Los antiguos filósofos griegos, desde
hace muchos años buscan el logos de la vida, también buscan el arge, el primer elemento,
el origen. Tales empezó diciendo que era el agua el arge de las cosas, después
otros griegos importantes dijeron que el arge eran los números, el aire, el
fuego, la tierra. Anaximandro dijo que
el arge de las cosas era el infinito, y en parte estoy de acuerdo con su teoría,
nadie sabe hasta dónde pueden llegar las cosas, incluso no se sabe si el
Universo tiene algún límite o no. Lao Tse en su filosofía expresa que el tao
en sí no es una cosa, sino que es la cosa en sí; no de la forma absolutista de
imperatividad jerárquica, sino como esencia infinita
generadora de los posteriores cambios que tomaron forma en las diferentes
manifestaciones; por lo que
tanto los seres vivos, los objetos inanimados, la Tierra misma y el Cielo,
todos han de ser formas que surgieron de cambios anteriores de la propia
naturaleza, siendo así la naturaleza la madre de todas las cosas.
Es importante rescatar el arte de
pensar y reflexionar, para buscar la sabiduría y llevarla luego a la práctica.
La filosofía nos acerca al misterio de la vida, del ser humano y del universo,
con unos ojos limpios y una mente que trata de vibrar al compás de los grandes
sabios de la humanidad.
La utilidad de la filosofía consiste
en potenciar esos valores interiores que todos poseemos. Esta filosofía activa
y desarrolla la capacidad para gobernarse a sí mismo, pacificar el espíritu y
actuar conforme a lo que nuestra razón y conciencia pueden captar de la armonía
del mundo. Concilia sentimiento, pensamiento y acción. Enseña a pensar por uno
mismo y a resolver todas las dificultades de la vida con buen ánimo e
inteligencia despierta.
En los siglos
XIX y XX encontramos varios filósofos
que basan todas sus teorías a partir de la reflexión de la vida.
-
Una de ellas es el humanismo que defiende el
vitalismo cósmico que está ligado a la defensa de la vida como concepción
ambiental, pero también la vida como dignidad de la vida humana. La muerte, a
diferencia de la interpretación mecanicista característica de la ciencia
moderna, no sería efecto del deterioro de la organización del sistema, sino
resultado de la pérdida del impulso vital o de su separación del cuerpo
material.
-
Y la otra
llamada racionalismo que sostiene como la fuente del conocimiento, la razón y
rechaza la idea de los sentidos, ya que nos pueden engañar; defiende las
ciencias exactas, en concreto las matemáticas, y dice que posee contenidos
innatos, es decir, ya nacemos con conocimientos, solo tenemos que «acordarnos»
de ellos. Usa el método deductivo como principal herramienta para llegar al
verdadero conocimiento.
Para Nietzche,
la vida tiene valor en sí misma y no tiene fundamentos exteriores a la misma. Ve
la vida como creación y destrucción, por esta misma razón creyó posible poder
medir el valor de la metafísica que es
la teoría del conocimiento y ética a
partir de su oposición o afirmación respecto a la vida.
En el mundo
actual el filósofo ha adquirido un vocabulario o lenguaje más amplio y ciertos
conceptos que han ayudado a comprender de una mejor manera las enseñanzas que
dejaron los filósofos de la edad antigua. El resultado de esto es que una gran
parte de las personas han cambiado su punto de vista hacia la filosofía, ya
que es más fácil de entender por ser una
parte esencial en la vida y que todos deberíamos de saber y practicar en la
vida cotidiana, para entender mejor el porqué de las cosas, como lo que son la
vida y la muerte.
El sentido de la
muerte se encuentra en la vida misma, en cuanto sabemos que vamos a morir,
dirigimos nuestros esfuerzos hacia la vida intensamente vivida, el morir nos enseña
a amar, querer, recordar. La muerte postergada hacia la eternidad no puede sino
constituir el más absurdo de los absurdos. En cuanto ésta dejaría de ser fuente
de vida, vivir en el más acá, requiere la certeza de la finitud. La muerte es
un espejo en el cual contemplamos nuestra vida entera, la historia personal se
perfila hacia un proyecto común de todos los hombres, de los que están y los
que vendrán, el dialogo del espíritu con el corazón, resuelven su acuerdo de
vida en un instante, el corazón ofrece energía para la acción, y el espíritu
ofrece un viaje hacia el crecimiento. Entender esto, significa entender que la
vida misma no es más que un periodo pequeño de nuestra existencia.
La vida cobra sentido en cuanto se revela como una
circulación, morir es cambiar de estado y el bien morir puede ser entendido en
términos de desprenderse finalmente de todo lo material que nos confina a este
mundo para facilitarnos el paso a la eternidad. El bien morir es estar
dispuesto con humildad a despedirse de la vida, entregar la existencia que nos
fue dada, sin rencores ni arrepentimientos, sin culpa y sin dolor.
El ser humano en
general, le tiene temor a la muerte y esto se debe a la ignorancia. Siempre
tenemos temor a lo que desconocido. Cuando la conciencia despierta, la
ignorancia desaparece y deja de existir el temor a la muerte. Nadie muere en la
víspera. El ser humano muere el día y a la hora que señala el Gran Arquitecto
del Universo. "La causa de la
muerte es el pecado", dicen las Sagradas Escrituras; realmente el ser
humano al cometer el pecado original en aquel Paraíso Terrenal, quedó sometido
a una cadena de muertes y nacimientos, de las cuales solo podrá liberarse
cuando nazca por segunda vez de su energía creadora –semen-, cuando sea
bautizado –transmutado- por el Espíritu Santo en Matrimonio Perfecto. San Pablo
nos dice en la Biblia que el ser humano posee un cuerpo carnal y un cuerpo
espiritual. A este cuerpo carnal se le llama "cuerpo físico" y al
cuerpo espiritual le llamamos "alma o cuerpo astral". Estos cuerpos
están unidos por un cordón fluídico o energético, que en esoterismo se denomina
"Cordón de plata".
La muerte nos
hace pensar en la vida. Si diéramos un significado a nuestra muerte,
encontraremos una nueva perspectiva para nuestra existencia.
Más allá del
impacto de la idea que proyectamos de nuestra muerte en nosotros mismos,
también el impacto de muertes que somos testigos tiene un gran efecto sobre
nuestra vida. Fue el hecho de presenciar una muerte que llevó al Príncipe
Siddhartha, el Buda histórico, a abandonar el palacio en el cual vivía, para
dedicarse a la meditación en busca de una solución efectiva para que cese el
sufrimiento humano.
Lo mismo sucede
con aquellos que presenciaron el proceso de una muerte y que se dejaron tocar
por los poderosos efectos de esa experiencia sobre su visión del mundo. Asistir
a alguien muriendo nos torna consientes de nuestros límites humanos y nos lleva
a ser más realistas y menos pretenciosos en cuanto a nuestras posibilidades.
Aun así, no podemos olvidarnos de que aun encarando a la muerte de manera
positiva, ella continúa fea y dura de mirar.
Dice el Lama
Gangchen Rimpoche: "Si usted estuviera en una situación negativa en el
momento de su muerte, debe recordar que la negatividad no trae nada. Por eso,
regrese su atención para su concentración interna y para su
auto-confianza". Creo que esa sea una tarea para una vida entera.
Nadie puede
escapar de la muerte. La cesación de la vida es tan segura como la certeza de
que la noche sigue al día, el invierno viene después del otoño, y la vejez
llega cuando la juventud queda atrás. La gente toma precauciones para evadir el
sufrimiento y no verse en apuros durante el invierno o en la vejez; pero pocas
personas se preparan para la muerte, que adviene indefectiblemente.
La sociedad
moderna aparta su mirada de este tema esencial. Para la mayoría de las
personas, la muerte es una cuestión temible y fatal; para otras, significa la
simple ausencia de vida, un estado en blanco, un vacío. Hay quienes hasta la
consideran algo absurdo.
Si no adquirimos
profunda conciencia sobre la realidad de la muerte, terminaremos viviendo una
existencia superficial y de poca estabilidad espiritual. Es posible que
logremos convencernos de que, de alguna manera, lidiaremos con la muerte cuando
llegue. Algunas personas se mantienen asiduamente ocupadas en todo tipo de
tareas, para evitar reflexionar sobre los temas fundamentales de la vida y de
la muerte. Sin embargo, con una actitud semejante, la dicha que podamos
experimentar siempre será efímera y nos veremos acosados sin cesar por la
preocupación de una muerte inevitable. Estoy convencido de que encarar el tema
de la muerte les permite a las personas gozar de una existencia estable,
pacífica y profunda.
La filosofía
oriental considera un error pensar que la vida concluye con la muerte. Sostiene
que todo lo que existe y ocurre en el universo está vinculado y tiene un
“origen dependiente”. Lo que llamamos “vida” es una energía vibrante que fluye
a lo largo y a lo ancho de todo el universo, y no tiene principio ni fin; es un
proceso continuo y dinámico de cambio. Desde el punto de vista del budismo, la
vida del ser humano no es una excepción. ¿Por qué ha de ser la existencia
humana algo finito, caprichoso, aislado y desconectado del ritmo universal de
la vida?
Sabemos que los
cuerpos celestes y las galaxias nacen, dura un determinado lapso y mueren. Todo
lo que se aplica a las inmensas realidades del universo se aplica, de la misma
manera, al minúsculo mundo de nuestro cuerpo. Desde el enfoque de la física, el
cuerpo humano está constituido por la misma materia, los mismos componentes
químicos que conforman los astros. En tal sentido, somos “hijos” de las
estrellas.
El cuerpo humano
consta de unos sesenta billones de células individuales, y la vida es la fuerza
vital que armoniza el funcionamiento infinitamente complejo de ese número de
células tan difícil de concebir. A cada instante, cantidades incalculables de
ellas mueren y son reemplazadas por otras que nacen. En ese nivel, cada uno de
nosotros está experimentando diariamente los ciclos del nacimiento y la muerte.
La muerte es
necesaria. Si las personas vivieran para siempre, con el tiempo empezarían a
anhelar la muerte. Sin la muerte, enfrentaríamos toda una nueva gama de
problemas, desde la superpoblación mundial hasta el hecho de tener que lidiar
con un físico envejecido. La muerte da espacio a la renovación y a la
regeneración.
A la muerte debe
agradecerse como un beneficio, tanto como se agradece la vida. La filosofía
budista y taoista ve la muerte como un período de descanso, como el acto de
dormir, mediante el cual la vida recobra energías y se prepara para nuevos
ciclos de existencia. No hay ninguna razón para temerle a la muerte, para
odiarla o para buscar desterrarla de nuestra mente.
La muerte no
discrimina: nos despoja de todo. La fama, la riqueza y el poder son
absolutamente inútiles en el estado de desapego total de los últimos instantes
de nuestra existencia. En ese momento, en lo único que podemos confiar es en
nosotros mismos. Debemos afrontar la muerte con solemnidad, con la sola
armadura de nuestra cruda humanidad, con el registro real de nuestras acciones,
de acuerdo con las elecciones que asumimos en la vida. “¿He sido fiel a mí
mismo?”. “¿Qué he aportado al mundo?”. “¿De qué estoy satisfecho y cuáles son
mis remordimientos?”.
Para morir bien,
uno tiene que haber vivido bien. Para quienes han transcurrido su existencia
fieles a sus convicciones y han trabajado para brindar felicidad a los demás,
la muerte puede llegar como un descanso reconfortante, como un sueño bien
ganado después de un día de gratos esfuerzos.
Estar consciente
de la muerte nos permite vivir cada día y cada momento con agradecimiento por
la incomparable oportunidad que tenemos de crear algo, mientras habitamos este
planeta. Para disfrutar de verdadera felicidad debemos vivir cada momento como
si fuese el último. El hoy nunca volverá. Podemos hablar del pasado o del
futuro, pero la única realidad que tenemos es el momento presente. Confrontar la
realidad de la muerte nos permite, de hecho, generar creatividad ilimitada,
valor y alegría en cada instante que vivimos.
El sufrimiento,
la vejez y la muerte están excluidos de esta sociedad, y se viven en lugares
asépticos y aislados, como algo vergonzoso e inconfesable, pues resultan
contrarios a la imagen de éxito permanente que es el modelo dominante. Pero las
dudas y las angustias aparecen, a pesar de todo, en una sociedad que se ha
olvidado de vivir los ciclos, de extraer lecciones de sus fracasos y asumir las
crisis de la existencia.
El rechazo de la
realidad, la incapacidad de percibir la vida como una globalidad, proyectan al
individuo en una huida hacia delante, en una acción sin reflexión ni
anticipación, que oculta la obsesión de la muerte. Esta es vivida como un
vacío, una oquedad sobre la que no se puede volcar por miedo a encontrar la
oscuridad y el silencio de una dimensión interior no explorada.
Las enfermedades
de nuestra época reflejan bien los problemas no resueltos por nuestra sociedad,
que engendra generaciones de gente apurada, ocupada, incapaz de regenerarse o
de vivir el verdadero sentido de la vida. Una vida, portadora del desorden
creador, es un abandonarse a un estado dionisíaco que conduce al alma más allá
de lo visible y le permite reunirse con otra dimensión de la realidad, lo
invisible o sagrado.
Nuestra
sociedad, rindiendo un culto “apolíneo” a la eterna juventud, sin arrugas, sin
fatiga, sin preocupaciones, parece haber reducido el ciclo de la existencia a
una sola de sus fases: la del joven adulto que, después de largos años de
estudio y trabajo, quiere gozar largo tiempo de sus bienes materiales y de los
privilegios adquiridos.
Surgen
comportamientos colectivos erróneos que se traducen en insomnio, depresión,
crisis cardíacas o toxicomanías que expresan los malestares profundos de
nuestra sociedad, que parece haber satisfecho demasiado bien sus necesidades
materiales sin considerar otras necesidades fundamentales del ser humano.
Por su elemento
espiritual el hombre puede trascender a la muerte, es así como aun recordamos y
veneramos a personas que vivieron mucho antes que nosotros, suceso que no
ocurre en otro ser vivo.
“la muerte nos
señala el fin de la naturaleza humana, así como la ciencia del hombre. Pero es
allí donde comienza su trascendencia y ascensión espiritual”. Agustín Basave.
Todo hombre debe
encaminar su vida hasta lograr una trascendencia más allá de la muerte, porque
en este sentido se busca alcanzar una realización personal y la muerte resulta
un proceso menos angustiante al no significar tan solo el fin de la vida, sino
más bien resulta un nuevo estado al cual está encaminado todo ser humano.
Más allá de una
angustia personal ante la muerte, todo hombre o mujer debe activar su ánimo en
preparar su vida para afrontar con naturalidad y espiritualidad. Así como la
oruga logra una metamorfosis para convertirse en una mariposa, en el hombre al
ocurrir la muerte ocurre una especie de metamorfosis por la cual es su
inevitable, por tanto debe prepararse para afrontar de la mejor manera que es
en plenitud humana y personal.
La filosofía y
la ciencia terminan con la muerte del ser humano. He aquí la última frase de
Sócrates:
“pero ya es hora de irse: yo a la
muerte, vosotros a la vida. Quien después de nosotros se encamine hacia un
estado mejor, será desconocido por todos nosotros, …”
Conferencista, Dr. Harvey Rivadeneira Galiano en el PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL DE ESPECIALIDADES MEDICAS - 4 de marzo del 2015 - Quito Ecuador
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