La tolerancia y la intolerancia en equilibrio con la conducta humana
Autor: Harvey Rivadeneira Galiano
La historia del ser humano ha sido una constante búsqueda de equilibrio entre sus fuerzas interiores: la razón y la emoción, el amor y el juicio, la aceptación y el rechazo. En ese sendero de dualidades, la tolerancia y la intolerancia emergen como dos polos de una misma realidad moral y psicológica, manifestaciones que, lejos de ser opuestas absolutas, revelan la tensión natural de la conciencia humana en su proceso de evolución.
Comprender la tolerancia no es simplemente admitir las diferencias ajenas, sino cultivar en uno mismo la capacidad de respetar lo que no se comprende del todo, reconociendo que cada ser humano es portador de su propia verdad, modelada por su historia, cultura y experiencia interior. Sin embargo, la intolerancia, cuando es observada desde la reflexión filosófica, puede también representar un impulso de defensa de los valores esenciales que sostienen el orden ético y la dignidad del alma.
El propósito de este estudio es hallar el punto de equilibrio entre ambas fuerzas, donde la conducta humana actúe guiada por la sabiduría interior y no por la reacción emocional. Pues sólo quien ha aprendido a discernir entre la indulgencia ciega y la firmeza justa, entre la comprensión serena y la permisividad destructiva, puede alcanzar el verdadero arte de la convivencia y la madurez espiritual.
Así, este texto invita a recorrer un camino de introspección, donde la tolerancia deja de ser debilidad y la intolerancia se transforma en conciencia crítica. Un sendero en el que el ser humano aprende que el equilibrio no se encuentra en los extremos, sino en el centro luminoso del alma, donde habita la justicia, la empatía y la verdad.
La tolerancia y la intolerancia constituyen ejes fundamentales en la formación de la conducta humana y en la estructura moral de las sociedades. Ambas expresan actitudes interiores que revelan el grado de conciencia y madurez espiritual del individuo, así como su capacidad para convivir con la diversidad sin perder la coherencia ética que sustenta su identidad.
Desde una perspectiva filosófica, la tolerancia ha sido interpretada como una virtud que permite reconocer el valor del otro en su diferencia. Filósofos como Voltaire, Locke y Kant la comprendieron como una condición esencial de la libertad y de la paz social. Sin embargo, en la contemporaneidad, se enfrenta al riesgo de ser confundida con la indiferencia moral o con la aceptación pasiva de toda conducta, incluso de aquellas que vulneran la dignidad humana.
Por otro lado, la intolerancia, tradicionalmente condenada, puede adquirir un matiz constructivo cuando nace del amor a la verdad, del respeto por los principios éticos y de la defensa de los valores que garantizan la convivencia armónica. En este sentido, el desafío no radica en eliminar la intolerancia, sino en educarla y sublimarla, para que deje de ser expresión de odio y se convierta en manifestación de discernimiento.
Desde el enfoque espiritual, el equilibrio entre tolerancia e intolerancia representa una de las pruebas más elevadas del alma humana. En el pensamiento taoísta y budista, se enseña que los extremos conducen al sufrimiento y que la armonía surge del camino medio. El sabio no tolera la injusticia ni la violencia, pero tampoco impone su verdad con rigidez; actúa desde la serenidad y el entendimiento profundo de la naturaleza humana.
Este estudio busca, por tanto, analizar cómo la tolerancia y la intolerancia pueden coexistir en un estado de equilibrio dinámico, donde la conducta humana se oriente por la empatía, la razón y el sentido ético de la vida. Solo a través de ese equilibrio el ser humano podrá elevar su conciencia, transformando el conflicto interior en sabiduría, y la diferencia externa en oportunidad para el crecimiento mutuo.
Contenido Académico-Filosófico y Espiritual: La relación entre tolerancia e intolerancia constituye una de las más profundas tensiones éticas dentro del desarrollo de la conciencia humana. Ambas surgen del mismo origen: el deseo de preservar la armonía interior frente a la diversidad del mundo exterior. No pueden entenderse como virtudes o defectos absolutos, sino como expresiones complementarias de la naturaleza humana en su constante búsqueda de equilibrio.
La tolerancia como virtud consciente: es una actitud activa del espíritu que nace de la comprensión profunda de la pluralidad humana. No se trata de soportar lo diferente, sino de reconocer el valor que encierra la diferencia. Implica escuchar sin juzgar, aceptar sin imponerse y convivir sin renunciar a la propia identidad.
En su dimensión ética, la tolerancia es una manifestación del respeto hacia la libertad ajena y del reconocimiento de que la verdad no se agota en una sola visión. En el pensamiento ilustrado, John Lockedefinió la tolerancia como el principio que garantiza la paz civil; y Voltaire la consideró una obligación moral del hombre racional. Pero más allá de la razón política, la verdadera tolerancia se origina en la madurez del alma, que ha aprendido a mirar al otro con compasión, sin temor ni orgullo.
La intolerancia como límite necesario: Aunque comúnmente se la asocia con fanatismo o rechazo, la intolerancia puede adquirir un valor positivo cuando se orienta a la defensa de los principios éticos y espirituales. Ser intolerante con la injusticia, la mentira o la crueldad no es un defecto, sino un acto de responsabilidad moral.
El peligro surge cuando la intolerancia se transforma en dogma o en instrumento de dominación. En este punto, el individuo deja de proteger la verdad y empieza a imponer su verdad, negando la libertad de los demás. Por ello, el equilibrio entre tolerancia e intolerancia exige discernimiento, autoconocimiento y una profunda conexión con la conciencia interior.
El equilibrio ético y espiritual: El equilibrio no consiste en una neutralidad pasiva, sino en la armonía dinámica entre firmeza y comprensión. Desde el punto de vista taoísta, el universo se sostiene en la dualidad del yin y el yang: fuerzas opuestas y complementarias que coexisten para mantener la armonía del Todo. Así también, la tolerancia y la intolerancia deben coexistir como energías que, cuando se mantienen en justa medida, permiten el florecimiento de la virtud.
En la filosofía budista, este equilibrio se refleja en el Camino Medio, donde el ser humano aprende a liberarse de los extremos del apego y del rechazo. Practicar la tolerancia con sabiduría implica aceptar las diferencias sin renunciar al discernimiento moral; ejercer la intolerancia con conciencia significa defender los valores esenciales sin caer en la violencia o el desprecio.
Conducta humana y autoconciencia moral: Toda conducta humana nace de la interacción entre el pensamiento, la emoción y la voluntad. La tolerancia y la intolerancia, por tanto, no son simples reacciones sociales, sino actitudes que reflejan el nivel de autoconciencia.
El ser humano que ha desarrollado una ética interior es capaz de equilibrar sus juicios y emociones, evitando tanto la pasividad que permite la injusticia como la agresividad que destruye la convivencia. En este punto, la educación espiritual y filosófica juega un papel esencial: enseñar al individuo a pensar con claridad, sentir con empatía y actuar con justicia.
Hacia una ética del equilibrio interior: La sociedad contemporánea exige una nueva comprensión de la tolerancia: una que no debilite la moral ni fomente el relativismo, sino que fortalezca el respeto, la compasión y la responsabilidad. El hombre moderno necesita reaprender el arte del equilibrio, entendiendo que la tolerancia sin valores conduce al caos moral, y la intolerancia sin compasión, al fanatismo.
El verdadero equilibrio se alcanza cuando la conducta humana responde al principio del bien común, enraizado en la conciencia de unidad. Desde esta perspectiva, el ser humano se convierte en guardián del respeto, defensor de la verdad y sembrador de armonía entre las diferencias.
El equilibrio entre tolerancia e intolerancia constituye una de las pruebas más elevadas del desarrollo moral. Solo quien domina sus juicios, quien escucha sin someterse y se mantiene firme sin imponer, logra vivir en verdadera libertad interior.
Así, la tolerancia se transforma en sabiduría, y la intolerancia en discernimiento. Ambas, unidas en justa medida, edifican la conducta del ser humano íntegro, aquel que actúa desde la conciencia iluminada y sirve al mundo desde la serenidad del alma.
La conducta humana es un espejo donde se refleja el eterno dilema entre la tolerancia y la intolerancia. Ambas fuerzas, aunque opuestas, coexisten como polos de una misma realidad ética: el equilibrio interior del ser. La historia de la humanidad demuestra que el progreso moral y espiritual no se alcanza eliminando una de ellas, sino comprendiendo su justa medida. Tolerar no significa aceptar todo; intolerar no equivale necesariamente a odiar. La sabiduría consiste en saber cuándo abrir el corazón y cuándo afirmar el principio.
Tolerancia: apertura del alma y respeto al otro: es la virtud que nace del reconocimiento del valor intrínseco del otro. Implica aceptar la diversidad de pensamientos, creencias y modos de vida como manifestaciones legítimas de la libertad humana.
Sin embargo, la tolerancia no puede ser confundida con la indiferencia moral. El verdadero tolerante no es quien todo lo permite, sino quien respeta sin renunciar a sus convicciones.
En la Masonería, la tolerancia representa el puente entre la razón y el amor; entre la libertad de conciencia y la búsqueda de la verdad. Es un acto de comprensión profunda que permite convivir sin anular la diferencia.
Intolerancia: defensa de los principios y límites éticos: por su parte, adquiere una connotación negativa cuando se transforma en fanatismo, imposición o violencia. Pero existe una forma de intolerancia que es necesaria: aquella que defiende los valores universales, la dignidad humana y la verdad frente al error destructivo.
El sabio es intolerante ante la injusticia, la mentira o la corrupción, porque su conciencia ética le impide permanecer neutral frente al mal. Esta intolerancia justa no nace del ego, sino del deber moral de preservar el orden y la luz frente a la oscuridad.
El equilibrio: armonía entre apertura y firmeza: El equilibrio entre tolerancia e intolerancia se encuentra en el centro ético del ser humano, donde razón, emoción y conciencia se integran.
El hombre equilibrado no reacciona desde el impulso, sino desde la reflexión. Tolera las diferencias que enriquecen, pero se mantiene firme ante los actos que degradan.
Este punto de armonía constituye el verdadero arte de vivir: comprender sin claudicar, dialogar sin someterse, amar sin perder el sentido de justicia. Así, la conducta humana alcanza su madurez espiritual cuando reconoce que toda virtud llevada al extremo se convierte en su contrario.
El equilibrio entre tolerancia e intolerancia no es un estado fijo, sino una práctica constante de discernimiento. Cada día el ser humano enfrenta decisiones donde debe medir su apertura y su rigor.
El sabio no teme la diversidad, pero tampoco abdica de su ética. Por eso, el verdadero progreso moral de la humanidad depende de mantener ese equilibrio luminoso donde el respeto, la verdad y la justicia conviven en armonía.
Solo así la conducta humana puede reflejar la grandeza del espíritu y la serenidad del alma iluminada.
Bibliografía
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