Lujuria (del latín luxus:
'abundancia', 'exuberancia') es el deseo sexual desordenado e incontrolable.
Existe un sentido no sexual de la lujuria que se refiere a un deseo apasionado
de algo. Lascivia, asimilable a lujuria, es el apetito o deseo excesivo de
placeres sexuales.
La lujuria, en contraposición con
las conductas sexuales consideradas normales o aceptadas socialmente, es la
exacerbación, desorden o falta de control de los deseos sexuales que se
manifiesta en lo que podría calificarse como conducta sexual patológica.
La consideración legal, ética y
moral de los comportamientos considerados lujuriosos tiene características
personales y sociales. Así, hay que distinguir el comportamiento sexual humano
que puede considerarse delito -según la legislación de distintos países- (como
en general son la violación, pedofilia, parafilia e incesto y dependiendo de
los países el adulterio, la prostitución o la pornografía, etc.), de aquellos
comportamientos sexuales individuales o colectivos que pueden practicarse
legalmente y pueden ser considerados inadecuados o lujuriosos por otros
individuos.
La literatura romántica es clara
al respecto: el enamorado siente que todo le da vueltas, nota las célebres
mariposas en el estómago, no puede pensar nada más que en la otra persona y
cuenta las horas que median hasta el reencuentro con el ser amado. Un estado
físico y mental que resulta ruinoso si lo ponemos en términos clínicos
–hablamos de ansiedad, sofoco, mareos y episodios de obsesión, entre otros
síntomas–, pero que se convierte de repente en algo deseable, positivo e
incluso mágico, según sea el grado de entusiasmo con que vivamos el trastorno.
La explicación, según un reciente estudio, radica en nuestro cerebro, que
podría estar inmunizándonos contra los efectos adversos de la pasión a través
de una especie de enajenación mental transitoria.
En su libro Why We Love: The
Nature and Chemistry of Romantic Love –Por qué amamos: naturaleza y química del
amor romantico, ed. Punto de Lectura–, la antropóloga Helen Fisher, de la
Rutgers University de Nueva Jersey, recoge las conclusiones a las que ha
llegado tras estudiar las raíces psicofísicas del amor durante más de 35 años.
La principal de ellas es la de que esta emoción se desarrolla en tres fases
–que llama de lujuria, de atracción y de compromiso– que desatan distintos
procesos bioquímicos en tres áreas diferenciadas del cerebro.
Si necesitamos estar con la
persona amada es por la acción de la dopamina
Durante la primera fase –en la
que el deseo sexual es más fuerte–, serían las hormonas sexuales, en particular
testosterona y estrógeno, las que toman las riendas de nuestro cerebro. En el
segundo estadio del enamoramiento –en el que experimentamos los sentimientos
más encontrados y atravesamos por episodios obsesivos– descienden los niveles
de estos químicos y suben los de adrenalina, dopamina y serotonina.
La adrenalina explica la
afectación física que adquiere el amor y se traduce en nerviosismo,
transpiración o pupilas dilatadas. La dopamina está relacionada con el modo con
que nuestro cerebro regula el juego entre deseo y recompensa, y sería
responsable de la sensación de necesidad que experimentamos respecto a la
persona amada. La serotonina, por último, cambia el modo en que pensamos;
cuando nos enamoramos, los niveles de este neurotransmisor ascienden hasta
equipararse con los de cualquiera diagnosticado de trastorno
obsesivo-compulsivo, lo que nos impide darnos cuenta de que estamos cayendo en
un proceso obsesivo irracional.
El amor, según Fisher, no es
ciego, pero casi. El conjunto de cambios en nuestro cerebro –que incluyen la
inhibición de procesos neurálgicos relacionados con lo social y el apagón de la
zona límbica que gestiona los sentimientos negativos– y el cóctel químico que
nubla nuestro juicio afectan de modo determinante a nuestra percepción de la
realidad, en particular durante estas dos primeras fases. El estado, por
suerte, no dura para siempre. Fisher especula con que, dependiendo de la
persona, el individuo no puede volver a enamorarse químicamente –y esto implica
enamorarse a secas– hasta pasado un lapso que en adultos va de los seis meses a
los tres años. Los adolescentes, según la experta, atraviesan estas dos fases
con mayor frecuencia e intensidad debido al desorden hormonal propio de su
edad. La tendencia adolescente a enamorarse mucho no se debería, pues, a la
inmadurez o la falta de experiencia: sencillamente, no podrían evitarlo.
Las hormonas infieren en nuestra
capacidad de raciocinio igual que lo hacen los tóxicos
En la tercera fase del amor,
también la más duradera, serían la hormona antidiurética –la arginina
vasopresina– y la oxitocina –una hormona relacionada con el comportamiento
maternal– las que nublan nuestro sentido. La primera, entre otros efectos,
contribuye a que adoptemos una actitud monógama. La segunda –cuyos niveles se
disparan entre las mujeres tras el parto y durante la lactancia–, es
responsable de nuestro deseo de tener hijos. Producimos más cantidad de ambas cuando vivimos en pareja y
en particular, a través del contacto físico.
Es lo que mantiene el célebre
antropólogo evolutivo Robin Dunbar, de la Oxford University, que en su reciente
publicación The Science of Love and Betrayal (ed. Faber and Faber) sostiene que
son las endorfinas las verdaderas responsables de las relaciones duraderas. Si
la hormona sexual, la serotonina o la vasopresina nos llevan a enamorarnos,
sería la endorfina la responsable de que, después, sigamos enamorados durante
años. La oxitocina, explica, “tiene una vida relativamente corta, demasiado
para contribuir de forma significativa a la consolidación de una pareja
duradera. Para explicar estas relaciones necesitamos algo más robusto, más
persistente: es ahí donde entran las endorfinas”.
El sufrimiento tras la ruptura se
debe a la interrupción violenta de determinados procesos bioquímicos
Este neurotransmisor tiene un
efecto sedante y analgésico similar al de los opiáceos, y está demostrado que
el hipotálamo y la pituitaria los producen durante la excitación, el dolor, el
orgasmo o el ejercicio, además de cuando comemos chocolate o picantes. También
el contacto físico estimula su liberación, en este caso de forma sostenida y
constante a lo largo de la relación. Son una sustancia adictiva, lo que también
explicaría el patrón de comportamiento
que adquieren muchos enamorados, que parecen incapaces de vivir el uno
sin el otro y emprenden relaciones que llamamos, precisamente, dependientes.
Si el amor “es algo complicado”,
según Dunbar, es porque consiste en "un proceso diseñado evolutivamente
para que nos enganchemos a otra persona". Interrumpir ese proceso resulta
siempre traumático, pues el cerebro se ve obligado a abortar violentamente su
estricto programa de hormonado. Ante la ausencia repentina de aquella persona a
la que profesamos amor, nuestro cuerpo no sabe cómo reaccionar, pues a esas
alturas del proceso ya estamos inundados de hormonas que nos empujan a
comportarnos de una manera que choca frontalmente con la realidad. Estamos a
merced, en resumen, de nuestra propia bioquímica.
El experto, en todo caso, matiza
que no del todo. En el amor, explica Dunbar, “hay siempre un juego entre lo
consciente y lo inconsciente”. Aunque muchos factores de acción inadvertida nos
impelan a lanzarnos, también “existen una serie de puntos durante el proceso en
los que nos detenemos y nos preguntamos: ¿realmente quiero llegar más lejos?”.
Y muchas personas, comenta el experto, toman la decisión de no hacerlo “pese al
increíble efecto de los bioquímicos”. De modo que la ciencia, explica, está
lejos de poder arruinar el romanticismo con sus explicaciones: “Todavía hay
muchas cosas que desconocemos”.
En general los comportamientos
lujuriosos tienen la exacerbación y el descontrol sexual como característica
fundamental que puede manifestarse en cualquier comportamiento sexual. Esto
tiene su explicación en el hecho de que casi todo comportamiento que involucre
estimulación sexual, dependiendo de su intensidad, genera un goce cuya magnitud
difícilmente puede compararse con el goce generado por otras actividades, por
lo que, bajo el supuesto de que se comprenda el funcionamiento del mecanismo
que origina dicho goce, surge naturalmente (lo cual a su vez depende del grado
de egoísmo del sujeto que experimenta el goce) el deseo de experimentar un goce
igual, o a ser posible superior, mediante la repetición, constante o no, de
dicho estímulo, siendo en consecuencia la codicia por dicho goce lo que impulsa
o puede impulsar a abandonar la responsabilidad de controlarse en el ejercicio
de la actividad sexual, en pos de prolongar el goce experimentado.[cita
requerida]
En general la moral sexual
religiosa es muy restrictiva en el comportamiento sexual humano considerado
aceptable. Así califica muchas prácticas y comportamientos sexuales como
desordeandos y lujuriosos. Sin embargo, muchas religiones tenían y tienen
deidades de la lujuria -a veces del amor y la belleza-, sin que fueran
moralmente reprobables.
Los siguientes son diosas y
dioses del sexo, el amor y la lujuria de distintas culturas, mitologías y
religiones:
Afrodita Mitología griega, diosa del amor, la lujuria,
la belleza y la reproducción.
Anuket Mitología egipcia, diosa del Nilo, también
diosa de la lujuria.
Cupido Mitología romana, dios del deseo amoroso,
-también llamado Amor-, hijo de Venus y Marte. Equivalente al griego Eros.
Dioniso Mitología griega, dios del vino, inspirador
de la locura ritual y el éxtasis.
Eros Dios primordial de la mitología griega
responsable de la atracción sexual, el amor y el coito, venerado también como
un dios de la fertilidad.
Freyja Mitología nórdica, diosa del amor, la belleza
y fertilidad. La gente la invocaba para obtener felicidad en el amor, asistir
en los partos y para tener buenas estaciones.
Huitaca Mitología muisca, diosa de origen lunar, se
oponía a las enseñanzas de Bochica y a causa de su hermosura, predicaba la
desobediencia, las borracheras y los placeres carnales.
Kāmadeva Dios hindú del amor. Su nombre kāma significa
‘deseo sexual’ (según algunos monjes hindúes: ‘lujuria’, más peyorativo) y
deva: ‘dios’. El conocido libro Kama Sutra (‘aforismos de Kāma’ o ‘máximas
sobre el amor’) de Vātsyāyana está inspirado en este dios hindú.
Lilith Figura legendaria del folclore judío, de
origen mesopotámico. Se la considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva.
Abandonó el Edén por propia iniciativa y se instaló junto al Mar Rojo,
uniéndose allí con Asmodeo, que sería su amante, y con otros demonios.
Pan Semidiós de los pastores y rebaños en la
mitología griega. Dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina
desenfrenada.
Tlazoltéotl Mitología mexica, diosa de la tierra, el sexo
y la inmoralidad.
Venus Mitología romana, diosa relacionada con el
amor, la belleza y la fertilidad.
Para la Iglesia católica romana
la lujuria es un pecado capital.- En
opinión de Alfonso Aguiló Pastrana, según escribe en su libro "Es
razonable ser creyente": La moral sexual sostiene que al igual que el uso
inadecuado del alcohol conduce al alcoholismo, el uso inadecuado del sexo
provoca también una dependencia y una sobreexcitación habitual que reducen la
capacidad de amar. Y de manera semejante a como el paladar puede estragarse por
el exceso de sabores fuertes o picantes, el gusto sexual estragado por lo
erótico se hace cada vez más insensible, más ofuscado para percibir la belleza,
menos capaz de sentimientos nobles y más ávido de sensaciones artificiosas, que
con facilidad conducen a desviaciones extrañas o a aburrimientos mayúsculos.
Sobrealimentar el instinto sexual lleva a un funcionamiento anárquico de la
imaginación y de los deseos. Cuando una persona adquiere el hábito de dejarse
arrastrar por los ojos, o por sus fantasías sexuales, su mente tendrá una carga
de erotismo que disparará sus instintos y le dificultará conducir a buen puerto
su capacidad de amar.
Aunque la clave de la ética no
son las prohibiciones, tampoco puede obviarse que toda ética supone mandatos y
prohibiciones. Cada prohibición custodia y asegura unos determinados valores,
que de esa forma se protegen y se hacen más accesibles. Esas prohibiciones, si
son acertadas, ensanchan los espacios de libertad de valores importantes para
el hombre. Así sucede en cualquier ámbito moral o jurídico: proteger el derecho
a la vida, a la propiedad, al medio ambiente, a la intimidad, etc., supone
prohibiciones y obligaciones para uno mismo y para los demás; de lo contrario,
todo quedaría en una ingenua e ineficaz manifestación de intenciones. La moral
no puede verse como una simple y fría normativa que coarta, y mucho menos como
un mero código de pecados y obligaciones. Hay ciertamente prohibiciones y
mandatos, pero se remiten a unos valores que así se protegen y fomentan. Las
exigencias de la moral vigorizan a la persona, la aúpan a su desarrollo más
pleno, a su más auténtica libertad.
La religión, además, sostiene que
el deseo sexual no es malo de por sí. La lujuria –el mal uso del sexo– es una
deformación de la legítima apetencia sexual humana, igual que el cáncer de
hígado es una alteración del hígado, órgano que nada tiene de innoble. Confundir
el deseo sexual con la lujuria sería como confundir un órgano con el tumor que
lo está destruyendo. De la misma manera que un tumor destruye un órgano cuando
sus propias células tienen un desarrollo ajeno a su función natural, puede
decirse que la búsqueda del placer sexual fuera de sus leyes naturales produce
una alteración en la función sexual natural del hombre.
La lujuria en el Islám.- El Islam, como el cristianismo, recomienda el
matrimonio, donde únicamente pueden darse las relaciones sexuales. A diferencia
del cristianismo no recomienda ni el monacato ni el celibato. Si las relaciones
sexuales están prohibidas fuera del matrimonio, el Islám condena las relaciones
prematrimoniales, considerándolas en todo caso adulterio (zina); también condena
la masturbación. También condena la satisfacción de las relaciones entre
personas del mismo sexo (homosexualidad y lesbianismo). El único camino
aceptable fuera del matrimonio es la abstinencia o castidad; así, la lujuria se
inscribiría en todos los comportamientos condenados -toda relación sexual fuera
del matrimonio-.
La lujuria en el Hinduismo y
Budismo.- La lujuria puede incluirse en
varias de las aflicciones o males causantes del dolor, al menos en la yoidad y
el apego. En la filosofía hindú las aflicciones son las causas del dolor y
miseria humanos. Se distinguen cinco:
La
ignorancia: es la ausencia de conocimiento y por lo tanto no es algo
consistente, sino que es la falta de sabiduría.
La yoidad: es
la consecuencia de la ignorancia y es la identificación de uno mismo con sus
objetos de experiencia y da lugar al sentimiento del ego individual.
El apego: es
una consecuencia de la yoidad. Algunas experiencias son agradables y esto
provoca en la mente una impresión placentera que provoca deseo de volver a
repetirla.
La aversión:
por el contrario, si las experiencias son desagradables, la mente también se
impresiona y provoca un deseo de que eso no se vuelva a producir.
El deseo de
aferrarse a la vida: el apego y la aversión hacen que el individuo quiera
seguir experimentando, y por lo tanto viviendo.
Lujuria y revolución
sexual.- La revolución sexual
desarrollada durante la segunda mitad del siglo XX en numerosos países del
mundo occidental desafió los códigos tradicionales relacionados con la
concepción de la moral sexual, el comportamiento sexual humano, y las
relaciones sexuales. Los comportamientos sexuales anteriormente considerados
condenables, no solamente por las religiones sino también socialmente, serán
aceptados siempre que se produzcan con el consentimiento de los participantes y
se cumpla la edad de consentimiento sexual. Desde este punto de vista la
lujuria deja de ser considerada un desorden sexual si no incumple ninguna de
los límites anteriormente indicados.
La revolución sexual supuso la
igualdad entre los sexos y la generalización en el uso de métodos
anticonceptivos que supuso una separación clara de reproducción y sexualidad.
Muchos de los cambios revolucionarios en las normas sexuales de este período se
han convertido con el paso de los años en normas aceptadas, legítimas y legales
en el comportamiento sexual. La
liberación sexual supuso la reivindicación y recuperación plena del cuerpo
humano y su desnudez, de la sexualidad como parte integral de la condición
humana individual y social cuestionando el papel tradicional de la mujer y por
tanto del hombre y de la institución por excelencia, el matrimonio. La
revolución sexual ha propiciado la generalización de todo tipo de relaciones
sexuales y la aceptación general de las relaciones sexuales prematrimoniales,
el reconocimiento y normalización de la homosexualidad y otras formas de
sexualidad. Asimismo se ha producido un aumento de las parejas de hecho
-uniones sin matrimonio-, el retraso en la edad de contraer matrimonio, la
aparición de hijos fuera del matrimonio, uniones civiles y matrimonio entre
personas del mismo sexo, así como la aparición de nuevos tipos de familias
(familias monoparentales familias homoparentales).
Referencias
1.- Richard Lazarus with Bernice
N Lazarus, Passion and Reason: Making Sense of Our Emotions, 1994, New York:
Oxford University Press ISBN 978-0-19-510461-5
2.- (en espanol) https://www.youtube.com/watch?v=vWrYy-ADRho.
Consultado el 11 de noviembre. Parámetro desconocido |tÌtulo= ignorado (ayuda);
Parámetro desconocido |aÒoacceso= ignorado (ayuda); Falta el |título= (ayuda)
3.- comunidad El País, consultado
el 16 de junio de 2013
4.- Fray Bernardino de Sahagún,
Historia general de las cosas de Nueva España, Volumen 2, pág. 64.
5.- Santiago José García Mazo, El
Catecismo de la doctrina cristiana esplicado, ó, Esplicaciones del Astete.
6.- [http://www.biab.org/pdf/l004.pdf
Sayyid Muhammad Rizvi, Sexualidad en el Islám, pág 31, Biblioteca islámica
Ahlul Bait, consultado el 16 de junio de 2013
7.- [http://www.biab.org/pdf/l004.pdf Sayyid
Muhammad Rizvi, Sexualidad en el Islám, pág 67 y ss., Biblioteca islámica Ahlul
Bait, consultado el 16 de junio de 2013
8.- [http://www.lgpt.net/friends/bel/spanish/El%20apego%20incontrolable.pdf
El apego incontrolable, Bel Cesar, consultado el 16 de junio de 2013
9.- Mario Margulis, Juventud,
cultura, sexualidad: la dimensión cultural en la afectividad y la sexualidad de
los jóvenes de Buenos Aires apartado 'La revolución sexual de los años 60 y sus
efectos', Biblos, 2003, ISBN 950-786-365-6, pág. 38 y ss
10.- ¿Tuvimos las mujeres una revolución sexual, en
Raquel Osborne, La construcción sexual de la realidad, Cátedra, 1993, ISBN
84-376-1213-6, pag 191]
11.- Escoffier, 2003.
12.- Germaine Greer and The
Female Eunuch
13.- http://www.greenwood.com/catalog/GR9913.aspx
The 1960s Cultural Revolution.
14.-http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/04/30/lujuria-atraccion-y-compromiso-mero-producto-de-la-mezcla-de-hormonas-96040
No hay comentarios:
Publicar un comentario