jueves, 14 de noviembre de 2013

TERNURA





Es un grave error al querer mutilar al ser humano desconociendo una de sus características más típicas que es la ternura, insistimos en considerarla como una debilidad vergonzosa. Quizá sea porque no hemos sabido que la ternura es precisamente eso: una gran fuerza que nace de lo más frágil, una huella del Creador en nosotros, la forma más delicada de amor.
 
Desde el punto de vista antropológico, la ternura forma parte de lo esencial del ser humano. Tan esencial que nos cuesta bastante esfuerzo llegar a la “médula”. La ternura es esa capacidad de dar gratuitamente cuidado, protección, cariño, consuelo; es un don de doble vía que para que se manifieste como verdaderamente es, hay que aprender a ser recíprocos: saber dar  y  saber recibir ternura. Se sabe recibir cuando sabemos reconocer con humildad (léase grandeza) nuestra carencia solo así podemos dar sin alardes de prepotencia, porque sabemos que nosotros también necesitamos de ella.
 
Entre la ternura y la pasión hay diferencia. La pasión es como la violenta explosión de un volcán,  que luego se apaga. La ternura es quietud de la piel y del corazón, la ternura se ve en los detalles: grandes o pequeños, importantes o superfluos no importa, está allí en los detalles, es delicada, tierna, cálida, se insinúa en una caricia placentera, en un abrazo amoroso, en un beso necesario, en una palabra oportuna, en un sencillo apretón de manos que nos informa que el otro está presente y que yo puedo contar con él. Y hasta la ternura puede estar en un momento de silencio comprensivo.
 
A pesar de que sabemos toda esta teoría sobre la abundancia de la ternura, en nuestra vida agitada nos importa primero resolver lo urgente postergando lo importante, y la ternura, que es importante, queda postergada para nunca.
En el matrimonio, la ternura crea esa confianza de que el uno cuenta con el otro, más allá de la pasión. Seguro que en estos días que se nombra al amor y a la amistad nos han llevado a pensar en ¿Cuántas veces hemos deseado que nuestro amado nos tome entre sus brazos por sorpresa? o ¿Cuántas otras nos invadió esa dolorosa sensación de carencia de ternura en nuestra relación?
 
Gran parte de los problemas de pareja  tienen origen en no saber “hacer el amor”, y no me refiero ahora al sentido sexual de “hacer el amor”, sino a no saber construir una relación estable, fiel, duradera en la que podamos decir ¡que nos sentimos verdaderamente felices, realizados! El amor se hace con actos de delicada ternura juntando deseos y satisfacciones, perdones, olvidos, caricias, besos y otra vez y mil veces más perdones, trayendo recuerdos, aquellos recuerdos buenos con los que nació nuestro amor. Lograrlo implica decisión, perseverancia, valor y sobre todo ternura.
 
Si nos amamos sentimos esa necesidad de compañía, el placer de estar cerca. La caricia reconoce en el otro ese espacio vital para que el amor se convierta en lo más importante de la realidad humana.

Zoila Isabel Loyola Román
 
 
 

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