lunes, 29 de julio de 2013

EL AMOR ENTRE HOMBRE Y MUJER








 
Una fuerza tan intensa que desde la pubertad o antes en muchos casos, se manifiesta y crece con la adolescencia. Se busca como si fuera la vida en ello, una pareja. Cuando se consigue parece que la felicidad por fin te ha sonreído, ¡y para siempre!
 
Comienzan los preparativos para vivir juntos porque siempre vamos a ser así de felices y ya entonces, en algunos casos, la felicidad va dejando paso a la rutina. Otros duran más, unos años, tal vez por los niños, para esperar que crezcan.
 
Los hay que duran hasta la muerte pero ¿ese amor estaba vivo?, ¿seguía produciendo el mismo sentimiento de felicidad que al principio?, ¿seguía siendo el otro esa persona de la que te enamoraste?
¿Qué sucede en  ese santuario del hogar que muchas veces acaba convirtiéndose en el altar de un  ritual satánico donde se sacrifica al Amor?
 
¿Acaso el amor solo era una máscara de ese otro impulso, aún mas fuerte, que es el de la perpetuación de la vida?
 
Todo puede empezar en esa búsqueda compulsiva de pareja que inician la mayoría de personas, donde lo que prima es el amor a uno mismo y la necesidad de que alguien te lo ratifique. Se buscan parejas que aporten serenidad, alegría, cariño, etc. Y es normal, pero esa necesidad pone unas expectativas tan altas en el otro que en cuanto empieza la vida compartida, caen hechas pedazos porque el otro necesita también lo mismo que tú, o más. A esto se suma el que cada uno trae sus heridas de guerra de la infancia, la adolescencia y quien sabe si también de otras vidas.
 
La herida de cada uno es sagrada, nadie puede tocarla, cuando esto sucede saltamos como fieras enjauladas y arrasamos con lo que se ponga por delante.
 
Y esto, por mucho que te amen, es difícil de llevar en cualquier relación.
 
Por ese motivo el primer paso es sanar nuestras heridas. Aceptarnos como somos reconociendo nuestras cualidades y nuestras limitaciones. De esta manera no hemos de buscar en otro lo que podemos y debemos tener por nosotros mismos: reconocimiento.
 
Muchas personas suelen decir que lo que buscan en el otro es que les hagan sentirse bien y esto es muy fácil al principio, cuando se pretende conquistar, ya que vamos a mostrar lo mejor de nosotros mismos de forma natural y hasta un poco más.
 
En esos momentos cruciales del inicio de la relación hay que estar muy atentos porque el otro me va a mostrar su mejor sonrisa, sus atenciones, sus palabras amables y  nos va a decir lo maravillosos que somos.
 
Son cruciales porque muchas parejas se enredan en compromisos familiares y económicos de los cuales, en caso de que ya en esta etapa el amor haya dejado de escribirse con mayúsculas, no saben deshacerse.
 
Así que hay que mirar más allá. Más de lo que a mi me diga o me haga el otro tengo que fijarme en los detalles de su personalidad, los que no van dirigidos a mi, como gestos inconscientes o reacciones, porque estos no están controlados por la voluntad sino por el yo más profundo que esta escondido en algún lugar esperando pacientemente como una fiera al acecho a que las defensas caigan. Tu puedes ignorar esos detalles y dejar pasar el tiempo pero es entonces cuando recuerdas aquellos gestos que no te gustaron, como cuando le dio una patada a un perro o se burló de un disminuido psíquico. Tu no le diste importancia porque  eso no iba para ti, contigo era otra persona, tan amable, tan encantadora…
 
En realidad no quisiste darle importancia, todo lo demás era tan hermoso… Pero esa venda en los ojos se cobro su precio, te paso la factura del miedo, si, miedo a quedarte solo, a que ninguna otra persona quiera estar contigo porque ¡vales tan poco!
 
Sigamos adelante, estamos en la primera etapa de la convivencia, ya ahí en muchos casos se derrumban las expectativas y ese ser al cual tenías en un pedestal cae más abajo del suelo. ¿Qué ha pasado? Ya no te dedica todo su tiempo, ni le interesa que le cuentes tu vida porque ya la conoce, y esos defectillos del carácter que antes no te molestaban, ahora son insoportables. La convivencia se hace tensa, discusiones tontas por nada, y el resentimiento empieza a crecer.
 
Aun así seguís y vienen los niños, a veces porque si y otras para llenar el vacío de la relación. Pero muchas veces este hecho sólo contribuye a aumentar la distancia entre los dos: las situaciones para estar en desacuerdo se multiplican.
 
Algunas relaciones aguantan “por los niños” y los pobres niños crecen en un hogar donde las discusiones son lo cotidiano o bien la calma tensa “por no discutir delante de ellos” sin darse cuenta que la antena parabólica que ellos tienen, capta hasta el más mínimo sentimiento negativo de sus padres (y positivo también).
 
Profundicemos un poco en el funcionamiento afectivo-sexual de cada miembro de la pareja, hombre y mujer.
 
Comenzamos por el hombre que al parecer, todo concuerda en que su funcionamiento es más sencillo y más simple, yo como mujer tengo que confiar en lo que escucho o leo acerca de ese asunto.
Para estimular la sexualidad en el hombre, en general basta un sencillo estimulo para levantar el hacha de guerra.
 
Sus procesos de pensamiento son claros y directos, no suelen cuestionarse como va la relación, a menos que vaya exageradamente mal. Sus necesidades afectivas están colmadas cuando lo están sus necesidades sexuales.
 
Bien, muchos hombres podrían decirme que no están de acuerdo, en realidad casi todos los que lean esto. Entended que hablo del estereotipo masculino y me alegra pensar y saber, que hay un porcentaje cada vez mayor entre los hombres que comienza a funcionar de una forma más integrada en su polaridad masculina-femenina.
 
Hablemos ahora del estereotipo femenino. La mujer tiene una necesidad afectiva mucho mayor que la del hombre, que junto a la sexualidad funciona en proporción inversa a la de él. Primero necesita tener la afectividad colmada y es a partir de ahí que puede  surgir el deseo sexual.
 
Por supuesto que no es así siempre. Estoy hablando de parejas que conviven, no comparemos con encuentros sexuales esporádicos donde ya los parámetros no son los mismos.
 
Una mujer necesita sentirse querida, que se lo digan o se lo demuestren. Sino es así, difícilmente sentirá atracción sexual hacia su pareja, de ahí que muchas mujeres nunca tengan deseo. Esto el hombre no lo comprende, se dice a  sí mismo “Me mato trabajando para mantener la familia, cuando llego a casa solo quiero que mi mujer tenga las mismas ganas que yo”
 
No se da cuenta de que la mujer es una flor delicada que necesita mucho mimo, riego, abono, para dar lo mejor de si. Sino se marchita. O se queda raquítica como un bonsái sin desarrollar toda su plenitud.
 
“Claro, como eres una mujer, te crees que solo vosotras necesitáis sentiros queridas” Tenéis razón, los hombres lo necesitan igual o en mayor medida, ya que su ego es más fuerte que el de la mujer y ante cualquier cuestionamiento del mismo, su reacción es mayor. Cuando se os lleva la contraria, cuando no se admiten vuestros razonamientos, cuando sentís que no se os da lo que necesitáis… podéis admitirlo mientras quien hace eso no sea vuestra pareja.
 
Pero ahora no hablamos de ese miedo a sentirse superado, absorbido o anulado por la pareja, que también es una forma de sacrificar al Amor. En general la mujer no siente ese temor, al contrario, suele sentirse atraída por hombres con mas capacidad que ella sin que por ello merme en absoluto su autoestima. Sin embargo sí necesita atención, porque si se ve como parte del mobiliario de la casa, atrapada entre el trabajo dentro y fuera, los niños y todas las obligaciones, se acabó el amor. ¿Y que ha pasado? Se puede preguntar él. Le ha faltado el riego suficiente, el toque de abono, el resguardarla del frío. Le ha faltado la ternura.
 
Una mujer enamorada, que ama a su pareja y que a su vez se siente amada, puede superar cualquier lucha diaria, cualquier frustración porque sabe que en los brazos de su amado se colman sus anhelos y esas pequeñas atenciones de su hombre, ella las devuelve con creces haciéndole la vida más agradable.
 
A los que soñáis con ninfómanas, sabed que cada mujer puede ser una bomba sexual si tiene el vaso de la ternura lleno. No te compliques con trabajar mucho, mientras no sea absolutamente necesario para subsistir, si después en casa solo está tu cuerpo vacío tirado en el sofá, hipnotizado por la televisión. Tu mujer te necesita a ti, el hecho de poder comprar lujos le satisface solo en la medida que pueda compensar la frustración de no tenerte cerca, pero acabará aborreciéndote a ti y a tus lujos porque eso no llena el vaso de la ternura, son solo cosas materiales, no tienen valor real.
 
Hay requisitos básicos para el buen funcionamiento de una relación y entre ellos está la forma de comunicación, incluida la ausencia de la misma.
 
Los hombres, ante un problema, tienden a reaccionar recluyéndose dentro de sí mismos, metiéndose en su cueva como aprendimos con “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”. Cuando viven solos, les puede funcionar, pero estamos hablando de relación de pareja y cuando esto sucede, la imaginación de la mujer se desboca, no sabe qué le pasa (aunque ya el ha dicho que nada, ella sabe muy bien que sí hay algo que no quiere decir). Ante esta situación lo primero que la mujer se cuestiona es a sí misma: que he hecho, que he dicho, ya no le gusto etc., etc. Percibe su silencio como un castigo, creando una distancia que aumenta según las veces que eso llega a ocurrir y matando al Amor con el sistema de tortura china, lenta pero eficaz.
 
Queridos hombres ¿tanto os cuesta decir al menos el asunto que os trae preocupados para que vuestras mujeres se queden tranquilas?
 
A esto se suma que a veces entráis en la cueva y resulta que ahí se está muy a gusto, apartados del mundo y de todo, pero la consecuencia es que también la estáis dejando a ella fuera.
 
Parece que todos venimos a este mundo preparados sin más para emprender una relación con éxito pero la evidencia nos muestra todo lo contrario.
 
A todos nos cuesta cambiar pero cuando tenemos un hijo, un trabajo, hemos de cambiar hábitos y lo vemos normal, ¿Por qué entonces creemos que para vivir con alguien no hay que hacer adaptaciones?, lo que decimos es “yo soy así y así me tiene que aceptar” y esto es el comienzo del fin.
 
Algo básico en cualquier relación humana es el respeto, más aún en una relación de pareja para que esta funcione. Este tema, por lo complejo, lo dejaremos para otro momento pero puntualizar que el respeto es una vía de doble sentido donde no puedo pedir respeto si no me lo doy a mi mismo y a su vez no puedo respetar si no se me respeta.
 
Respetar es aceptar al otro tal como es, sin pretender cambiarlo.
 
Si hemos decidido compartir nuestra vida con alguien, es porque su forma de ser nos atrae, ¿o es que solo buscábamos  un incauto a quien echar las redes?
 
Muchas mujeres alimentan la ilusión de que cuando convivan conseguirán cambiar lo que no les gusta de él. Cual madres adoptivas se sumergen en la tarea de dirigir su vida, reñir y castigar hasta donde el buen hombre lo permita. Cuanto mayor es la bondad del consorte, más ahínco le ponen a la labor porque no hay un freno o un ¡basta! Y un egoísmo desbocado puede llegar hasta el punto de anular al otro como persona, maltratarlo psicológica y hasta físicamente, lo cual difícilmente llega a los juzgados porque a lo primero que tendría que enfrentarse ese hombre es a la vejación y al ridículo. Sin tener en cuenta las estadísticas conozco a muchas mujeres que maltratan psicológicamente a su consorte, casi al nivel de la anulación; personalmente el caso contrario no lo conozco.
 
A ese hombre, o mujer, le ha faltado respetarse a sí mismo para poder poner límites al otro. Ahí tenemos otra forma de matar al amor,
 
Algo muy frecuente que hacen las mujeres y no se dan cuenta hasta que punto alejan así de ellas a su amado, es que una vez casadas, o en convivencia, se creen con el derecho a ordenar la vida de la casa y sus moradores. Imponen sus normas sin tener en cuenta las necesidades de su compañero al que pueden llegar a asfixiar con la escusa de “yo soy la que limpio”. Si a esto le agregamos una compulsión por la limpieza ya tenemos el coctel que dinamitará esa relación.
Algunas mujeres se quejan de que todo se lo tienen que poner en la mano a su marido,   -independientemente de que ellos nunca encuentran nada ni en la cocina ni en el armario- (“es que todo me lo escondes”, me dice mi marido), ¿Cómo no te va a preguntar? si cuando el pobre hombre osa coger por su cuenta una camisa le pegas un grito “¿Dónde vas con esa camisa?” eso hace que al final acabe convertido en una criatura sumisa y temerosa, dependiente de ti.
 
Y la dependencia en una pareja no es positiva, va dejando un rastro de humillación y resentimiento donde el amor no puede florecer.
 
Lo mismo ocurre con la dependencia emocional. Tu alegría, tu entretenimiento, el sentido de tu vida, no puedes ponerlo en manos del otro y esperar que te lo proporcione. Nuestra vida se enriquece con el otro pero nunca si se supedita a el, nunca si estamos por encima o por debajo de nuestra pareja en cualquier sentido (salvo…).
 
La consecuencia de la dependencia es una baja autoestima que atrae el menosprecio del otro, sea consciente o inconscientemente. ¿Y que tenemos de nuevo?: una forma más de matar el amor.
Siempre está la falta de respeto en la base de estos problemas, empezando por el respeto a uno mismo para poder poner límites al otro.
La pretensión de cambiar a nuestra pareja no tiene nada que ver con hacerle saber cuando algo nos ha molestado. Primero hay que preguntar, escuchar sus razones y sólo después, decir lo que pensamos, qué nos ha molestado y por qué, pero decirlo con cariño, con ternura, de la mejor manera posible, asertivamente. Si me callo nunca va a saber porqué se me ha torcido el moño, -por más que me quiera no es adivino- y no tendrá la oportunidad de corregir su error. Si dejamos que eso que nos ha molestado crezca en nosotros sin expresarlo, se adueña de nuestra mente y de nuestras emociones y es entonces cuando acusamos, agredimos, maltratamos emocionalmente… para que al final no sirva de nada porque el otro va a reaccionar de la misma forma agresiva.
Muchas veces el dialogo entre la pareja parte de errores que llevan al abismo. Todos nos equivocamos alguna vez y podemos hacer algo que moleste al otro sin querer, pero si el otro parte de que eso lo he hecho a propósito para fastidiarlo, su respuesta más fácil será devolverme mi “merecido”, y así los intercambios negativos irán en aumento hasta que la relación se disuelva por si misma. Si está conmigo es porque me quiere, entonces ¿Qué sentido tiene pensar que lo hace para fastidiar?
 
Preguntar y escuchar son dos cualidades que ayudan mucho. Y ponerse en el lugar del otro (empatía) es esencial si quiero saber de verdad lo que siente o entender por qué hace tal cosa. Tengo que salir de mí y ver las cosas desde su perspectiva, sólo entonces podré saber si lo que veo desde ese ángulo me agrada o me repele. Entonces tendré argumentos para decidir si sigo o no con la relación.
Una cosa que tenéis que aprender los hombres es a comunicar vuestras emociones y sentimientos, para ello hay que desaprender primero todo eso que tuvisteis que aprender desde niños a golpe de tragaros las lágrimas porque los hombres no lloran. Y sí, ya se que esas cosas se graban a fuego en nuestras tiernas células infantiles, pero ahora es hora de decidir si sigues creyendo en ellas o no. Si crees que los hombres también pueden ser sensibles, cariñosos, atentos sin dejar de ser hombres, entonces estás en el buen camino porque te permitirá expresar lo que sientes sin que peligre tu autoestima, podrás acercarte a la forma femenina de comunicación aportando toda tu masculinidad y podrás establecer un dialogo de entendimiento con tu pareja.
 
Podrás establecer una relación de Ser a Ser involucrando tus sentimientos y emociones en la comunicación. Aquí las mujeres tenemos ventaja, de ahí que necesitemos y disfrutemos  más las relaciones sociales.
 
Aprende a derribar las murallas que tuviste que construir cuando desde niño asumiste  que debías encubrir tus emociones. No hay ningún peligro de un posible ataque, en todo caso quedaría la experiencia valiosa de un aprendizaje y la riqueza inmensa de una forma de comunicación más profunda se desplegará ante ti al integrar el centro emocional y el intelectual.
 
Si, una muralla destrozada puede permitir el paso al enemigo pero también te abre al mundo, te permite salir de tu encierro, tocar al otro y abrazarlo. Te permite sentir que no estás solo.
Muchas veces son las heridas del ego, que todos tenemos en mayor o menor medida, las que disparan las discusiones que, por repetidas, se vuelven insostenibles y nos hacen pensar en abandonar el barco, por eso decía en la primera parte que esto es lo primero que hay que sanar. Pero ¿Dónde está esa herida?, ¿Por qué me he disparado ante una tontería? Quizás en el mismo momento, en caliente, no lo puedas ver pero si lo analizas más tarde, te darás cuenta que tu ego no busca consenso, es lo que yo creo y punto.
El ego es como un niño pequeño que necesita sentirse amado, valorado. Necesita que le prestes atención y que reconozcas sus méritos, pero, al igual que harías con un niño, también necesita que le reprendas cuando se porta mal, cuando hace lo que no debe: “No me ha gustado nada lo que has hecho, ya se que intentabas protegerme y te lo agradezco pero esa no es la forma. Espero que no se vuelva a repetir”.
 
El ego juega con nosotros y nos posiciona frente al otro, es inteligente para convencernos de que lleva la razón y actúa haciéndote reaccionar como un resorte sin que lo que sale de tu boca haya pasado antes por tu cabeza. Como un poseído. Como un jinete dejándose llevar por un caballo desbocado. De ahí la importancia de no reaccionar ante él, esa es la clave, mantenernos serenos para que, ante cualquier provocación seamos capaces de accionar en lugar de reaccionar; accionar desde la voluntad calma y hacer lo que se requiera de este modo. Preguntar, escuchar, respetar…
Llevo treinta años con el padre de mis hijos. Ha habido que derribar murallas, batallar con las heridas del ego, preguntar, respetar, tener paciencia con las retiradas a la cueva. Algunas veces parecía que el amor se acababa, pero solo era una ilusión, seguía estando ahí detrás de todo y a pesar de todo y volvía a renacer cada vez con más fuerza, con mayor entendimiento por ambas partes. Renacía y crecía al mismo tiempo que lo hacíamos nosotros como personas.
En la escuela aprendemos Mates, Lengua o “Historia” pero nadie nos ha enseñado como relacionarnos, como ser felices. Al contrario, aprendemos bien temprano que hemos de estar alerta, a desconfiar, a que cada uno va a la suya; también dentro de la pareja. Pero si es una conspiración de ingeniería social para destruir el amor, lo único que nos queda es la conciencia de nuestro poder y de que pese a todas las trabas que podamos encontrar, tenemos los mecanismos para superarlas.
 
No es fácil pero vale la pena.
 
 



 

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