jueves, 10 de enero de 2013

ILUSION DE LA LIBERTAD


 







 


LA ILUSIÓN DE LA LIBERTAD

Una de las más poderosas ilusiones del sapiens es aquélla que tiene relación con el libre albedrío.

Alguien podría argumentar que “pese a quien pese”, él hace lo que “se le da la gana”, y que esa libertad prueba realmente que no está sujeto a control de ninguna especie por fuerzas ajenas a su persona. Precisamente, una de las cosas que le da al sapiens una sensación de poder, es la ilusión de la libertad. Para demostrar esta libertad el adolescente se rebela contra las normas de conducta de la sociedad, creyendo que así prueba su autonomía, cuando en realidad lo único que consigue es someterse a sus propios impulsos inconscientes.

Muchos enfoques se le ha dado a la libertad, y es así como se habla de: libertad privada o personal, libertad pública, social, de acción, de palabra, de ideas, libertad moral, y libertad económica. En la realidad vital cotidiana se habla de una “esclavitud económica”, de la liberación femenina, de la opresión de clases inferiores por otras superiores, de la sujeción con respecto al miedo y la angustia, la dependencia de autoridades superiores, la subordinación de la juventud al mundo creado por sus mayores, y así muchos otros conceptos que serían largos enumerar.

No interesa realizar un análisis filosófico ortodoxo, exponiendo lo que ya han dicho tantos pensadores en el pasado, sino una reflexión sobre la realidad vital del sapiens.

El sujeto cree en su autonomía personal por el hecho de que en cualquier momento puede, si así lo desea, romper violentamente con alguno de los lazos que lo aprisionan, sin que nadie pueda impedírselo. Le es posible, si lo quiere de esa manera, abandonar su trabajo que lo aprisiona y vivir, como un vagabundo, de la caridad ajena. O bien, abandonar esos estudios que son tan penosos y resignarse a buscar un empleo o vivir como sea posible.

Si el individuo realiza alguno de estos hechos “liberadores”, sabe que tiene que pagar un precio por ello, pero considera que es barato en relación a lo que significa salirse con la suya. La mejor prueba de esta aparente autonomía puede discurrirla el lector, imaginando que en cualquier momento puede, por un acto volitivo, abandonar la lectura de este libro en forma definitiva. Todas estas reflexiones sugieren la posesión de una fuerza que podríamos llamar “poder para hacer cosas”, algo de lo cual se siente muy orgulloso el sapiens.

La conciencia, la inteligencia, la voluntad y la libertad, constituyen el cuaternario mitológico de la raza humana, la cual considera estos dones como “la enseña santa” que marca su condición de seres humanos, y ni por un momento se les ocurre dudar de que efectivamente sean los poseedores de estos atributos.

 

De un modo casi antihermético, a todos los que aspiran a realizar algo de manera real y efectiva en el camino de su propia superación espiritual, y para esto es de vital importancia que el sujeto conozca a fondo su verdadera naturaleza interna y su real posición en la escala vital de valores. En la medida en que el sujeto esté lleno de ilusiones sobre sí mismo y con respecto a la vida, su realización espiritual se vuelve imposible, constituyéndose solamente en un hermoso sueño de una persona bien intencionada.

El mundo está lleno de espejismos de esta clase, que al final resultan ser nada más que artificios que usa la gente para evadirse de una realidad que le molesta. Ningún campo más propicio que el del esoterismo para abonar toda clase de fantasías de intelectos ansiosos de eludir la cruda realidad, ya que al enfrentarla, ésta tiene la gran desventaja que exige al individuo todo tipo de sacrificios y esfuerzos para que él pueda lograr lo que se propone, y esto resulta ciertamente penoso y difícil.

Es más simple para el haragán limitarse a soñar, sin esfuerzo ni riesgo de ninguna especie, ya que en los sueños todo es posible y no se corre el peligro de enfrentarse a situaciones arduas, conflictivas o traumáticas. Para estas personas, el ocultismo es el verdadero “ábrete sésamo” que les permite drogarse con la ilusión de una perfección y avance espiritual que sólo existe en su imaginación estimulada por deseos y temores inconscientes.

Podemos afirmar que el sapiens entiende sólo lo que quiere entender, o mejor dicho, aquello que le conviene, descalificando en cambio, de manera absoluta, todo aquello que atenta contra sus pautas cerebrales o sus hábitos de vida o conducta. Éste es tal vez uno de los obstáculos más grandes a los que se enfrenta el estudiante de hermetismo o el neófito que aspira al discipulado. Analizar objetivamente, sin prejuicios, requiere una disposición flexible y abierta, para no limitarse a sí mismo y descalificar sin un proceso de reflexión vigílica (está hecha de pensamientos, emociones, y sedimentos físicos) y profunda, aquello que se está estudiando.

Sin embargo, por mucho que un sujeto se esfuerce en esto, no tendrá éxito si tiene una opinión demasiado elevada de si mismo, en relación a su propia inteligencia y saber. Basta que alguien se crea muy inteligente, culto, o sabio, para que deje de pensar imparcialmente, limitándose a un examen superficial de los conceptos, tomando con frecuencia, solamente su contenido, emocional o simbólico. La vanidad y el orgullo son dos vendas que ciegan al sapiens, impidiéndole ver lo que sería evidente para el observador despierto, imparcial, e impersonal.

 

Simbólicamente podríamos representar al sapiens como un personaje que se ha inflado a sí mismo, y que dicha condición lo impulsa, flotando por los aires, hacia regiones superiores, pero sólo en lo que a distancia del suelo se refiere. Desde les nubes contempla el mundo y se siente el ser más sabio y perfecto de la creación. Por desgracia, mientras permanezca en ese limbo se mantendrá también completamente alejado de la realidad vital y cotidiana.

El primer paso que debe dar el estudiante de hermetismo, o de lo esotérico en general, consiste en poner efectivamente los pies en la tierra, y proceder aunque le duela, a su propio “desinflamiento”, hasta alcanzar el nivele real que le corresponde, ojalá en el punto más bajo posible, ya que no existe otra manera de partir que no sea desde cero. Si no se ha partido de cero, es una partida falsa, y por lo tanto, viciada. El estudiante debe llegar a vivir la experiencia de comprender en forma integral su propia insignificancia e increíble pequeñez ante la inmensidad del Universo.

El sujeto debe “apreciar la magnitud de su ignorancia”, ya que solamente la inmensa humildad que se produce a causa de esta experiencia, puede conducir al individuo, junto con una poderosa motivación y adecuada vigilia, a las condiciones psicológicas necesarias para que pueda entender qué es hermetismo, y las trascendentales verdades que encierra. Si no se ha logrado esta condición de humildad y persiste el orgullo y una fuerte autoestima, junto a una disposición interna destructiva, resulta improbable que un individuo pueda jamás sacar algún provecho espiritual de la ciencia hermética.

Que el sujeto se vea a sí mismo como realmente es, y no como cree ser. Por ningún motivo debe el estudiante aceptar estos conceptos con la fe ciega de un creyente o un converso, por el contrario, debe cernirlos innumerables veces en el cedazo de una meditación serena y desprejuiciada, y en un estado de vigilia intensificada. Después no debe tampoco conformarse con esto; es preciso que compruebe estas enseñanzas en la práctica de la vida diaria, observando la experiencia propia y la ajena.

En la práctica y estudio del hermetismo existe un orden necesario que debe cumplirse para que el estudiante pueda llegar a la meta que se ha propuesto, y es respetando este ordenamiento que instamos al lector a que realice el mayor esfuerzo para comprender este trabajo. Hay tres etapas básicas que deben cumplirse para tener éxito, y éstas, son las siguientes:

1. Motivación A)

2. Comprensión Resultado: Evolución

3. Práctica

 

Su motivación debe ser poderosa; su comprensión, profunda y su práctica, intensa. El resultado de todo esto es la evolución del sapiens. No obstante, esto que a primera vista se ve tan simple, resulta de realización ardua y compleja, ya que generalmente falla alguna de las etapas y la evolución no se lleva a cabo.

Muchas veces se llega al siguiente resultado:

1. Motivación B)

2. --------------- Resultado: estimulación de la energía masa (no hay evolución).

3. Práctica

En el caso B, el sujeto llevado por su entusiasmo se salta el punto segundo, llegando directamente a la práctica. También es posible, y esto es lo más común, que su propia incapacidad de entender lo lleve a soslayar este tramo, con lo cual el resultado será de una “estimulación de la energía masa”, es decir, una euforia corporal, pero sin el resultado que se pretende, esto es, evolucionar.

Debemos darnos cuenta de la importancia fundamental que tiene la comprensión profunda en el camino hermético, ya que ésta no es una senda de fe y autoconvencimiento, y sin una auténtica comprensión, nada real puede lograrse; sólo ilusiones subjetivas.

También es frecuente que se produzca el siguiente caso:

 1. Motivación: pobre

C)

 2. Comprensión:

 insuficiente

 Resultado:

 evolución insignificante.

 3. Práctica:

 escasa

  Puede suceder también que la comprensión y la práctica sean aceptables, pero con una motivación muy deficiente. En ese caso, faltará el combustible necesario para que el sujeto pueda llevar a buen término su propósito espiritual.

 

Una vez hecha esta disquisición, analizaremos el triángulo compuesto por las palabras Libertad, Voluntad y Deseo.

En primer lugar debemos manifestar que el sapiens tiene una ambivalencia en relación a la libertad; la desea y la teme simultáneamente. Por lo general, la desea físicamente y la teme psicológicamente. El sapiens quiere su libertad física, política y económica; desea una total libertad de acción para cumplir con sus propósitos personales. Este anhelo representa, en el fondo, un ansia inconmensurable de poder, es decir, que el individuo quiere ser tan libre como para poder ejercer su poder en las personas y el medio ambiente.

Siguiendo su deseo de libertad, procura por todos los medios a su alcance lograr su autonomía física, ideológica y económica. Opuestamente, obedeciendo su temor ancestral a la responsabilidad individual, se funde en sistemas religiosos, culturales y políticos, en los cuales “disuelve” su propio yo, liberándose así de la responsabilidad de sus propias decisiones y acciones.

Desde otro punto de vista, se entiende también la libertad como la falta de oposición a la acción o tendencia individual, haciendo de este modo posible que el sujeto pueda culminar sus propósitos, cualesquiera que éstos sean. Es por eso que muchos individuos buscan su liberación a través de una exitosa gestión económica, aduciendo que el dinero hace al sujeto libre y poderoso.

Sin, embargo, el sapiens deja de lado lo único verdaderamente importante en este aspecto, factor que en la práctica actúa como un verdadero carcelero (y a veces verdugo del sujeto). Nos referimos a la naturaleza interna del hombre; a sus sentimientos, instintos, y pasiones, que son sus verdaderos amos. La única libertad posible en esta vida es la liberación de las propias pasiones, ya que mientras éstas nos dominen, seremos meros títeres que obedecen al flujo y reflujo de los estados pasionales de las muchedumbres.

Toda autonomía se hace imposible al obrar, pensar, y sentir, en virtud de la influencia del medio ambiente sobre nuestra naturaleza interna. Cualquier dosis de libertad que hayamos tenido, desaparece ante la fuerza primitiva con que somos dominados por nuestra alma animal.

La libertad no depende de las condiciones físicas de un individuo; el recluso, en un establecimiento carcelario, puede ser más autónomo que un hombre que posee muchas riquezas y la libertad plena de movimiento. La única verdadera libertad es la libertad de sí mismo y la liberación del computador central de la especie. Mientras no se haya llevado a cabo esta obra, podremos ser grandes políticos, multimillonarios famosos, tener, gloria, honores, y poder, pero seremos tan esclavos, o tal vez más, que el más desposeído de los hombres.

 

Invitamos  a analizarse a sí mismo para establecer qué decisiones propias ha tomado en su vida de manera absolutamente libre, sin la compulsión de presiones externas o internas que obligan al sujeto a actuar de un modo determinado, simplemente porque no le queda otra alternativa, o bien, siguiendo la ley del menor esfuerzo. Debe considerar que esto no es decidir libremente, de modo autónomo y voluntario, sino que equivale a que las cosas le sucedan al individuo independientemente de su deseo.

Partiendo desde la edad aproximada en la cual se pueden tomar decisiones, podremos apreciar que decidimos seguir una carrera determinada, por imitación, condicionamiento, o ambición. Que contrajimos matrimonio, por soledad, deseo sexual, falta de cariño, o conveniencia personal, pero no por libre elección. Elegir libremente implica decidir independientemente de las presiones internas y externas, de manera imparcial y objetiva, pesando cuidadosamente el pro y el contra, y determinando qué es lo que verdaderamente queremos, y en qué medida eso puede perjudicarnos o favorecernos, y qué grado de compatibilidad existe entre nuestro proyecto y los intereses familiares y sociales.

Hemos llegado, de este modo, a la segunda palabra de nuestro triángulo: Voluntad, que al final, es el elemento clave que puede arrojar más luz sobre el problema que nos ocupa. En efecto, ser capaz de elegir o decidir implica la posesión de un criterio maduro que se manifiesta a través de la, voluntad, la cual es el timón de nuestras vidas. Para ser libre tenemos que estar capacitados para decidir nuestra existencia voluntariamente. Sin embargo, aquí es donde Voluntad se confunde con Deseo, tercera palabra del triángulo.

Efectivamente, es preciso reconocer que el ser humano no se mueve por el impulso de su voluntad sino por la fuerza de su deseo, el cual es motivado y concebido por los instintos o emociones preponderantes. Tener voluntad implica la posesión de un Yo Superior poderoso, estable, y maduro, ya que lo volitivo permite mantener la constancia de una línea de acción, lo cual no ocurre en la práctica, ya que el sujeto cambia constantemente su centro de gravedad o “yo directivo”. Tal como lo expresara tan acertadamente Gurdjief, el hombre no tiene un yo, sino que posee muchos yoes, los cuales, en realidad, lo poseen a él mismo, en forma instintiva y anárquica, a la manera pasional.

Por eso es que el sapiens está cambiando tan rápidamente de propósito y de manera de pensar y sentir. De aquí nacen las enormes contradicciones internas, la desorientación, la duda, y la inestabilidad (¿qué estabilidad puede haber si cambiamos a cada instante?).

Como el sapiens se da cuenta en forma inconsciente de este fenómeno, crea esquemas intelectuales lo más rígidos posibles, a fin de aferrarse a ellos y obtener así una improvisada firmeza. No importa que “yo directivo” esté actuando como amo de nuestra “casa biológica” (el cuerpo físico); el sólido esquema nos dirá qué es lo que tenemos que hacer.

Éste es uno de los motivos por los cuales el sapiens “petrifica” su inteligencia, limitándose a un conjunto de circuitos fijos, estables y permanentes. Esto tiene algunas ventajas, pero son insignificantes al lado de los factores negativos que esto implica. Si bien es cierto que la “petrificación” sirve al sujeto para alcanzar una mayor estabilidad emocional o intelectual, y una adaptación al grupo en el cual se desenvuelve, por otra parte, convierte el individuo, conceptualmente hablando, en un “árbol de piedra”, rígido, inflexible, y estático, privándolo de la dinámica de las transformaciones.

Mientras el mundo cambia, este sapiens se aferrará a sus gastados esquemas, negándose a considerar la importancia y el contenido trascendental de aquellas transformaciones.

Sin un Yo Superior crecido y maduro, el hombre no tiene una verdadera voluntad, solamente la fuerza de lo desconocido y lo imprevisto lo empuja hacia una meta que por no haber elegido, la desconoce absolutamente.

El sapiens es un eterno caminante hacia lo desconocido, e ignora completamente lo fasto o nefasto de su futuro. El presentimiento de este hecho lo empuja a "gozar de la vida" en forma compulsiva, con una búsqueda sistemática del placer del hoy, ya que carece de la certidumbre de un mañana; es un ente sin futuro, por lo menos, en lo que a propia elección se refiere. En estas condiciones, se comprende y disculpa, en cierta medida, la actitud materialista y netamente egoísta del sapiens, quien procura por todos los medios a su alcance, hacer vibrar su vacío e inerte mundo interno. Persiguiendo esto, prefiere muchas veces, el sufrimiento vano a la paz interna.

Careciendo de un Yo Superior, el sapiens se refugia tenazmente en un Yo Colectivo, el cual se proyecta dentro del individuo dirigiendo su vida. De este Yo, denominándolo Alma Colectiva o Computador central de la especie. Es así como la costumbre, la moda, la aprobación o rechazo colectivo de determinadas pautas de conducta, van dominando al sujeto, y termina por alienarlo de manera irresistible.

Todos los hombres que parecen tener una actitud original y exitosa ante la vida, son imitados rápidamente por la masa, la cual adopta sin mayor análisis, su manera de proceder, pero sólo en lo aparente, sin pretender mirar bajo la superficie. Los astros de cine o las estrellas de la canción desatan una manía imitativa, ya que proyectan una gran imagen, y los “hombres grises” tratan de apropiarse de ella para destacarse de la gente.  Son escasas las personas que actúan auténticamente, siguiendo sus impulsos internos, manifestándose tal como son; la mayoría busca constantemente la aprobación ajena para justificar y reforzar su manera de proceder. Una costumbre característica de casi todas las personas, es la de atisbar frecuentemente la expresión facial de la gente con la cual alterna, a fin de establecer si esos rostros manifiestan aprobación o rechazo, modificando su actitud en consecuencia.

La masa, por su parte, busca continuamente líderes a los cuales someterse. Éste es el verdadero reconocimiento de su nulidad volitiva; necesita quien la dirija porque carece de voluntad para hacerlo por sí misma. Siempre el líder es el símbolo del hombre que tiene la fuerza, la audacia, la libertad, y la determinación de la cual carece el hombre común.

Negamos de manera terminante el libre albedrío del sapiens, y sostenemos que en verdad, de acuerdo al concepto oriental “todo está escrito”. El sapiens ocupa un nivel específico dentro del orden cósmico, y para él, todo está predeterminado y previsto. No obstante, no debemos entender este concepto de una manera absoluta, ciega y terminante, sino que es preciso interpretarlo en el sentido de que la persona está limitada a las posibilidades que le brindan los Señores del destino o Dioses zodiacales, pero que éstos no empujan al sujeto en una senda de una sola vía, sino que en su camino hay bifurcaciones que le presentan el dilema de una elección, pero siempre dentro del camino que le fue impuesto.

Si bien es cierto que para el sapiens, “todo está escrito”, no ocurre lo mismo con el hombre sabio que se liberó del alma colectiva animal y se convirtió en un hombre estelar. Para éste, nada está escrito, y él tiene en sus manos el libro de su destino y la pluma con la cual puede escribir lo que le plazca siempre dentro de las leyes que rigen el Universo; jamás en su contra.

El sapiens no puede dirigir su vida hacia donde, realmente lo desea; debe limitarse a dejarse llevar por la marea del “progreso” colectivo, cuyo flujo y reflujo está determinado por los Señores del destino.

Es así como se construyen las más grandes civilizaciones, obra en la cual se invierte mucha sangre, sudor, y lágrimas, sólo para que un día cualquiera el péndulo oscile hacia el otro extremo y se destruya todo rápidamente, quedando solamente ruinas, vestigios, y recuerdos. El péndulo de la vida arrolla y sobrepasa la creación humana, la cual, por muy importante y poderosa que sea, es aventada con el paso del tiempo, perdiendo de ese modo, cualquiera trascendencia que haya tenido.



 
 

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