LA ILUSIÓN DE LA LIBERTAD
Una de las más poderosas ilusiones del sapiens es aquélla que
tiene relación con el libre albedrío.
Alguien podría argumentar que “pese a quien pese”, él hace lo
que “se le da la gana”, y que esa libertad prueba realmente que no está sujeto
a control de ninguna especie por fuerzas ajenas a su persona. Precisamente, una
de las cosas que le da al sapiens una sensación de poder, es la ilusión de la
libertad. Para demostrar esta libertad el adolescente se rebela contra las
normas de conducta de la sociedad, creyendo que así prueba su autonomía, cuando
en realidad lo único que consigue es someterse a sus propios impulsos
inconscientes.
Muchos enfoques se le ha dado a la libertad, y es así como se
habla de: libertad privada o personal, libertad pública, social, de acción, de
palabra, de ideas, libertad moral, y libertad económica. En la realidad vital
cotidiana se habla de una “esclavitud económica”, de la liberación femenina, de
la opresión de clases inferiores por otras superiores, de la sujeción con
respecto al miedo y la angustia, la dependencia de autoridades superiores, la
subordinación de la juventud al mundo creado por sus mayores, y así muchos
otros conceptos que serían largos enumerar.
No interesa realizar un análisis filosófico ortodoxo,
exponiendo lo que ya han dicho tantos pensadores en el pasado, sino una
reflexión sobre la realidad vital del sapiens.
El sujeto cree en su autonomía personal por el hecho de que
en cualquier momento puede, si así lo desea, romper violentamente con alguno de
los lazos que lo aprisionan, sin que nadie pueda impedírselo. Le es posible, si
lo quiere de esa manera, abandonar su trabajo que lo aprisiona y vivir, como un
vagabundo, de la caridad ajena. O bien, abandonar esos estudios que son tan
penosos y resignarse a buscar un empleo o vivir como sea posible.
Si el individuo realiza alguno de estos hechos “liberadores”,
sabe que tiene que pagar un precio por ello, pero considera que es barato en
relación a lo que significa salirse con la suya. La mejor prueba de esta
aparente autonomía puede discurrirla el lector, imaginando que en cualquier momento
puede, por un acto volitivo, abandonar la lectura de este libro en forma
definitiva. Todas estas reflexiones sugieren la posesión de una fuerza que
podríamos llamar “poder para hacer cosas”, algo de lo cual se siente muy
orgulloso el sapiens.
La conciencia, la inteligencia, la voluntad y la libertad,
constituyen el cuaternario mitológico de la raza humana, la cual considera
estos dones como “la enseña santa” que marca su condición de seres humanos, y
ni por un momento se les ocurre dudar de que efectivamente sean los poseedores
de estos atributos.
De un modo casi antihermético, a todos los que aspiran a
realizar algo de manera real y efectiva en el camino de su propia superación
espiritual, y para esto es de vital importancia que el sujeto conozca a fondo
su verdadera naturaleza interna y su real posición en la escala vital de
valores. En la medida en que el sujeto esté lleno de ilusiones sobre sí mismo y
con respecto a la vida, su realización espiritual se vuelve imposible,
constituyéndose solamente en un hermoso sueño de una persona bien intencionada.
El mundo está lleno de espejismos de esta clase, que al final
resultan ser nada más que artificios que usa la gente para evadirse de una
realidad que le molesta. Ningún campo más propicio que el del esoterismo para
abonar toda clase de fantasías de intelectos ansiosos de eludir la cruda realidad,
ya que al enfrentarla, ésta tiene la gran desventaja que exige al individuo
todo tipo de sacrificios y esfuerzos para que él pueda lograr lo que se
propone, y esto resulta ciertamente penoso y difícil.
Es más simple para el haragán limitarse a soñar, sin esfuerzo
ni riesgo de ninguna especie, ya que en los sueños todo es posible y no se
corre el peligro de enfrentarse a situaciones arduas, conflictivas o
traumáticas. Para estas personas, el ocultismo es el verdadero “ábrete sésamo”
que les permite drogarse con la ilusión de una perfección y avance espiritual
que sólo existe en su imaginación estimulada por deseos y temores
inconscientes.
Podemos afirmar que el sapiens entiende sólo lo que quiere
entender, o mejor dicho, aquello que le conviene, descalificando en cambio, de
manera absoluta, todo aquello que atenta contra sus pautas cerebrales o sus
hábitos de vida o conducta. Éste es tal vez uno de los obstáculos más grandes a
los que se enfrenta el estudiante de hermetismo o el neófito que aspira al
discipulado. Analizar objetivamente, sin prejuicios, requiere una disposición
flexible y abierta, para no limitarse a sí mismo y descalificar sin un proceso
de reflexión vigílica (está hecha de pensamientos, emociones, y sedimentos físicos) y profunda, aquello que se está
estudiando.
Sin embargo, por mucho que un sujeto se esfuerce en esto, no
tendrá éxito si tiene una opinión demasiado elevada de si mismo, en relación a
su propia inteligencia y saber. Basta que alguien se crea muy inteligente,
culto, o sabio, para que deje de pensar imparcialmente, limitándose a un examen
superficial de los conceptos, tomando con frecuencia, solamente su contenido,
emocional o simbólico. La vanidad y el orgullo son dos vendas que ciegan al
sapiens, impidiéndole ver lo que sería evidente para el observador despierto,
imparcial, e impersonal.
Simbólicamente podríamos representar al sapiens como un
personaje que se ha inflado a sí mismo, y que dicha condición lo impulsa,
flotando por los aires, hacia regiones superiores, pero sólo en lo que a
distancia del suelo se refiere. Desde les nubes contempla el mundo y se siente
el ser más sabio y perfecto de la creación. Por desgracia, mientras permanezca
en ese limbo se mantendrá también completamente alejado de la realidad vital y
cotidiana.
El primer paso que debe dar el estudiante de hermetismo, o de
lo esotérico en general, consiste en poner efectivamente los pies en la tierra,
y proceder aunque le duela, a su propio “desinflamiento”, hasta alcanzar el
nivele real que le corresponde, ojalá en el punto más bajo posible, ya que no
existe otra manera de partir que no sea desde cero. Si no se ha partido de
cero, es una partida falsa, y por lo tanto, viciada. El estudiante debe llegar
a vivir la experiencia de comprender en forma integral su propia
insignificancia e increíble pequeñez ante la inmensidad del Universo.
El sujeto debe “apreciar la magnitud de su ignorancia”, ya
que solamente la inmensa humildad que se produce a causa de esta experiencia,
puede conducir al individuo, junto con una poderosa motivación y adecuada
vigilia, a las condiciones psicológicas necesarias para que pueda entender qué
es hermetismo, y las trascendentales verdades que encierra. Si no se ha logrado
esta condición de humildad y persiste el orgullo y una fuerte autoestima, junto
a una disposición interna destructiva, resulta improbable que un individuo
pueda jamás sacar algún provecho espiritual de la ciencia hermética.
Que el sujeto se vea a sí mismo como realmente es, y no como
cree ser. Por ningún motivo debe el estudiante aceptar estos conceptos con la
fe ciega de un creyente o un converso, por el contrario, debe cernirlos
innumerables veces en el cedazo de una meditación serena y desprejuiciada, y en
un estado de vigilia intensificada. Después no debe tampoco conformarse con
esto; es preciso que compruebe estas enseñanzas en la práctica de la vida
diaria, observando la experiencia propia y la ajena.
En la práctica y estudio del hermetismo existe un orden
necesario que debe cumplirse para que el estudiante pueda llegar a la meta que
se ha propuesto, y es respetando este ordenamiento que instamos al lector a que
realice el mayor esfuerzo para comprender este trabajo. Hay tres etapas básicas
que deben cumplirse para tener éxito, y éstas, son las siguientes:
1. Motivación A)
2. Comprensión Resultado: Evolución
3. Práctica
Su motivación debe ser poderosa; su comprensión, profunda y
su práctica, intensa. El resultado de todo esto es la evolución del sapiens. No
obstante, esto que a primera vista se ve tan simple, resulta de realización
ardua y compleja, ya que generalmente falla alguna de las etapas y la evolución
no se lleva a cabo.
Muchas veces se llega al siguiente resultado:
1. Motivación B)
2. --------------- Resultado: estimulación de la energía masa
(no hay evolución).
3. Práctica
En el caso B, el sujeto llevado por su entusiasmo se salta el
punto segundo, llegando directamente a la práctica. También es posible, y esto
es lo más común, que su propia incapacidad de entender lo lleve a soslayar este
tramo, con lo cual el resultado será de una “estimulación de la energía masa”,
es decir, una euforia corporal, pero sin el resultado que se pretende, esto es,
evolucionar.
Debemos darnos cuenta de la importancia fundamental que tiene
la comprensión profunda en el camino hermético, ya que ésta no es una senda de
fe y autoconvencimiento, y sin una auténtica comprensión, nada real puede
lograrse; sólo ilusiones subjetivas.
También es frecuente que se produzca el siguiente caso:
1. Motivación: pobre
C)
2. Comprensión:
insuficiente
Resultado:
evolución
insignificante.
3. Práctica:
escasa
Puede suceder también
que la comprensión y la práctica sean aceptables, pero con una motivación muy
deficiente. En ese caso, faltará el combustible necesario para que el sujeto
pueda llevar a buen término su propósito espiritual.
Una vez hecha esta disquisición, analizaremos el triángulo
compuesto por las palabras Libertad, Voluntad y Deseo.
En primer lugar debemos manifestar que el sapiens tiene una
ambivalencia en relación a la libertad; la desea y la teme simultáneamente. Por
lo general, la desea físicamente y la teme psicológicamente. El sapiens quiere
su libertad física, política y económica; desea una total libertad de acción
para cumplir con sus propósitos personales. Este anhelo representa, en el
fondo, un ansia inconmensurable de poder, es decir, que el individuo quiere ser
tan libre como para poder ejercer su poder en las personas y el medio ambiente.
Siguiendo su deseo de libertad, procura por todos los medios
a su alcance lograr su autonomía física, ideológica y económica. Opuestamente,
obedeciendo su temor ancestral a la responsabilidad individual, se funde en
sistemas religiosos, culturales y políticos, en los cuales “disuelve” su propio
yo, liberándose así de la responsabilidad de sus propias decisiones y acciones.
Desde otro punto de vista, se entiende también la libertad
como la falta de oposición a la acción o tendencia individual, haciendo de este
modo posible que el sujeto pueda culminar sus propósitos, cualesquiera que
éstos sean. Es por eso que muchos individuos buscan su liberación a través de
una exitosa gestión económica, aduciendo que el dinero hace al sujeto libre y
poderoso.
Sin, embargo, el sapiens deja de lado lo único verdaderamente
importante en este aspecto, factor que en la práctica actúa como un verdadero
carcelero (y a veces verdugo del sujeto). Nos referimos a la naturaleza interna
del hombre; a sus sentimientos, instintos, y pasiones, que son sus verdaderos
amos. La única libertad posible en esta vida es la liberación de las propias
pasiones, ya que mientras éstas nos dominen, seremos meros títeres que obedecen
al flujo y reflujo de los estados pasionales de las muchedumbres.
Toda autonomía se hace imposible al obrar, pensar, y sentir,
en virtud de la influencia del medio ambiente sobre nuestra naturaleza interna.
Cualquier dosis de libertad que hayamos tenido, desaparece ante la fuerza
primitiva con que somos dominados por nuestra alma animal.
La libertad no depende de las condiciones físicas de un
individuo; el recluso, en un establecimiento carcelario, puede ser más autónomo
que un hombre que posee muchas riquezas y la libertad plena de movimiento. La
única verdadera libertad es la libertad de sí mismo y la liberación del
computador central de la especie. Mientras no se haya llevado a cabo esta obra,
podremos ser grandes políticos, multimillonarios famosos, tener, gloria,
honores, y poder, pero seremos tan esclavos, o tal vez más, que el más
desposeído de los hombres.
Invitamos a analizarse
a sí mismo para establecer qué decisiones propias ha tomado en su vida de
manera absolutamente libre, sin la compulsión de presiones externas o internas
que obligan al sujeto a actuar de un modo determinado, simplemente porque no le
queda otra alternativa, o bien, siguiendo la ley del menor esfuerzo. Debe considerar
que esto no es decidir libremente, de modo autónomo y voluntario, sino que
equivale a que las cosas le sucedan al individuo independientemente de su
deseo.
Partiendo desde la edad aproximada en la cual se pueden tomar
decisiones, podremos apreciar que decidimos seguir una carrera determinada, por
imitación, condicionamiento, o ambición. Que contrajimos matrimonio, por
soledad, deseo sexual, falta de cariño, o conveniencia personal, pero no por
libre elección. Elegir libremente implica decidir independientemente de las
presiones internas y externas, de manera imparcial y objetiva, pesando
cuidadosamente el pro y el contra, y determinando qué es lo que verdaderamente
queremos, y en qué medida eso puede perjudicarnos o favorecernos, y qué grado
de compatibilidad existe entre nuestro proyecto y los intereses familiares y
sociales.
Hemos llegado, de este modo, a la segunda palabra de nuestro
triángulo: Voluntad, que al final, es el elemento clave que puede arrojar más
luz sobre el problema que nos ocupa. En efecto, ser capaz de elegir o decidir
implica la posesión de un criterio maduro que se manifiesta a través de la,
voluntad, la cual es el timón de nuestras vidas. Para ser libre tenemos que
estar capacitados para decidir nuestra existencia voluntariamente. Sin embargo,
aquí es donde Voluntad se confunde con Deseo, tercera palabra del triángulo.
Efectivamente, es preciso reconocer que el ser humano no se
mueve por el impulso de su voluntad sino por la fuerza de su deseo, el cual es
motivado y concebido por los instintos o emociones preponderantes. Tener
voluntad implica la posesión de un Yo Superior poderoso, estable, y maduro, ya
que lo volitivo permite mantener la constancia de una línea de acción, lo cual
no ocurre en la práctica, ya que el sujeto cambia constantemente su centro de
gravedad o “yo directivo”. Tal como lo expresara tan acertadamente Gurdjief, el
hombre no tiene un yo, sino que posee muchos yoes, los cuales, en realidad, lo
poseen a él mismo, en forma instintiva y anárquica, a la manera pasional.
Por eso es que el sapiens está cambiando tan rápidamente de
propósito y de manera de pensar y sentir. De aquí nacen las enormes
contradicciones internas, la desorientación, la duda, y la inestabilidad (¿qué
estabilidad puede haber si cambiamos a cada instante?).
Como el sapiens se da cuenta en forma inconsciente de este fenómeno,
crea esquemas intelectuales lo más rígidos posibles, a fin de aferrarse a ellos
y obtener así una improvisada firmeza. No importa que “yo directivo” esté
actuando como amo de nuestra “casa biológica” (el cuerpo físico); el sólido
esquema nos dirá qué es lo que tenemos que hacer.
Éste es uno de los motivos por los cuales el sapiens
“petrifica” su inteligencia, limitándose a un conjunto de circuitos fijos,
estables y permanentes. Esto tiene algunas ventajas, pero son insignificantes
al lado de los factores negativos que esto implica. Si bien es cierto que la
“petrificación” sirve al sujeto para alcanzar una mayor estabilidad emocional o
intelectual, y una adaptación al grupo en el cual se desenvuelve, por otra
parte, convierte el individuo, conceptualmente hablando, en un “árbol de
piedra”, rígido, inflexible, y estático, privándolo de la dinámica de las
transformaciones.
Mientras el mundo cambia, este sapiens se aferrará a sus
gastados esquemas, negándose a considerar la importancia y el contenido trascendental
de aquellas transformaciones.
Sin un Yo Superior crecido y maduro, el hombre no tiene una
verdadera voluntad, solamente la fuerza de lo desconocido y lo imprevisto lo
empuja hacia una meta que por no haber elegido, la desconoce absolutamente.
El sapiens es un eterno caminante hacia lo desconocido, e
ignora completamente lo fasto o nefasto de su futuro. El presentimiento de este
hecho lo empuja a "gozar de la vida" en forma compulsiva, con una
búsqueda sistemática del placer del hoy, ya que carece de la certidumbre de un
mañana; es un ente sin futuro, por lo menos, en lo que a propia elección se
refiere. En estas condiciones, se comprende y disculpa, en cierta medida, la
actitud materialista y netamente egoísta del sapiens, quien procura por todos
los medios a su alcance, hacer vibrar su vacío e inerte mundo interno.
Persiguiendo esto, prefiere muchas veces, el sufrimiento vano a la paz interna.
Careciendo de un Yo Superior, el sapiens se refugia
tenazmente en un Yo Colectivo, el cual se proyecta dentro del individuo
dirigiendo su vida. De este Yo, denominándolo Alma Colectiva o Computador
central de la especie. Es así como la costumbre, la moda, la aprobación o
rechazo colectivo de determinadas pautas de conducta, van dominando al sujeto,
y termina por alienarlo de manera irresistible.
Todos los hombres que parecen tener una actitud original y
exitosa ante la vida, son imitados rápidamente por la masa, la cual adopta sin
mayor análisis, su manera de proceder, pero sólo en lo aparente, sin pretender
mirar bajo la superficie. Los astros de cine o las estrellas de la canción
desatan una manía imitativa, ya que proyectan una gran imagen, y los “hombres
grises” tratan de apropiarse de ella para destacarse de la gente. Son escasas las personas que actúan
auténticamente, siguiendo sus impulsos internos, manifestándose tal como son;
la mayoría busca constantemente la aprobación ajena para justificar y reforzar
su manera de proceder. Una costumbre característica de casi todas las personas,
es la de atisbar frecuentemente la expresión facial de la gente con la cual
alterna, a fin de establecer si esos rostros manifiestan aprobación o rechazo,
modificando su actitud en consecuencia.
La masa, por su parte, busca continuamente líderes a los
cuales someterse. Éste es el verdadero reconocimiento de su nulidad volitiva;
necesita quien la dirija porque carece de voluntad para hacerlo por sí misma.
Siempre el líder es el símbolo del hombre que tiene la fuerza, la audacia, la
libertad, y la determinación de la cual carece el hombre común.
Negamos de manera terminante el libre albedrío del sapiens, y
sostenemos que en verdad, de acuerdo al concepto oriental “todo está escrito”.
El sapiens ocupa un nivel específico dentro del orden cósmico, y para él, todo
está predeterminado y previsto. No obstante, no debemos entender este concepto
de una manera absoluta, ciega y terminante, sino que es preciso interpretarlo
en el sentido de que la persona está limitada a las posibilidades que le
brindan los Señores del destino o Dioses zodiacales, pero que éstos no empujan
al sujeto en una senda de una sola vía, sino que en su camino hay bifurcaciones
que le presentan el dilema de una elección, pero siempre dentro del camino que
le fue impuesto.
Si bien es cierto que para el sapiens, “todo está escrito”,
no ocurre lo mismo con el hombre sabio que se liberó del alma colectiva animal
y se convirtió en un hombre estelar. Para éste, nada está escrito, y él tiene
en sus manos el libro de su destino y la pluma con la cual puede escribir lo
que le plazca siempre dentro de las leyes que rigen el Universo; jamás en su
contra.
El sapiens no puede dirigir su vida hacia donde, realmente lo
desea; debe limitarse a dejarse llevar por la marea del “progreso” colectivo,
cuyo flujo y reflujo está determinado por los Señores del destino.
Es así como se construyen las más grandes civilizaciones,
obra en la cual se invierte mucha sangre, sudor, y lágrimas, sólo para que un
día cualquiera el péndulo oscile hacia el otro extremo y se destruya todo
rápidamente, quedando solamente ruinas, vestigios, y recuerdos. El péndulo de
la vida arrolla y sobrepasa la creación humana, la cual, por muy importante y
poderosa que sea, es aventada con el paso del tiempo, perdiendo de ese modo,
cualquiera trascendencia que haya tenido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario