grandes.
Como un mensajero, Gaga entre los
otros corría, a veces el primero en encontrar Nibiru. Cinco en total eran los
que recibían a Nibiru en el cielo, mientras circundaba al Sol. Más allá, como
una frontera, el Brazalete Repujado circundaba al Sol; como un guardián de la
región prohibida del cielo, con escombros protegía. Otros hijos del Sol, cuatro
en número, escudaba de la intrusión el brazalete. Las atmósferas de los cinco
primeros se puso a estudiar Enshar. En su vuelta repetida, en el bucle de
Nibiru, se examinaron atentamente los cinco. Qué atmósferas poseían, se
examinaron intensamente por observación y con carros celestiales. Los hallazgos
fueron sorprendentes, los descubrimientos confusos. De vuelta en vuelta, la
atmósfera de Nibiru más brechas sufría. En los consejos de los eruditos, los
remedios se debatían con avidez; se consideraron formas de vendar la herida
urgentemente. Se intentó un nuevo escudo que envolviera al planeta; todo lo que
se lanzó hacia arriba, cayó de vuelta al suelo.
En los consejos de los eruditos, se estudiaron las erupciones de los volcanes. La atmósfera, se había creado por las erupciones volcánicas; su herida había tenido lugar por la disminución de erupciones. ¡Que con invenciones se potencien nuevas erupciones, que los volcanes escupan de nuevo!, estaba diciendo un grupo de sabios. Cómo alcanzar la hazaña, con qué herramientas conseguir más erupciones, nadie podía dar cuenta al rey. En el reinado de Enshar, se hizo más grande la brecha en los cielos. Las lluvias se negaban, los vientos soplaban más fuerte; los manantiales de las profundidades no emergían. En las tierras, había una maldición; los pechos de las madres se secaron.
En el palacio, había aflicción;
había una maldición allí dentro. Como Primera Esposa, Enshar desposó a una
hermanastra, ateniéndose a la Ley de la Simiente. Nin.Shar fue llamada, de los
Shars la Dama. Un hijo no tuvo. Por una concubina, a Enshar le nació un hijo;
fue el hijo Primogénito. Por Ninshar, Primera Esposa y hermanastra, no llegó un
hijo. Por la Ley de Sucesión, el hijo de la concubina ascendió al trono; fue el
séptimo en reinar. Du.Uru fue su nombre real; En el Lugar de Morada Forjado era
su significado; de hecho, fue concebido en la Casa de las Concubinas, no en el
palacio. Como esposa, una doncella amada desde su juventud eligió Duuru; por
amor, no por simiente, seleccionó una Primera Esposa. Da.Uru fue su nombre
real; La Que Está a Mi Lado era el significado. En la corte real, la confusión
corría desenfrenada. Los hijos no eran herederos, las esposas no eran
hermanastras. En la tierra, iba creciendo el sufrimiento.
Los campos olvidaron su abundancia,
y entre el pueblo disminuyó la fertilidad. En el palacio, la fertilidad estaba
ausente; no habían tenido ni hijo ni hija. De la simiente de An, siete fueron
los soberanos; después, de su simiente se secó el trono. Dauru encontró a un
niño en la puerta del palacio; como a un hijo lo abrazó. Al final, Duuru como a
un hijo lo adoptó, lo nombró Heredero Legal; Lahma, que significa Sequedad, fue
el nombre que se le dio. En el palacio, los príncipes protestaban; en el
Consejo, había quejas. Al final, Lahma ascendió al trono. Aunque no era de la
simiente de An, fue el octavo en reinar. En los consejos de los eruditos, se
dieron dos sugerencias para sanar la brecha: una fue el uso de un metal, oro
era su nombre. En Nibiru, era muy raro; dentro del Brazalete Repujado era
abundante.
Era la única sustancia que se podía
moler hasta el polvo más fino; elevado hasta el cielo, podía quedar suspendido.
Así, con reaprovisionamientos, la brecha se sanaría, habría una mejor
protección. ¡Que se construyan naves celestiales, que una flota celestial
traiga el oro a Nibiru! ¡Que se creen Armas de Terror!, fue la otra sugerencia;
armas que sacudan y aflojen el suelo, que agrieten las montañas; Atacar con
proyectiles los volcanes, su letargo remover, estimular sus erupciones,
¡recargar la atmósfera, hacer desaparecer la brecha! Lahma era débil para tomar
una decisión; no sabía qué opción tomar.
Nibiru completó una vuelta, dos Shars siguió contando Nibiru. En los campos, la aflicción no cejaba. La atmósfera no se reparaba con las erupciones volcánicas. Pasó un tercer Shar, un cuarto se contó. No se obtenía oro. Los conflictos abundaban en el reino; la comida y el agua escaseaban. La unidad se perdió en el reino; las acusaciones eran abundantes. En la corte real, los sabios iban y venían; los consejeros corrían arriba y abajo.
El rey no prestaba atención a sus
palabras. Sólo buscaba consejo en su esposa; Lahama era su nombre. Si fuera el
destino, supliquemos al Gran Creador de Todo, al rey, dijo ella. ¡Suplicar, no
actuar, es la única esperanza! En la corte real, los príncipes estaban
inquietos; se le dirigían acusaciones al rey: ¡De forma estúpida y absurda,
está trayendo calamidades aún mayores en vez de cura! De los antiguos
depósitos, se recuperaron las armas; había mucho que hablar de rebelión. Un
príncipe, en el palacio real, fue el primero en tomar las armas. Con palabras
de promesa, agitó a los otros príncipes; Alalu era su nombre. ¡Que Lahma ya no
sea más el rey!, gritó. ¡Que la decisión sustituya a la vacilación! ¡Venid,
vamos a desalentar al rey en su morada; hagamos que abandone el trono!
Los príncipes hicieron caso a sus
palabras; las puertas del palacio abrieron con violencia; a la sala del trono,
su entrada prohibida, como aguas en avalancha llegaron. El rey escapó a la
torre del palacio; Alalu fue en su persecución. En la torre hubo lucha; Lahma
cayó muerto. ¡Lahma ya no está!, gritó Alalu. Ya no está el rey, anunció con
alborozo. A la sala del trono se dirigió apresuradamente Alalu, en el trono él
mismo se sentó. Sin derecho ni consejo, él mismo se proclamó rey. Se había
perdido la unidad en el reino; unos se alegraron por la muerte de Lahma, otros
se entristecieron por lo que había hecho Alalu. Viene ahora el relato del
reinado de Alalu y de la ida a la Tierra. Se había perdido la unidad en el
reino; muchos se sentían ofendidos sobre la realeza. En el palacio, los
príncipes estaban agitados; en el consejo, los consejeros estaban turbados. De
padre a hijo, la sucesión de An prosiguió en el trono; incluso Lahma, el
octavo, había sido declarado hijo por adopción. ¿Quién era Alalu? ¿Acaso era un
Heredero Legal, era el Primogénito? ¿Bajo qué derecho había usurpado el trono?
¿No era el asesino del rey?
Ante los Siete Que Juzgan, fue
convocado Alalu para considerar su suerte. Ante los Siete Que Juzgan, Alalu
expuso sus pretensiones: ¡Aún sin ser Heredero Legal ni hijo Primogénito, de
simiente real sí que era! De Anshargal desciendo, ante los jueces reclamó. De
una concubina, mi antepasado le nació a él; Alam era su nombre. Por la cuenta
de Shars, Alam fue el primogénito; a él le pertenecía el trono. Por una confabulación,
la reina dejó a un lado sus derechos! La Ley de la Simiente de la nada se
inventó, para que su hijo obtuviera la realeza. A Alam se le privó de la
realeza; y al hijo de ella, en su lugar, le fue concedida. Por descendencia,
soy el continuador de las generaciones de Alam; ¡la semilla de Anshargal está
dentro de mí! Los Siete Que Juzgan tuvieron en cuenta las palabras de Alalu.
Al Consejo de Consejeros pasaron el
asunto, para que dirimieran su veracidad o falsedad. Se trajeron los anales
reales de la Casa de Registros; con mucha atención, se leyeron. An y Antu, la
primera pareja real, estaban; tres hijos y ninguna hija a ellos les nacieron.
El Primogénito fue Anki; él murió en el trono; no tuvo descendencia. En su
lugar, el hijo mediano ascendió al trono; Anib fue su nombre. Anshargal fue su
Primogénito; al trono ascendió. Después de él, en el trono, no continuó la
realeza del Primogénito; La Ley de Sucesión se sustituyó por la Ley de la
Simiente. El hijo de una concubina era el Primogénito; por la Ley de la
Simiente, se le privaba de la realeza.
Así se le concedió la realeza al
hijo de Kishargal; siendo la razón ser hermanastra del rey. Del hijo de la
concubina, del Primogénito, los anales no hacían mención. ¡De él soy
descendiente!, gritó Alalu a los consejeros. ¡Por la Ley de Sucesión, a él le
pertenecía la realeza; por la Ley de Sucesión, a la realeza tengo ahora
derecho! Con vacilaciones, los consejeros de Alalu exigieron un juramento de
verdad. Alalu prestó el juramento; como rey le consideró el consejo. Convocaron
a los ancianos, convocaron a los príncipes; ante ellos, pronunciaron la
decisión. De entre los príncipes, un joven príncipe se adelantó; quería decir
algo acerca de la realeza. Se debería reconsiderar la sucesión, dijo a la
asamblea. Aunque ni Primogénito, ni hijo de la reina, de pura simiente
desciendo: ¡La esencia de An se preservó en mí, sin diluirse en concubina! Los
consejeros escucharon sus palabras con sorpresa; al joven príncipe le dijeron
que se acercara.
Le preguntaron su nombre. Es Anu;
¡por mi antepasado An, fui así nombrado! Le preguntaron por sus generaciones;
de los tres hijos de An, les recordó: Anki fue el Primogénito, sin hijo ni hija
murió; Anib fue el mediano, en el lugar de Anki ascendió al trono; Anib tomó
por esposa a la hija de su hermano menor; a partir de ellos, se registra en los
anales la sucesión. ¿Quién fue el hermano pequeño, hijo de An y de Antu, de la
simiente más pura? Los consejeros, admirados, se miraban entre sí. ¡Enuru era
su nombre!, les anunció Anu: ¡Él fue mi gran antepasado! Su esposa, Ninuru, era
una hermanastra; el hijo de ella fue el primogénito; Enama fue su nombre. La
esposa de éste era una hermanastra, por las leyes de simiente y sucesión, un
hijo le dio. ¡De descendientes puros continuaron las generaciones, por ley y
por simiente perfectas! Anu, por nuestro antepasado An, me pusieron mis padres
a mí; Del trono se nos apartó; de la simiente pura de An no se nos apartó! ¡Que
Anu sea rey!, gritaron muchos consejeros. ¡Que se destituya a Alalu!
Otros aconsejaron cautela: ¡Evitemos
conflictos, que prevalezca la unidad! Llamaron a Alalu, para contarle lo que se
había descubierto. Al príncipe Anu, Alalu le ofreció su brazo en abrazo; a Anu
le dijo así: Aunque de diferente descendencia, de un único antepasado
descendemos ambos; ¡vivamos en paz, juntos devolveremos la abundancia a Nibiru!
¡Déjame conservar el trono, conserva tú la sucesión! Al consejo dirigió estas
palabras: ¡Que Anu sea Príncipe Coronado, que sea él mi sucesor! ¡Que su hijo
se case con mi hija, que se unifique la sucesión! Anu hizo una reverencia ante
el consejo, ante la asamblea declaró así: De Alalu, el copero seré, su sucesor
a la espera; un hijo mío a una hija suya elegirá como novia. Ésa fue la
decisión del consejo; se inscribió en los anales reales. De esta manera, Alalu
siguió sentado en el trono. Él convocó a los sabios, a eruditos y comandantes
consultó; para decidir, obtuvo muchos conocimientos.
Que se construyan naves celestiales,
decidió, para buscar oro en el Brazalete Repujado, decidió. Los Brazaletes
Repujados destruyeron las naves; ninguna de ellas volvió. ¡Que las Armas de
Terror abran las entrañas de Nibiru, que los volcanes vuelvan a la erupción!,
ordenó entonces. Se armaron carros celestes con las Armas de Terror, con
proyectiles de terror golpearon a los volcanes desde los cielos. Las montañas
se balancearon, los valles se estremecieron, mientras grandes resplandores
estallaban con estruendo. Había mucho alborozo en el reino; había expectativas
de abundancia. En el palacio, Anu era el copero de Alalu. Él se postraría a los
pies de Alalu, le pondría la copa en la mano.
Alalu era el rey; a Anu le trataba
como a un sirviente. En el reino, el alborozo se apagó; las lluvias se negaban
a caer, los vientos soplaban con más fuerza. Las erupciones de los volcanes no
aumentaban, no sanaba la brecha en la atmósfera. Nibiru seguía recorriendo sus
vueltas en los cielos; de vuelta en vuelta, el calor y el frío se hacían más
difíciles de sufrir. El pueblo de Nibiru dejó de venerar a su rey; ¡en vez de
alivio, había traído miseria! Alalu seguía sentado en el trono. El fuerte y
sabio Anu, el primero entre los príncipes, estaba de pie ante él. Se postraría
ante los pies de Alalu, le pondría la copa en la mano. Durante nueve períodos contados,
Alalu fue rey en Nibiru.
En el noveno Shar, Anu presentó
batalla a Alalu. Desafió a Alalu a un combate mano a mano, con los cuerpos
desnudos. Que el vencedor sea rey, dijo Anu. Forcejearon entre sí en la plaza
pública; las jambas de las puertas temblaron y las paredes se remecieron. Alalu
hincó la rodilla; al suelo cayó sobre su pecho. Alalu fue derrotado en combate;
por aclamación, Anu fue proclamado rey. Anu fue escoltado hasta el palacio;
Alalu al palacio no volvió. De entre las masas, sigilosamente escapó; tenía
miedo de morir como Lahma.
Sin que lo reconocieran, fue apresuradamente hasta el lugar de los carros celestiales. Alalu se subió a un carro que arrojaba de proyectiles; cerró la portezuela tras él. Entró en la cámara de la parte delantera; ocupó el asiento del comandante. Encendió Lo-Que-Muestra-el-Camino, la cámara se llenó con una aura azulada. Levantó las Piedras de Fuego; el zumbido de éstas, como la música, era cautivador. Avivó el Gran Quebrantador del carro; arrojaba un resplandor rojizo. Sin percatarse nadie de ello, Alalu escapó de Nibiru en la nave celestial. Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino.
Las Palabras del Señor Enki
Sinopsis de la Segunda Tablilla
La
huida de Alalu en una nave espacial con armas nucleares
Pone rumbo a Ki, el séptimo planeta (la Tierra)
Por qué espera encontrar oro en la Tierra
La cosmogonía del sistema solar; el agua y el oro de Tiamat
La aparición de Nibiru desde el espacio exterior
La Batalla Celestial y la ruptura de Tiamat
La Tierra, la mitad de Tiamat, hereda sus aguas y su oro
Kingu, el principal satélite de Tiamat, se convierte en la Luna de la Tierra
Nibiru es destinada a orbitar para siempre al Sol
La llegada de Alalu y su aterrizaje en la Tierra
Alalu, al descubrir oro, tiene la suerte de Nibiru en sus manos
Una representación babilónica de la Batalla Celestial
Pone rumbo a Ki, el séptimo planeta (la Tierra)
Por qué espera encontrar oro en la Tierra
La cosmogonía del sistema solar; el agua y el oro de Tiamat
La aparición de Nibiru desde el espacio exterior
La Batalla Celestial y la ruptura de Tiamat
La Tierra, la mitad de Tiamat, hereda sus aguas y su oro
Kingu, el principal satélite de Tiamat, se convierte en la Luna de la Tierra
Nibiru es destinada a orbitar para siempre al Sol
La llegada de Alalu y su aterrizaje en la Tierra
Alalu, al descubrir oro, tiene la suerte de Nibiru en sus manos
Una representación babilónica de la Batalla Celestial
LA
SEGUNDA TABLILLA
Hacia
la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su
destino. Hacia las regiones
prohibidas se encaminó Alalu; nadie había ido antes allí,
nadie había intentado cruzar el Brazalete Repujado.
Un secreto del Principio había determinado el curso de Alalu,
la suerte de Nibiru ponía en sus manos, ¡mediante un plan, haría su realeza universal!
En Nibiru, el exilio era seguro, a la misma muerte se arriesgaba.
En su plan, había riesgos en el viaje; ¡pero la gloria eterna del éxito era la recompensa!
Como un águila, Alalu exploró los cielos; abajo, Nibiru era una bola suspendida en el vacío.
Su silueta era atractiva, su resplandor blasonaba los cielos circundantes. Su tamaño era enorme, destellaba el
fuego de sus erupciones. Su envoltorio sustentador de vida, su tono rojizo, era como espuma marina; En su
mitad, se veía la brecha, como una herida oscura.
Miró hacia abajo de nuevo; la amplia brecha se había convertido en una cubeta.
Volvió a mirar, la gran bola de Nibiru se había convertido en una fruta pequeña;
La siguiente vez que miró, Nibiru había desaparecido en el gran mar oscuro.
El remordimiento se aferró al corazón de Alalu, el miedo lo tenía entre sus manos; la decisión se trocó en duda.
prohibidas se encaminó Alalu; nadie había ido antes allí,
nadie había intentado cruzar el Brazalete Repujado.
Un secreto del Principio había determinado el curso de Alalu,
la suerte de Nibiru ponía en sus manos, ¡mediante un plan, haría su realeza universal!
En Nibiru, el exilio era seguro, a la misma muerte se arriesgaba.
En su plan, había riesgos en el viaje; ¡pero la gloria eterna del éxito era la recompensa!
Como un águila, Alalu exploró los cielos; abajo, Nibiru era una bola suspendida en el vacío.
Su silueta era atractiva, su resplandor blasonaba los cielos circundantes. Su tamaño era enorme, destellaba el
fuego de sus erupciones. Su envoltorio sustentador de vida, su tono rojizo, era como espuma marina; En su
mitad, se veía la brecha, como una herida oscura.
Miró hacia abajo de nuevo; la amplia brecha se había convertido en una cubeta.
Volvió a mirar, la gran bola de Nibiru se había convertido en una fruta pequeña;
La siguiente vez que miró, Nibiru había desaparecido en el gran mar oscuro.
El remordimiento se aferró al corazón de Alalu, el miedo lo tenía entre sus manos; la decisión se trocó en duda.
Alalu consideró si detener su
trayectoria; luego, desde
la audacia regresó
a la decisión.
Cien leguas, mil leguas recorrió el carro; diez mil leguas viajó el carro. En los amplios cielos, la oscuridad fue la más oscura; en la lejanía, las estrellas distantes parpadeaban ante sus ojos. Más leguas viajó Alalu y, luego, su mirada encontró una visión de gran alborozo:
¡En la extensión de los cielos, el emisario de los celestiales le daba la bienvenida!
El pequeño Gaga, El Que Muestra el Camino, le daba la bienvenida a Alalu con su vuelta, hasta él extendía su
bienvenida.
Deambulando desvaído, estaba destinado a viajar antes y después del celestial Antu,
con el rostro hacia delante, con el rostro hacia atrás, con dos rostros estaba dotado.
Su aparición, al ser el primero en recibir a Alalu, lo consideró éste como
un buen augurio;
¡por los dioses celestiales es bienvenido!, así lo entendió.
En su carro, Alalu siguió el sendero de Gaga; hasta el segundo dios de los cielos se dirigía.
Pronto el celestial Antu, el nombre que le diera el Rey Enshar, se divisó en la oscuridad de las profundidades;
azul como las aguas puras era su color; de las Aguas Superiores era el comienzo.
Alalu se quedó encantado con la belleza de la visión; a cierta distancia continuó su recorrido.
En la lejanía, el esposo de Antu empezó a brillar, por tamaño igual al de Antu;
Como el doble de su esposa, por un verde azulado se distinguía a An. Una fascinante multitud lo circundaba; de suelos firmes estaban provistos. Alalu les dio una afectuosa despedida a los dos celestiales, discerniendo
todavía el sendero de Gaga. Estaba mostrando el sendero hacia su antiguo señor, del cual una vez fue
consejero:
hacia Anshar, el Primero de los Príncipes de los cielos, se dirigía el recorrido.
Acelerando el carro, Alalu pudo vencer la insidiosa atracción de Anshar; ¡con anillos brillantes de fascinantes colores hechizaba el carro!
Alalu dirigió rápidamente la mirada a un lado, y desvió con fuerza Lo Que Muestra el Camino.
Entonces, ante él apareció una visión aún más temible: ¡en los cielos lejanos, la estrella brillante de la familia llegó a ver!
Una visión más atemorizadora siguió a la revelación:
Un monstruo gigante, moviéndose en su destino, arrojó una sombra sobre el Sol; ¡Kishar se tragó a su creador!
Pavoroso fue el acontecimiento; un mal augurio, pensó de hecho Alalu. El gigante Kishar, el primero de los Planetas Estables, tenía un tamaño abrumador.
Tormentas de remolinos oscurecían su rostro, y movían manchas de colores de aquí para allá;
Una hueste innumerable, unos rápidos, otros lentos, circundaban al dios celestial.
Dificultosos eran sus caminos, adelante y atrás se agitaban.
El mismo Kishar lanzó un hechizo, estaba arrojando relámpagos divinos.
Mientras Alalu observaba, su curso se vio afectado,
se distrajo su dirección, sus actos se hicieron confusos.
Después, el oscurecimiento de la profundidad comenzó a pasar: Kishar en su destino prosiguió su vuelta.
Moviéndose lentamente, levantó su velo sobre el Sol radiante; Aquél del Principio llegó a verse plenamente.
Pero la alegría del corazón de Alalu no duró demasiado;
más allá del quinto planeta, acechaba el mayor de los peligros, como ya sabía.
El Brazalete Repujado dominaba más adelante, ¡era de esperar la destrucción!
De rocas y piedras estaba compuesto, como huérfanos sin madre se agrupaban.
Abalanzándose por delante y por detrás, seguían un destino pasado.
Sus hechos eran detestables; difíciles sus senderos.
Habían devorado a los carros de exploración de Nibiru como leones hambrientos;
Se negaban a entregar el precioso oro, necesario para la supervivencia. Hacia el Brazalete Repujado se
precipitó el carro de Alalu, a enfrentarse audazmente en estrecho combate con las feroces piedras. Alalu tiró hacia arriba con más fuerza las Piedras de Fuego de su carro, dirigió Lo Que Muestra el Camino con mano firme. Las siniestras rocas cargaron contra el carro, como un enemigo al ataque en la batalla.
Alalu soltó desde el carro un proyectil portador de muerte hacia ellas; y después, otra y otra, contra el enemigo, las armas de terror arrojó. Como guerreros asustados, las rocas regresaron, abriendo un sendero paraAlalu.
Como por hechizo, el Brazalete Repujado le abrió una puerta al rey. En la oscura profundidad, Alalu pudo ver los cielos con claridad; no fue derrotado por la ferocidad del Brazalete, ¡su misión no había terminado!
En la distancia, la bola ígnea del Sol extendía su resplandor; estaba emitiendo rayos de bienvenida hacia Alalu. Delante del Sol, un planeta pardo rojizo recorría su vuelta; era el sexto en la cuenta de dioses celestiales.
Alalu no pudo sino entreverlo: sobre su predestinado recorrido, se apartaba con rapidez del sendero de Alalu.
Después, apareció la nivea Tierra, el séptimo en la cuenta celestial. Alalu puso rumbo al planeta, hacia un destino más tentador. Su atractiva esfera era más pequeña que Nibiru, su red de atracción era más débil que la de Nibiru. Su atmósfera era más delgada que la de Nibiru, en ella se arremolinaban las nubes.
Abajo, la Tierra estaba dividida en tres regiones: blanco de nieve en la cima y en la base, azul y marrón entre ellas. Con destreza, Alalu desplegó las alas de detención del carro para circundar la bola de la Tierra.
En la región media, pudo discernir tierra firme y océanos acuosos. Dirigió hacia abajo el Rayo Que Penetra, para detectar las interioridades de la Tierra.
¡Lo he conseguido!, gritó extáticamente: Oro, mucho oro, había indicado el rayo; ¡estaba por debajo de la región de color oscuro, en las aguas también había! Golpeándole el corazón en el pecho, Alalu estaba valorando una decisión:
¿haría descender su carro sobre la tierra seca, quizás para estrellareis y morir?
¿Pondría rumbo a las aguas, quizás para hundirse en el olvido? ¿Qué camino debía tomar para sobrevivir?
¿Descubriría el valioso oro? En el asiento del Águila, Alalu no se agitó; en manos del hado confió el carro.
Completamente cautivo en la red atractiva de la Tierra, el carro se iba moviendo cada vez más rápido. La alas extendidas se encendieron; la atmósfera de la Tierra era como un horno.
Luego, el carro tembló, emitiendo un estruendo mortífero.
Abruptamente, el carro chocó, deteniéndose de repente.
Sin sentido por la sacudida, aturdido por el choque, Alalu, se quedo inmóvil,
Luego, abrió los ojos y supo que estaba entre los vivos;
al planeta del oro había llegado victorioso.
Viene ahora el relato de la Tierra y su oro;
es un relato del Principio, y de cómo los dioses celestiales fueron creados. En el Principio,
cuando en el Arriba los dioses de los cielos no habían sido llamados a ser,
y en el Ki de Abajo, el Suelo Firme aún no había sido nombrado,
solo en el vacío existía Apsu, su Engendrador Primordial.
En las alturas del Arriba, los dioses celestiales aún no habían sido creados; en las aguas del Abajo, los dioses celestiales aún no habían aparecido. Arriba y Abajo, los dioses aún no habían sido formados, los destinos aún no se habían decretado.
Ninguna caña se había formado aún, ni tierra pantanosa había aparecido;
Apsu, solo, reinaba en el vacío.
Después, mediante los vientos de Apsu, las aguas primordiales se mezclaron, un hábil y divino conjuro lanzó Apsu sobre las aguas.
Sobre la profundidad del vacío, él vertió un profundo sueño;
Tiamat, la Madre de Todo, forjó como esposa para sí mismo.
¡Una madre celestial, era ciertamente una belleza acuosa!
Junto a él, Apsu trajo después al pequeño Mummu,
como mensajero suyo lo nombró, para hacerle un presente a Tiamat.
Un regalo resplandeciente concedió Apsu a su esposa:
¡un radiante metal, el imperecedero oro, para que sólo ella lo poseyera!
Después fue cuando los dos mezclaron sus aguas, para que salieran entre ellos los hijos divinos.
Varón y hembra fueron creados los celestiales; Lahmu y Lahamu por nombres se les dieron.
En el Abajo, Apsu y Tiamat les hicieron una morada. Antes de que hubieran crecido en edad y en estatura, en las aguas del Arriba, Anshar y Kishar fueron formados, sobrepasando a sus hermanos en tamaño. Los dos fueron forjados como pareja celestial; un hijo, An, en los cielos distantes fue su heredero. Después, Antu, para ser su esposa, fue creada como igual de An; la morada de ambos se hizo como frontera de las Aguas Superiores. Así fueron creadas tres parejas celestes, Abajo y Arriba, en las profundidades; por sus nombres se les llamó, ellos formaron la familia de Apsu con Mummu y Tiamat.
En aquel tiempo, Nibiru aún no se había visto, la Tierra aún no había sido llamada a ser. Estaban mezcladas las aguas celestes; aún no estaban separadas por un Brazalete Repujado.
En aquel tiempo, las vueltas aún no estaban del todo diseñadas; los destinos de los dioses aún no estaban firmemente decretados; los parientes celestiales se agrupaban; erráticos eran sus caminos. Para Apsu, sus caminos eran ciertamente detestables; Tiamat, sin poder descansar, se sentía agraviada y enfurecida. Una multitud formó para que marcharan a su lado, una multitud rugiente y terrible creó contra los hijos de Apsu. En total, once de esta especie creó; ella hizo al primogénito, Kingu, jefe entre ellos.
Cuando los dioses celestiales oyeron esto, en consejo se reunieron.
¡Ha elevado a Kingu, le ha dado mando hasta el grado de An!, se dijeron entre sí.
Una Tablilla de Destino en su pecho ha puesto, para que se procure su propia vuelta,
ha instruido a su vastago Kingu para combatir contra los dioses.
¿Quién se resistirá a Tiamat?, los dioses se preguntaron entre sí.
Ninguno en sus vueltas se adelantó, ninguno llevaría un arma para la batalla.
En aquel tiempo, en el corazón de lo Profundo fue engendrado un dios,
nació en una Cámara de Hados, un lugar de destinos.
Un hábil Creador lo forjó, era hijo de su propio Sol.
Desde lo Profundo, donde fue engendrado, el dios se separó de su familia en un arrebato;
con él llevaba un regalo de su Creador, la Simiente de Vida.
Puso rumbo hacia el vacío; un nuevo destino estaba buscando.
La primera en atisbar al celestial errante fue la siempre atenta Antu.
Su figura era atractiva, resplandecía radiante, señoriales eran sus andares, extremadamente grande era su curso. De todos los dioses era el más elevado, su vuelta sobrepasaba a las de los demás. La primera en vislumbrarlo fue Antu, de cuyo pecho ningún hijo había mamado.
¡Ven, sé mi hijo!, le llamó. ¡Deja que sea tu madre! Ella le arrojó su red y le dio la bienvenida, hizo su rumbo adecuado para el propósito. Sus palabras llenaron de orgullo el corazón del recién llegado; aquella que lo criaría lo hizo altivo.
Su cabeza hasta el doble de su tamaño creció; cuatro miembros a sus lados le brotaron.
El movió sus labios en reconocimiento, un fuego divino fulguró desde ellos. Viró su rumbo hacia Antu, y no tardó en mostrar su rostro a An. Cuando An lo vio, ¡Hijo mío!, exaltado gritó.
¡Para el liderazgo se te confiará! ¡Junto a ti, una hueste serán tus sirvientes! ¡Que Nibiru sea tu nombre, conocido por siempre como Cruce!
Él se postró ante Nibiru, volvió su rostro ante el paso de Nibiru; extendió su red, cuatro sirvientes formó para Nibiru, para que fueran, junto a él, su hueste: el Viento Sur, el Viento Norte, el Viento Este, el Viento Oeste.
Con el corazón gozoso, An anunció a Anshar, su predecesor, la llegada de Nibiru.
Al oír esto, Anshar envió a Gaga, que estaba a su lado, como emisario. Palabras de sabiduría le transmitió a An, para asignarle una tarea a Nibiru. Él le encargó a Gaga que pusiera voz a lo que había en su corazón, a An
decirle así:
Tiamat, la que nos engendró, ahora nos detesta; ha puesto en pie una hueste de guerra, está enfurecida y llena de ira. Contra los dioses, sus hijos, once guerreros marchan a su lado; de entre ellos, ha elevado a Kingu, y le ha marcado en el pecho un destino sin derecho. Ningún dios entre nosotros podrá sostenerse frente a su malevolencia, su hueste ha puesto el miedo en todos nosotros. ¡Que Nibiru se convierta en nuestro Vengador! ¡Que él venza a Tiamat, que salve nuestras vidas!
¡Para él decreto un hado, que salga y se enfrente a nuestra poderosa enemiga!
Gaga partió hacia An; se postró ante él y las palabras de Anshar repitió. An repitió a Nibiru las palabras de su predecesor, le reveló a él el mensaje de Gaga. Nibiru escuchó maravillado las palabras; fascinado oyó hablar de la madre que devoraría a sus hijos.
Sin decirlo, su corazón ya lo había impulsado a salir contra Tiamat. Abrió la boca, y dijo así a An y a Gaga: ¡Si para salvar vuestras vidas he de vencer a Tiamat, convocad a los dioses en asamblea, proclamad supremo mi destino! ¡Que todos los dioses acuerden en consejo hacerme el líder, someterse a mi mandato!
Cuando Lahmu y Lahamu oyeron esto, gritaron angustiados: ¡Extraña era la demanda, no se puede comprender su sentido!, dijeron ellos. Los dioses que decretan los hados consultaron entre sí;
Accedieron a hacer de Nibiru su vengador, para él decretaron un hado exaltado;
¡A partir de este día, inalterables serán tus mandatos!, le dijeron a él.
¡Ninguno de entre nosotros los dioses transgrediremos tus límites!
¡Ve, Nibiru, sé nuestro Vengador!
Forjaron para él una vuelta principesca para que avanzara hacia Tiamat; le dieron sus bendiciones a Nibiru, le dieron armas terribles a Nibiru.
Anshar forjó tres vientos más de Nibiru: el Viento Maligno, el Torbellino, el Viento Sin Par.
Kishar llenó su cuerpo con una llama ardorosa, y una red para envolver a Tiamat. Así, listo para la batalla, Nibiru puso rumbo en dirección a Tiamat.
Viene ahora el relato de la Batalla Celestial, y de cómo la Tierra vino a ser, y del destino de Nibiru.
El señor salió; establecido por los hados, siguió su rumbo; a la terrible Tiamat plantó cara, con sus labios pronunció un conjuro.
Como manto de protección, puso en marcha el Pulsador y el Emisor; con una impresionante radiación fue coronada su cabeza.
A su derecha, apostó al Que Hiere; en su izquierda, colocó al Repulsor.
Los siete vientos, su hueste de auxiliares, como una tormenta envió;
Se precipitó hacia la terrible Tiamat, con un clamor de batalla.
Los dioses se arremolinaron junto a él, después se apartaron de su caminó, avanzó solo para examinar a Tiamat y a sus ayudantes, para hacerse una idea de los planes de Kingu, el comandante de su hueste.
Cuando vio al valiente Kingu, se le nubló la vista; mientras miraba a los monstruos, se le distrajo la dirección, su rumbo se trastocó, sus actos se confundieron.
El grupo de Tiamat la rodeaba estrechamente, temblaban de terror.
Tiamat estremeció sus raíces, un rugido poderoso emitió; lanzó un hechizo sobre Nibiru, lo envolvió con sus encantos.
iLa suerte entre ellos estaba echada, la batalla era inevitable!
Cara a cara se encontraron, Tiamat y Nibiru; avanzaban uno contra otro
Se acercaban a la batalla, buscando el singular combate.
El Señor extendió su red, para envolverla la lanzó;
Tiamat gritó con furia; como poseída, perdió sus sentidos. El Viento Maligno, que había estado tras él, a Nibiru adelantó, ante el rostro de ella lo soltó; ella abrió la boca para tragarse al Viento Maligno, pero no pudo cerrar los labios.
El Viento Maligno cargó contra su vientre, se abrió paso en sus entrañas. Sus entrañas aullaban, su cuerpo se dilató, la boca se le abrió.
A través de la abertura, Nibiru disparó una flecha brillante, un relámpago divino.
La flecha le despedazó las entrañas, le hizo pedazos el vientre; le desgarró la matriz, le partió el corazón.
Habiéndola sometido así, él extinguió su aliento vital. Nibiru contempló el cuerpo sin vida, Tiamat era ahora un cadáver masacrado.
Junto a su señora sin vida, sus once ayudantes temblaban de terror; quedaron capturados en la red de Nibiru, incapaces como eran de huir. Kingu, a quien Tiamat había hecho jefe de su hueste, estaba entre ellos. El Señor le puso grilletes, y a su señora sin vida lo encadenó. Le arrebató a Kingu las Tablillas de los Destinos, que sin ningún derecho se le habían dado, le estampó su propio sello, sujetó el Destino a su propio pecho. Al resto del grupo de Tiamat los ató como cautivos, en su propia vuelta los atrapó.
Los puso bajo su pie, los cortó en pedazos.
Los ató a todos a su vuelta; les hizo girar alrededor, con el rumbo invertido. Después, Nibiru partió del Lugar de la Batalla, anunció la victoria a los dioses que le habían nombrado. Dio la vuelta alrededor de Apsu, hacia Kishar y Anshar viajó. Gaga salió a recibirle, y como heraldo hacia los demás viajó después. Más allá de An y Antu, Nibiru se encaminó hacia la Morada en lo Profundo.
Sobre la suerte de la inerte Tiamat y de Kingu reflexionó después, a Tiamat, a la que había sometido, el Señor Nibiru volvió más tarde. Se encaminó hacia ella, se detuvo a ver su cuerpo sin vida; estuvo planeando en su corazón dividir hábilmente al monstruo.
Después, como un mejillón, en dos partes la dividió, separó el tronco de las partes inferiores.
Separó los canales internos de ella, maravillado contempló sus venas doradas. Pisando su parte posterior, el Señor cortó completamente la parte superior. El Viento Norte, su ayudante, a su lado llamó, que se llevara la cabeza cercenada, le ordenó al Viento, que la pusiera en el vacío.
El Viento de Nibiru se cernió pues sobre Tiamat, barriendo sus chorreantes aguas.
Nibiru disparó un rayo, al Viento Norte le dio una señal; en un resplandor, la parte superior de Tiamat fue llevada a una región desconocida.
Con ella, también fue exiliado el encadenado Kingu, para que fuera compañero de la parte seccionada.
Después, Nibiru reflexionó sobre la suerte de la parte posterior: quería que fuera un trofeo imperecedero de la batalla, un recordatorio constante en los cielos, que señalara el Lugar de la Batalla.
Con su maza, golpeó la parte posterior hasta hacerla trozos pequeños, después los enlazó en una banda hasta formar un Brazalete Repujado, entrelazándolos, los situó como guardianes, un Firmamento para dividir las aguas de las aguas.
Las Aguas Superiores por encima del Firmamento de las Aguas Inferiores separó; así forjó Nibiru sus hábiles obras.
Después, el Señor cruzó los cielos para inspeccionar las regiones; desde la zona de Apsu hasta la morada de Gaga midió las dimensiones.
Se detuvo y vaciló; después, regresó lentamente al Firmamento, al Lugar de la Batalla.
Pasando de nuevo por la región de Apsu, en la desaparecida esposa del Sol pensó con remordimiento.
Contempló la mitad herida de Tiamat, prestó atención a la Parte Superior; las aguas de vida, generosas en ella, de las heridas seguían manando, sus venas doradas reflejaban los rayos de Apsu. De la Simiente de la Vida, del legado del Creador, se acordó entonces Nibiru. ¡Cuando puso su pie sobre Tiamat, cuando la partió en pedazos, sin duda él le impartió la simiente a ella!
Nibiru se dirigió a Apsu, diciéndole así: ¡Con tus cálidos rayos, da salud a las heridas! ¡Que a la parte rota nueva vida le sea dada, que sea en tu familia como una hija, que las aguas en un lugar se reúnan, que aparezca tierra firme! ¡Por Tierra Firme que sea llamada, Ki será su nombre a partir de ahora! Apsu hizo caso a las palabras de Nibiru: ¡Que la Tierra se una a mi familia, Ki, Tierra Firme del Abajo, que Tierra sea su nombre a partir de ahora! ¡Que, con su giro, haya día y haya noche; en los días, la proveeré con mis rayos curadores!
¡Que Kingu sea una criatura de la noche, lo designaré para que brille en la noche compañera de la Tierra, para siempre Luna será! Nibiru escuchó satisfecho las palabras de Apsu. Nibiru cruzó los cielos e inspeccionó las regiones, a los dioses que le habían elevado concedió posiciones permanentes, destinó sus vueltas para que ninguno transgrediera la de los demás ni se quedara corto.
Fortaleció las esclusas celestes, puso puertas en ambos lados. Una morada remota eligió para sí, más allá de Gaga estaban sus dimensiones.
Le suplicó a Apsu que decretara para él la gran vuelta como su destino. Todos los dioses levantaron su voz desde sus posiciones: ¡Que la soberanía de Nibiru sea sobresaliente!
¡El más radiante de los dioses es, que sea en verdad el Hijo del Sol! Desde su región, Apsu dio su bendición: ¡Nibiru mantendrá el cruce de Cielo y Tierra; Cruce será su nombre!
Los dioses no cruzarán ni arriba ni abajo;
Él mantendrá la posición central, será el pastor de los dioses.
¡Un Shar será su vuelta; ése será su Destino para siempre!
Viene ahora el relato de cómo comenzaron los Tiempos de Antaño, y de la era que, en los Anales, fue conocida por el nombre de Era Dorada, y cómo fueron las misiones de Nibiru a la Tierra para obtener oro.
La huida de Alalu desde Nibiru fue su comienzo.
Alalu estaba dotado de gran entendimiento, muchos conocimientos había adquirido en su aprendizaje. De su antecesor Anshargal, de los cielos y las vueltas había amasado muchos conocimientos,
a través de Enshar, sus conocimientos aumentaron grandemente; de todo ello aprendió mucho Alalu; con los sabios discutía, a eruditos y comandantes consultaba. Así se determinaron los conocimientos del Principio, así poseyó Alalu estos conocimientos. El oro en el Brazalete Repujado era la confirmación, el oro en el Brazalete Repujado era el indicio del oro en la Parte Superior de Tiamat.
Y al planeta del oro llegó Alalu victoriosamente, con un choque atronador de su carro. Con un rayo, exploró el lugar, para descubrir sus alrededores; su carro descendió en tierra seca, al filo de amplias tierras pantanosas aterrizó.
Se puso un casco de Águila, se puso un traje de Pez.
Abrió la portezuela del carro; ante la portezuela abierta se detuvo para asombro.
Oscuro era el suelo, azul-blanco eran los cielos; no había sonidos, nadie que le ofreciera la bienvenida.
¡Estaba solo en un planeta extraño, quizás exiliado para siempre de Nibiru!
Bajó a tierra, sobre el oscuro suelo puso el pie; había colinas en la distancia; en las cercanías, había mucha vegetación.
Ante él, había tierras pantanosas, en ellas se introdujo; con el frío de sus aguas se estremeció.
¡Volvió al suelo seco; estaba solo en un planeta extraño! Se vio poseído por sus pensamientos, esposa y descendientes con nostalgia recordaba; ¿estaría exiliado de Nibiru para siempre?, se preguntaba esto una y otra vez.
No tardó en volver al carro, con alimento y bebida para mantenerse. Después, le venció un profundo sueño, una poderosa ensoñación. Cuánto tiempo estuvo durmiendo, no podía recordarlo; tampoco podía decir qué le había despertado.
Fuera había mucho resplandor, un resplandor nunca visto en Nibiru. Extendió un palo desde el carro; con un Probador estaba equipado. El Probador respiró el aire del planeta; ¡indicó su compatibilidad! Abrió la portezuela del carro, con la portezuela abierta tomó aire. Otra vez tomó aire, y otra y otra; ¡ciertamente, el aire de Ki era compatible!
Alalu aplaudió, se puso a cantar una alegre canción. Sin el casco de Águila, sin el traje de Pez, bajó hasta el suelo. ¡El resplandor del exterior era cegador; los rayos del Sol lo abrumaban! Volvió al carro, se puso una máscara para los ojos. Tomó el arma portátil, asió el práctico Tomador de Muestras. Bajó a tierra, sobre el oscuro suelo puso el pie. Se encaminó hacia los cenagales; oscuras y verdosas eran las aguas. En el borde de la ciénaga había guijarros; Alalu tomó un guijarro, lo arrojó a la ciénaga.
Sus ojos vislumbraron un movimiento en la ciénaga: ¡las aguas estaban llenas de peces!
Introdujo el Tomador de Muestras en la ciénaga, para considerar las turbias aguas; el agua no era adecuada para beber, descubrió Alalu muy decepcionado. Se alejó de las ciénagas, y fue en dirección a las colinas. Pasó a través de la vegetación; los arbustos daban paso a los árboles.
El lugar era como un huerto, los árboles estaban cargados de frutos.
Seducido por su dulce aroma, Alalu tomó una fruta; se la puso en la boca.
¡Si dulce era su aroma, más dulce era su sabor! Alalu se deleitó enormemente.
Alalu caminaba evitando los rayos del Sol, dirigiéndose hacia las colinas.
Entre los árboles, sintió humedad bajo sus pies, una señal de aguas cercanas.
Puso rumbo en dirección a la humedad; en mitad del bosque había un estanque, una laguna de aguas silenciosas.
Sumergió el Tomador de Muestras en la laguna, ¡el agua era buena para beber!
Alalu rió; una risa sin fin hizo presa en él.
¡El aire era bueno, el agua era apta para beber; había fruta, había peces!
Entusiasmado, Alalu se agachó, juntó las manos haciendo un cuenco, llevó agua hasta su boca.
El agua tenía frescura, un sabor diferente del agua de Nibiru.
Bebió una vez más y luego, asustado, dio un salto: podía escuchar un bisbiseo; ¡un cuerpo se deslizaba por la orilla de la laguna!
Aferró el arma portátil, dirigió una ráfaga de su rayo hacia lo que silbaba.
Lo que se movía se detuvo, el silbido terminó.
Alalu se adelantó para examinar el peligro.
El cuerpo que se deslizaba estaba inmóvil; la criatura estaba muerta, una visión de lo más extraña: su largo cuerpo era como una cuerda, sin manos ni pies era el cuerpo; había ojos fieros en su pequeña cabeza, fuera de la boca colgaba una larga lengua.
¡Algo que nunca antes había visto en Nibiru, una criatura de otro mundo!
¿Sería el guardián del huerto?, meditó Alalu para sí mismo. ¿Sería el dueño del agua?, se preguntó.
Puso agua en un recipiente que llevaba; muy alerta, reemprendió el camino hasta su carro.
También tomó las frutas dulces; hacia el carro se encaminó.
La brillantez de los rayos del Sol había disminuido enormemente; era oscuro cuando llegó al carro.
Alalu reflexionó sobre la brevedad del día, su brevedad le sorprendió.
Sobre los pantanos, una fría luminosidad se elevaba en el horizonte.
No tardó en elevarse en los cielos una esfera blanquecina:
Kingu, el compañero de la Tierra, estaba contemplando.
Lo que en los relatos del Principio, sus ojos podían ver ahora la verdad: los planetas y sus vueltas, el Brazalete Repujado, Ki, la Tierra, Kingu, su luna, ¡todos fueron creados, todos por sus nombres llamados!
En su corazón, Alalu conocía una verdad más que era necesario contemplar: el oro, el medio para la salvación, era necesario encontrarlo.
Si había verdad en los relatos del Principio, si fueron las aguas las que lavaron las venas doradas de Tiamat, ¡en las aguas de Ki, su mitad cercenada, se encontraría el oro!
Con manos vacilantes, Alalu desmontó el Probador del palo del carro.
Con manos temblorosas, se puso el traje de Pez, esperando ansioso la rápida llegada de la luz diurna.
Al nacer el día, salió del carro, a los pantanos rápidamente se encaminó.
Se introdujo en aguas más profundas, sumergió el Probador en las aguas.
Ansioso observaba su iluminada faz, el corazón le golpeaba en el pecho.
El Probador indicaba los contenidos del agua, con símbolos y números desvelaba sus hallazgos.
Y, después, el latido del corazón de Alalu se detuvo: ¡Hay oro en las aguas, estaba diciendo el Probador!
Inestable sobre sus piernas, Alalu se adelantó, se dirigió hacia lo más profundo del pantano.
Una vez más, sumergió el Probador en las aguas; ¡una vez más, el Probador anunció oro!
Un grito, un grito de triunfo, de la garganta de Alalu emanó: ¡la suerte de Nibiru estaba ahora en sus manos!
De vuelta al carro se dirigió, se quitó el traje de Pez, ocupó el asiento del comandante.
Animó las Tablillas de los Destinos que conocen todas las vueltas, para encontrar la dirección hacia la vuelta de Nibiru.
Levantó el Hablador de Palabras, para llevar las palabras a Nibiru.
Después, hacia Nibiru pronunció las palabras, diciendo así: Las palabras del gran Alalu hacia Anu en Nibiru se dirigen. ¡En otro mundo estoy, he encontrado el oro de la salvación; la suerte de Nibiru está en mis manos; debes escuchar mis condiciones!
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