jueves, 9 de abril de 2015

LUJURIA










Lujuria (del latín luxus: 'abundancia', 'exuberancia') es el deseo sexual desordenado e incontrolable. Existe un sentido no sexual de la lujuria que se refiere a un deseo apasionado de algo. Lascivia, asimilable a lujuria, es el apetito o deseo excesivo de placeres sexuales.

La lujuria, en contraposición con las conductas sexuales consideradas normales o aceptadas socialmente, es la exacerbación, desorden o falta de control de los deseos sexuales que se manifiesta en lo que podría calificarse como conducta sexual patológica.

La consideración legal, ética y moral de los comportamientos considerados lujuriosos tiene características personales y sociales. Así, hay que distinguir el comportamiento sexual humano que puede considerarse delito -según la legislación de distintos países- (como en general son la violación, pedofilia, parafilia e incesto y dependiendo de los países el adulterio, la prostitución o la pornografía, etc.), de aquellos comportamientos sexuales individuales o colectivos que pueden practicarse legalmente y pueden ser considerados inadecuados o lujuriosos por otros individuos.

La literatura romántica es clara al respecto: el enamorado siente que todo le da vueltas, nota las célebres mariposas en el estómago, no puede pensar nada más que en la otra persona y cuenta las horas que median hasta el reencuentro con el ser amado. Un estado físico y mental que resulta ruinoso si lo ponemos en términos clínicos –hablamos de ansiedad, sofoco, mareos y episodios de obsesión, entre otros síntomas–, pero que se convierte de repente en algo deseable, positivo e incluso mágico, según sea el grado de entusiasmo con que vivamos el trastorno. La explicación, según un reciente estudio, radica en nuestro cerebro, que podría estar inmunizándonos contra los efectos adversos de la pasión a través de una especie de enajenación mental transitoria.

En su libro Why We Love: The Nature and Chemistry of Romantic Love –Por qué amamos: naturaleza y química del amor romantico, ed. Punto de Lectura–, la antropóloga Helen Fisher, de la Rutgers University de Nueva Jersey, recoge las conclusiones a las que ha llegado tras estudiar las raíces psicofísicas del amor durante más de 35 años. La principal de ellas es la de que esta emoción se desarrolla en tres fases –que llama de lujuria, de atracción y de compromiso– que desatan distintos procesos bioquímicos en tres áreas diferenciadas del cerebro.

Si necesitamos estar con la persona amada es por la acción de la dopamina

Durante la primera fase –en la que el deseo sexual es más fuerte–, serían las hormonas sexuales, en particular testosterona y estrógeno, las que toman las riendas de nuestro cerebro. En el segundo estadio del enamoramiento –en el que experimentamos los sentimientos más encontrados y atravesamos por episodios obsesivos– descienden los niveles de estos químicos y suben los de adrenalina, dopamina y serotonina.

La adrenalina explica la afectación física que adquiere el amor y se traduce en nerviosismo, transpiración o pupilas dilatadas. La dopamina está relacionada con el modo con que nuestro cerebro regula el juego entre deseo y recompensa, y sería responsable de la sensación de necesidad que experimentamos respecto a la persona amada. La serotonina, por último, cambia el modo en que pensamos; cuando nos enamoramos, los niveles de este neurotransmisor ascienden hasta equipararse con los de cualquiera diagnosticado de trastorno obsesivo-compulsivo, lo que nos impide darnos cuenta de que estamos cayendo en un proceso obsesivo irracional.

El amor, según Fisher, no es ciego, pero casi. El conjunto de cambios en nuestro cerebro –que incluyen la inhibición de procesos neurálgicos relacionados con lo social y el apagón de la zona límbica que gestiona los sentimientos negativos– y el cóctel químico que nubla nuestro juicio afectan de modo determinante a nuestra percepción de la realidad, en particular durante estas dos primeras fases. El estado, por suerte, no dura para siempre. Fisher especula con que, dependiendo de la persona, el individuo no puede volver a enamorarse químicamente –y esto implica enamorarse a secas– hasta pasado un lapso que en adultos va de los seis meses a los tres años. Los adolescentes, según la experta, atraviesan estas dos fases con mayor frecuencia e intensidad debido al desorden hormonal propio de su edad. La tendencia adolescente a enamorarse mucho no se debería, pues, a la inmadurez o la falta de experiencia: sencillamente, no podrían evitarlo.

Las hormonas infieren en nuestra capacidad de raciocinio igual que lo hacen los tóxicos

En la tercera fase del amor, también la más duradera, serían la hormona antidiurética –la arginina vasopresina– y la oxitocina –una hormona relacionada con el comportamiento maternal– las que nublan nuestro sentido. La primera, entre otros efectos, contribuye a que adoptemos una actitud monógama. La segunda –cuyos niveles se disparan entre las mujeres tras el parto y durante la lactancia–, es responsable de nuestro deseo de tener hijos. Producimos más  cantidad de ambas cuando vivimos en pareja y en particular, a través del contacto físico.

Es lo que mantiene el célebre antropólogo evolutivo Robin Dunbar, de la Oxford University, que en su reciente publicación The Science of Love and Betrayal (ed. Faber and Faber) sostiene que son las endorfinas las verdaderas responsables de las relaciones duraderas. Si la hormona sexual, la serotonina o la vasopresina nos llevan a enamorarnos, sería la endorfina la responsable de que, después, sigamos enamorados durante años. La oxitocina, explica, “tiene una vida relativamente corta, demasiado para contribuir de forma significativa a la consolidación de una pareja duradera. Para explicar estas relaciones necesitamos algo más robusto, más persistente: es ahí donde entran las endorfinas”.

El sufrimiento tras la ruptura se debe a la interrupción violenta de determinados procesos bioquímicos

Este neurotransmisor tiene un efecto sedante y analgésico similar al de los opiáceos, y está demostrado que el hipotálamo y la pituitaria los producen durante la excitación, el dolor, el orgasmo o el ejercicio, además de cuando comemos chocolate o picantes. También el contacto físico estimula su liberación, en este caso de forma sostenida y constante a lo largo de la relación. Son una sustancia adictiva, lo que también explicaría el patrón de comportamiento  que adquieren muchos enamorados, que parecen incapaces de vivir el uno sin el otro y emprenden relaciones que llamamos, precisamente, dependientes.

Si el amor “es algo complicado”, según Dunbar, es porque consiste en "un proceso diseñado evolutivamente para que nos enganchemos a otra persona". Interrumpir ese proceso resulta siempre traumático, pues el cerebro se ve obligado a abortar violentamente su estricto programa de hormonado. Ante la ausencia repentina de aquella persona a la que profesamos amor, nuestro cuerpo no sabe cómo reaccionar, pues a esas alturas del proceso ya estamos inundados de hormonas que nos empujan a comportarnos de una manera que choca frontalmente con la realidad. Estamos a merced, en resumen, de nuestra propia bioquímica.

El experto, en todo caso, matiza que no del todo. En el amor, explica Dunbar, “hay siempre un juego entre lo consciente y lo inconsciente”. Aunque muchos factores de acción inadvertida nos impelan a lanzarnos, también “existen una serie de puntos durante el proceso en los que nos detenemos y nos preguntamos: ¿realmente quiero llegar más lejos?”. Y muchas personas, comenta el experto, toman la decisión de no hacerlo “pese al increíble efecto de los bioquímicos”. De modo que la ciencia, explica, está lejos de poder arruinar el romanticismo con sus explicaciones: “Todavía hay muchas cosas que desconocemos”.

En general los comportamientos lujuriosos tienen la exacerbación y el descontrol sexual como característica fundamental que puede manifestarse en cualquier comportamiento sexual. Esto tiene su explicación en el hecho de que casi todo comportamiento que involucre estimulación sexual, dependiendo de su intensidad, genera un goce cuya magnitud difícilmente puede compararse con el goce generado por otras actividades, por lo que, bajo el supuesto de que se comprenda el funcionamiento del mecanismo que origina dicho goce, surge naturalmente (lo cual a su vez depende del grado de egoísmo del sujeto que experimenta el goce) el deseo de experimentar un goce igual, o a ser posible superior, mediante la repetición, constante o no, de dicho estímulo, siendo en consecuencia la codicia por dicho goce lo que impulsa o puede impulsar a abandonar la responsabilidad de controlarse en el ejercicio de la actividad sexual, en pos de prolongar el goce experimentado.[cita requerida]

En general la moral sexual religiosa es muy restrictiva en el comportamiento sexual humano considerado aceptable. Así califica muchas prácticas y comportamientos sexuales como desordeandos y lujuriosos. Sin embargo, muchas religiones tenían y tienen deidades de la lujuria -a veces del amor y la belleza-, sin que fueran moralmente reprobables.

Los siguientes son diosas y dioses del sexo, el amor y la lujuria de distintas culturas, mitologías y religiones:

Afrodita  Mitología griega, diosa del amor, la lujuria, la belleza y la reproducción.

Anuket  Mitología egipcia, diosa del Nilo, también diosa de la lujuria.

Cupido  Mitología romana, dios del deseo amoroso, -también llamado Amor-, hijo de Venus y Marte. Equivalente al griego Eros.

Dioniso  Mitología griega, dios del vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis.

Eros  Dios primordial de la mitología griega responsable de la atracción sexual, el amor y el coito, venerado también como un dios de la fertilidad.

Freyja  Mitología nórdica, diosa del amor, la belleza y fertilidad. La gente la invocaba para obtener felicidad en el amor, asistir en los partos y para tener buenas estaciones.

Huitaca  Mitología muisca, diosa de origen lunar, se oponía a las enseñanzas de Bochica y a causa de su hermosura, predicaba la desobediencia, las borracheras y los placeres carnales.

Kāmadeva  Dios hindú del amor. Su nombre kāma significa ‘deseo sexual’ (según algunos monjes hindúes: ‘lujuria’, más peyorativo) y deva: ‘dios’. El conocido libro Kama Sutra (‘aforismos de Kāma’ o ‘máximas sobre el amor’) de Vātsyāyana está inspirado en este dios hindú.

Lilith  Figura legendaria del folclore judío, de origen mesopotámico. Se la considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Abandonó el Edén por propia iniciativa y se instaló junto al Mar Rojo, uniéndose allí con Asmodeo, que sería su amante, y con otros demonios.

Pan  Semidiós de los pastores y rebaños en la mitología griega. Dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina desenfrenada.

Tlazoltéotl  Mitología mexica, diosa de la tierra, el sexo y la inmoralidad.

Venus  Mitología romana, diosa relacionada con el amor, la belleza y la fertilidad.

Para la Iglesia católica romana la lujuria es un pecado capital.-  En opinión de Alfonso Aguiló Pastrana, según escribe en su libro "Es razonable ser creyente": La moral sexual sostiene que al igual que el uso inadecuado del alcohol conduce al alcoholismo, el uso inadecuado del sexo provoca también una dependencia y una sobreexcitación habitual que reducen la capacidad de amar. Y de manera semejante a como el paladar puede estragarse por el exceso de sabores fuertes o picantes, el gusto sexual estragado por lo erótico se hace cada vez más insensible, más ofuscado para percibir la belleza, menos capaz de sentimientos nobles y más ávido de sensaciones artificiosas, que con facilidad conducen a desviaciones extrañas o a aburrimientos mayúsculos. Sobrealimentar el instinto sexual lleva a un funcionamiento anárquico de la imaginación y de los deseos. Cuando una persona adquiere el hábito de dejarse arrastrar por los ojos, o por sus fantasías sexuales, su mente tendrá una carga de erotismo que disparará sus instintos y le dificultará conducir a buen puerto su capacidad de amar.

Aunque la clave de la ética no son las prohibiciones, tampoco puede obviarse que toda ética supone mandatos y prohibiciones. Cada prohibición custodia y asegura unos determinados valores, que de esa forma se protegen y se hacen más accesibles. Esas prohibiciones, si son acertadas, ensanchan los espacios de libertad de valores importantes para el hombre. Así sucede en cualquier ámbito moral o jurídico: proteger el derecho a la vida, a la propiedad, al medio ambiente, a la intimidad, etc., supone prohibiciones y obligaciones para uno mismo y para los demás; de lo contrario, todo quedaría en una ingenua e ineficaz manifestación de intenciones. La moral no puede verse como una simple y fría normativa que coarta, y mucho menos como un mero código de pecados y obligaciones. Hay ciertamente prohibiciones y mandatos, pero se remiten a unos valores que así se protegen y fomentan. Las exigencias de la moral vigorizan a la persona, la aúpan a su desarrollo más pleno, a su más auténtica libertad.

La religión, además, sostiene que el deseo sexual no es malo de por sí. La lujuria –el mal uso del sexo– es una deformación de la legítima apetencia sexual humana, igual que el cáncer de hígado es una alteración del hígado, órgano que nada tiene de innoble. Confundir el deseo sexual con la lujuria sería como confundir un órgano con el tumor que lo está destruyendo. De la misma manera que un tumor destruye un órgano cuando sus propias células tienen un desarrollo ajeno a su función natural, puede decirse que la búsqueda del placer sexual fuera de sus leyes naturales produce una alteración en la función sexual natural del hombre.

La lujuria en el Islám.-  El Islam, como el cristianismo, recomienda el matrimonio, donde únicamente pueden darse las relaciones sexuales. A diferencia del cristianismo no recomienda ni el monacato ni el celibato. Si las relaciones sexuales están prohibidas fuera del matrimonio, el Islám condena las relaciones prematrimoniales, considerándolas en todo caso adulterio (zina); también condena la masturbación. También condena la satisfacción de las relaciones entre personas del mismo sexo (homosexualidad y lesbianismo). El único camino aceptable fuera del matrimonio es la abstinencia o castidad; así, la lujuria se inscribiría en todos los comportamientos condenados -toda relación sexual fuera del matrimonio-.

La lujuria en el Hinduismo y Budismo.-  La lujuria puede incluirse en varias de las aflicciones o males causantes del dolor, al menos en la yoidad y el apego. En la filosofía hindú las aflicciones son las causas del dolor y miseria humanos. Se distinguen cinco:

                La ignorancia: es la ausencia de conocimiento y por lo tanto no es algo consistente, sino que es la falta de sabiduría.

La yoidad: es la consecuencia de la ignorancia y es la identificación de uno mismo con sus objetos de experiencia y da lugar al sentimiento del ego individual.

El apego: es una consecuencia de la yoidad. Algunas experiencias son agradables y esto provoca en la mente una impresión placentera que provoca deseo de volver a repetirla.

La aversión: por el contrario, si las experiencias son desagradables, la mente también se impresiona y provoca un deseo de que eso no se vuelva a producir.

El deseo de aferrarse a la vida: el apego y la aversión hacen que el individuo quiera seguir experimentando, y por lo tanto viviendo.

Lujuria y revolución sexual.-  La revolución sexual desarrollada durante la segunda mitad del siglo XX en numerosos países del mundo occidental desafió los códigos tradicionales relacionados con la concepción de la moral sexual, el comportamiento sexual humano, y las relaciones sexuales. Los comportamientos sexuales anteriormente considerados condenables, no solamente por las religiones sino también socialmente, serán aceptados siempre que se produzcan con el consentimiento de los participantes y se cumpla la edad de consentimiento sexual. Desde este punto de vista la lujuria deja de ser considerada un desorden sexual si no incumple ninguna de los límites anteriormente indicados.

La revolución sexual supuso la igualdad entre los sexos y la generalización en el uso de métodos anticonceptivos que supuso una separación clara de reproducción y sexualidad. Muchos de los cambios revolucionarios en las normas sexuales de este período se han convertido con el paso de los años en normas aceptadas, legítimas y legales en el comportamiento sexual.  La liberación sexual supuso la reivindicación y recuperación plena del cuerpo humano y su desnudez, de la sexualidad como parte integral de la condición humana individual y social cuestionando el papel tradicional de la mujer y por tanto del hombre y de la institución por excelencia, el matrimonio. La revolución sexual ha propiciado la generalización de todo tipo de relaciones sexuales y la aceptación general de las relaciones sexuales prematrimoniales, el reconocimiento y normalización de la homosexualidad y otras formas de sexualidad. Asimismo se ha producido un aumento de las parejas de hecho -uniones sin matrimonio-, el retraso en la edad de contraer matrimonio, la aparición de hijos fuera del matrimonio, uniones civiles y matrimonio entre personas del mismo sexo, así como la aparición de nuevos tipos de familias (familias monoparentales familias homoparentales).

Referencias


1.- Richard Lazarus with Bernice N Lazarus, Passion and Reason: Making Sense of Our Emotions, 1994, New York: Oxford University Press ISBN 978-0-19-510461-5

2.- (en espanol) https://www.youtube.com/watch?v=vWrYy-ADRho. Consultado el 11 de noviembre. Parámetro desconocido |tÌtulo= ignorado (ayuda); Parámetro desconocido |aÒoacceso= ignorado (ayuda); Falta el |título= (ayuda)

3.- comunidad El País, consultado el 16 de junio de 2013

4.- Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, Volumen 2, pág. 64.

5.- Santiago José García Mazo, El Catecismo de la doctrina cristiana esplicado, ó, Esplicaciones del Astete.

6.- [http://www.biab.org/pdf/l004.pdf Sayyid Muhammad Rizvi, Sexualidad en el Islám, pág 31, Biblioteca islámica Ahlul Bait, consultado el 16 de junio de 2013

7.-  [http://www.biab.org/pdf/l004.pdf Sayyid Muhammad Rizvi, Sexualidad en el Islám, pág 67 y ss., Biblioteca islámica Ahlul Bait, consultado el 16 de junio de 2013

8.- [http://www.lgpt.net/friends/bel/spanish/El%20apego%20incontrolable.pdf El apego incontrolable, Bel Cesar, consultado el 16 de junio de 2013

9.- Mario Margulis, Juventud, cultura, sexualidad: la dimensión cultural en la afectividad y la sexualidad de los jóvenes de Buenos Aires apartado 'La revolución sexual de los años 60 y sus efectos', Biblos, 2003, ISBN 950-786-365-6, pág. 38 y ss

10.-  ¿Tuvimos las mujeres una revolución sexual, en Raquel Osborne, La construcción sexual de la realidad, Cátedra, 1993, ISBN 84-376-1213-6, pag 191]

11.- Escoffier, 2003.

12.- Germaine Greer and The Female Eunuch

13.- http://www.greenwood.com/catalog/GR9913.aspx The 1960s Cultural Revolution.

14.-http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/04/30/lujuria-atraccion-y-compromiso-mero-producto-de-la-mezcla-de-hormonas-96040



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