La razón y la emoción, por separado, se convierten en procesos que pueden perjudicar nuestro futuro por medio de decisiones desacertadas.
Somos capaces de valorar una decisión, a pesar de su racionalidad, como inadecuada ("matar a uno para salvar a muchos").
También somos capaces de advertir decisiones inadecuadas por lo exagerado de las razones que las motivan ("no viajar por el miedo a volar").
En definitiva, nos valemos de un equilibrio entre lo racional y lo emocional para decidir de manera correcta, proceso éste que se ha ido conformando gracias a nuestra experiencia vital.
¿Qué es una decisión acertada?
En principio la respuesta parece fácil: es aquélla que mayor beneficio nos aporta.
Pero esta cuestión no siempre está clara.
Cuando nos enamoramos las emociones toman el mando y dirigen nuestras decisiones, y una vez hemos salido de este estado de ensimismamiento nos preguntamos cómo es posible que actuáramos así, sin tener en cuenta más opciones que las que dicta el corazón, incluso desatendiendo los consejos de personas que apreciamos y tenemos en alta estima.
Frases populares como "el amor es ciego" nos advierten del poder que las emociones tienen sobre estas cuestiones, pero no ha sido hasta fechas recientes que la emoción se ha considerado un elemento determinante en los procesos racionales.
En el libro "El Error de Descartes" (1994), se retoma el caso de Phineas P. Gage, un obrero de ferrocarriles, quien en 1848 estaba trabajando en la construcción de una línea en Vermont, Nueva Inglaterra.
Tras una explosión, una barra de hierro le atravesó la mejilla izquierda lesionando la zona frontal de la cabeza.
Esta terrible herida afectaba, entre otras, a la corteza orbito-frontal. Phineas sobrevivió milagrosamente sin deterioros físicos evidentes, pero su personalidad cambió de manera drástica.
Su comportamiento social se desinhibió, y pasó a ser un individuo de dudosa moral.
Precisamente las decisiones basadas en juicios morales evidencian de manera muy clara el papel de la emoción dentro del contexto social.
En algunos lesionados en la corteza orbito-frontal las emociones parecen haber dejado de interactuar correctamente con la razón. Esta región modula el funcionamiento de la amígdala, que es el origen más primitivo de nuestros impulsos y emociones más ingobernables.
Estos pacientes pueden explicar las normas sociales, pero no dudan en quebrantarlas si creen poder obtener beneficios. En un reciente trabajo se planteó una serie de preguntas a sujetos con lesiones en la corteza pre-frontal ventromedial.
Estas preguntas estaban referidas a dilemas morales como "dejar morir" a un individuo con la finalidad de salvar a un grupo mayor de personas (Koenigs y cols., 2007).
Los resultados evidenciaron respuestas muy racionales en las que se prefería salvar a la mayoría mediante el sacrificio de uno.
¿Qué pensaríamos de alguien que es capaz de tomar una decisión de este tipo sin apenas dudar? Seguramente que es poco de fiar, y esto resulta paradójico, ya que la racionalidad en una persona es, en principio, un rasgo que todos esperamos de alguien confiable.
Pero lo cierto es que nuestra capacidad de percibir la emoción en los demás como un motivador de la conducta humana nos hace ser más confiados ante las personas que son empáticas, ante aquéllos que son capaces de sonreírnos o emocionarse frente a nuestro dolor.
Volviendo al principio, ¿quiere decir todo esto que enamorarse es como si te atravesara una barra de hierro por el cráneo? Muchas veces resulta igual de doloroso, pero no es exactamente eso.
Cuando nos enamoramos las emociones adquieren un peso mayor, lo que sin duda, condiciona nuestras decisiones.
Diversos autores (p.ej., Adolphs, 2004) proponen que las emociones se pueden controlar, pero esta autorregulación depende de la maduración de la corteza pre-frontal, lugar donde se ubica la mencionada corteza orbito-frontal.
Esta región madura de manera tardía (Gogtay y cols., 2004), y en la adolescencia todavía no se habría conformado totalmente, lo que estaría explicando el comportamiento propio de esta etapa de la vida (Oliva, 2007), donde la toma de decisiones es un proceso muy complicado y de especial preocupación para los padres.
El proceso de maduración de esta región se basa principalmente en la interacción que el sujeto tiene con su entorno, que se almacena como experiencias que nos permiten afrontar las dificultades futuras.
Pero, ¿qué papel juega la emoción en este proceso de aprendizaje, y en concreto a la hora de tomar una decisión? No siempre las opciones están claras, y en este caso, el concepto de Marcador Somático (Damasio, 1994) nos permite, por fin, dar entidad a la emoción como guía de nuestra decisiones.
Los marcadores somáticos son sentimientos que pueden presentarse a modo de intuiciones cuando nos sentimos indecisos (ej., no sabes porqué, pero tienes una "sensación" extraña justo antes de pasar por una calle y decides tomar la siguiente), y que nos ayudan a decidir qué opción será la más beneficiosa para nuestros intereses.
Esta intuición se ha generado a partir de situaciones similares acontecidas en el pasado y de su conexión, no siempre de manera consciente, con las consecuencias que nos depararon, y que ahora afloran para "advertirnos" del camino a seguir (quizá hace unos años sufriste un atraco en una calle parecida a esa, pero apenas lo recordabas ya, salvo por la sensación o intuición que te sobrevino justo al verla).
Es tranquilizador pensar que disponemos de un mecanismo que en último término nos "advertirá" de lo que es más adecuado para nosotros.
Pero no siempre es fiable esta advertencia, e incluso hay trastornos psiquiátricos en los que se ha desvirtuado tal función hasta el punto de advertirnos de peligros inexistentes, como en fobias y ansiedad.
Por suerte, junto a esta intuición siempre hay un proceso racional que nos permite sopesar los pros y los contras, y en esta dualidad es en la que nos movemos a diario, entre lo que dice el corazón y lo que dice la mente.
Quizá sea esto lo que hace la vida interesante y lo que convierte al ser humano en dueño de su propio destino, capaz de equivocarse y, aun con todo, seguir adelante y mantener la esperanza.
por Fernando Gordillo,
José M. Arana,
Lilia Mestas y
Judith Salvador
Referencias
Adolphs, R. (2004). Emotion, social cognition, and the human brain. En J. T. Cacioppo y G. G. Berntson (Eds.) Essays in Social Neuroscience. Cambridge, MA: MIT Press.
Damasio, A. R. (1994). Descartes’ error: Emotion, rationality and the human brain. New York: Putnam (Grosset Books).
Gogtay, N., Giedd, J. N., Lusk, L., Hayashi, K. M., Greenstein, D., Vaituzis, C., Nugent, T. F., Herman, D. H., Classen, L., Toga, A. W., Rapoport, J. L. y Thompson, P. M. (2004). Dynamic mapping of human cortical development during childhood through early adulthood. Proceedings of the National Academy of Sciences, 101, 8174-8179.
Koenigs, M., Young, L., Adolphs, R., Tranel, D., Cushman, F., Hauser, M., y Damasio, A. (2007). Damage to the prefrontal cortex increases utilitarian moral judgements. Nature, 446, 908-911.
Oliva, A. (2007). Desarrollo cerebral y asunción de riesgos durante la adolescencia. Apuntes de Psicología, 25, 239-254
La hipótesis del Marcador Somático:
Antonio Damasio intenta explicar con su teoría del "marcador somático" (MS) cómo las emociones influyen en nuestros proceso de decisiones y razonamiento. El MS sería una señal en forma de sensación somestésica, que contribuye a optimizar nuestras decisiones y nuestro razonamiento.
Mediante un largo proceso de aprendizaje, determinados estados somáticos se asocian a clases específicas de estímulos. Así, frente a situaciones puntuales, el cuerpo entrega una señal en razón de sus experiencias anteriores. Es decir, nuestro organismo a lo largo de su ontogenia va acumulando múltiples asociaciones del tipo situación/estado somático, de tal forma de tener un registro con su historia de variaciones en función de esas situaciones particulares. Frente a nuevas experiencias, dicho registro permitirá buscar alguna situación similar que se haya tenido con anterioridad. De esta manera, si la situación actual es asociada con una experiencia anterior que haya tenido un resultado negativo, el MS “intentará” que rechacemos ese curso de acción. Si por el contrario, la nueva situación se enlaza con alguna experiencia anterior positiva, que permita prever que la decisión tendrá éxito, el MS la promoverá.
El cuerpo entrega una señal frente a determinados estímulos que permite reducir nuestro campo de respuestas y hacer más eficientes nuestros procesos de toma de decisiones y razonamiento. Es como si nuestro organismo nos hablara mediante determinados estados somáticos, asociados a estímulos específicos, a través de un aprendizaje conductista de aquellas respuestas (y su respectivo patrón fisiológico) más asociadas a resultados exitosos. Este proceso se daría en dos tiempos. Primero, asociamos estas respuestas con nuestras emociones primarias (miedo, rabia, alegría) para luego mediante el aprendizaje social, asociarse a emociones secundarias, lo que permite un rango más amplio de asociación que las que entregan las seis emociones básicas. Sólo de esta forma conseguiríamos tan variada gama de estados somáticos para la casi ilimitada posibilidad de estímulos con los que se puede enfrentar el organismo.
fuente: Wikipedia
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