miércoles, 10 de enero de 2018

BUSCANDO LA VERDAD












 Buscado  la Verdad

La verdad es difícil de alcanzar. Los estudiosos ahondando en el
pasado; los científicos que tratan de explicar el universo, el átomo, la
mariposa; vecinos que conversan sobre la cerca del patio se esfuerzan en
ver las cosas como realmente son. Esta frase, las cosas como son, es muy
potente. Tentativamente podríamos adoptarla como una definición de
la verdad; las cosas-como-son, a diferencia de lo que parecen ser a nuestros
sentidos y mentes limitadas.

Nuestra búsqueda de la verdad va de la mano con nuestra capacidad
de comprenderla. La apertura de nuestra naturaleza para ser más,
para entender más profunda y compasionadamente, es parte del proceso.
Esos que son más grandes de corazón y mente pueden ver aún
más alla de las apariencias; ellos no están atados por nuestros estrechos
horizontes.

¿Qué nos impide ver las cosas como realmente son? Esta, por supuesto,
la ilusión de las apariencias, llamada māyā en el Oriente. Innumerables
ejemplos confirman que las apariencias engañan; también
nuestras ideas preconcebidas se interponen en nuestro camino. Sólo
vemos lo que estamos preparados para ver. Nos acercamos a la realidad
con anteojos ya empañados. Cada época y cada cultura empaña
sus anteojos de forma diferente. Exigimos que la realidad misma se
nos muestre como creemos que debería ser, en lugar de la forma que
es. Nuestras naturalezas humanas no son lo suficientemente abiertas
y flexibles; nuestras mentes no están libres de ideas preconcebidas, ni
nuestras intuiciones suficientemente vivas para penetrar en el corazón
de las cosas. Hasta el momento aún estamos parcialmente evolucionados
o despiertos.

Cada uno de nosotros tiene una especie de anhelo de conocer
cómo son realmente las cosas. “¿Cómo estás?” le preguntamos a un
amigo. Deseamos conocer. Tenemos lazos con esta persona. Su bienestar
y el nuestro están conectados. Si él no está en buena condición,
nos sentimos de alguna manera afectados. ¿Cuál es la verdad acerca de
él? Él visita a un médico, digamos, y es escaneado y examinado en una
multitud de formas y declarado en buen estado de salud. ¿Qué nos dice
toda esta información sobre él? Prácticamente nada. Esto se debe a
que los aspectos más importantes de un ser humano son invisibles. Es
imposible descubrir la persona real solamente por las apariencias, porque
él es mucho más. ¿No deberíamos aplicar el mismo razonamiento
a otras cosas? ¿A los pájaros y las flores, el viento y la lluvia, a los cometas
y los soles? ¿No tienen estas cosas una realidad interna detrás de
la apariencia exterior? Los poetas sienten profundamente esto. Eso es
lo que la poesía es.

Lo que estoy tratando de decir es que debemos estar tan abiertos,
tan susceptibles a la verdad en el interior como alertas para observar y
clasificar los fenómenos visibles. Conseguir la sensación de las cosas es
a menudo más importante que analizarlas, que medirlas y pesarlas. La
búsqueda de la verdad no es un juego intelectual. Es mirar adentro y
afuera. Nada de lo que vemos afuera significaría algo a menos que despierte
algo en nosotros. ¿Cómo podemos conocer la belleza, la grandeza,
el valor, a menos que estas cualidades estén dentro de nosotros
para responder? En este sentido, la verdad vive en nosotros como un
potencial divino o, como Browning lo expresó: “Hay un centro muy
íntimo en todos nosotros, donde la verdad mora en plenitud”. Desde
este centro tranquilo vienen destellos y perspicacias. El místico o sabio,
artista o poeta, expresa estos destellos, y estos tienen el poder de
despertarnos.

La verdad reside en el corazón del corazón de todos los seres, grandes
y pequeños. Algunos han desarrollado una mayor comprensión de
esta verdad. Nos encontramos en la etapa humana de la comprensión
y autoexpresión. Las aves son aves, a causa de un mismo proceso. Los
dioses son dioses porque han desarrollado lo divino. De ahí que la búsqueda
de la verdad tiene en todas las épocas un vínculo con la idea del
sendero, el sendero que desarrolla capacidades latentes. Estamos en
este sendero que conduce a nuestro florecimiento como seres humanos,
sea que nos demos cuenta o no. Y cuando extendemos nuestro punto
de vista para abarcar muchas vidas o reencarnaciones nos damos cuenta
de que tenemos el tiempo y la escala para que todos puedan desarrollar
su potencial más alto. Los que han logrado con éxito esto son los grandes
maestros y filósofos: Cristo, Buddha, Zoroastro, y una multitud de
otros, entre ellos Platón y Pitágoras.

La verdad no necesita ninguna fuerza externa, porque convence con
su innata veracidad. ¿Qué tipo de verdad es la que buscamos? ¿Religiosa,
filosófica o científica? A veces se cree que estas tres son incompatibles.
Sin embargo, este no es el caso, porque son facetas de una
verdad —en el hombre, en la naturaleza, en el cosmos—. Una persona
puede acercarse a la realidad desde el punto de vista espiritual, otra del
intelectual, una tercera de la observación del mundo físico con todas
sus maravillas y belleza. Ellas no pueden contradecir más una a la otra,
del hecho que yo soy un alma, contradice el hecho que también tengo
un cuerpo. Bien entendida, la sabiduría de cada rama de aprendizaje
sólo puede aumentar y extender las otras, porque cada una se acerca a la
misma realidad desde un ángulo diferente.

El gran universo que nos rodea por todas partes. Es nuestro padre;
hemos nacido de y por él. Todo lo que somos en lo pequeño, debe de
ser también en una escala inmensamente mayor. Sólo tenemos que salir
alguna noche cuando las sabias viejas estrellas están brillando. Mirando
hacia arriba en los cielos inconmensurables algo se agita en nuestro interior,
un sentimiento más allá del alcance de la mente finita. El alma
anhela una inmensidad que no puede captar: lo profundo llamando a lo
profundo.

Según las antiguas tradiciones, nuestro universo tiene una cierta
estructura y opera de ciertas maneras. Nació como nosotros hemos
nacido, vive su vida, como nosotros, morirá un día, y descansará. Y en
algún momento, muy, muy lejano en el futuro va a renacer. Esto es lo
que la religión, la ciencia y la filosofía tratan de explicar y nuestra relación
con él. Ellas buscan la verdad en él, enfocando el problema desde
sus respectivos puntos de vista, utilizando sus propios términos, pero no
puede haber ninguna declaración final de la verdad. En el grado en que
una persona penetra en el misterio y reporta sus resultados con honestidad,
en ese grado van sus conclusiones a coincidir con las conclusiones
igualmente honestas de los demás, ya sean metafísicas o físicas. Pero
cuando el espíritu de la libre investigación ha huido de la organización
diseñada para albergarlo, lo que queda es el ceremonial vació, lo estéril,
un cliché cerebral.

Todos somos aprendices que compartimos unos con otros, y aprenderíamos
muy poco si consultamos sólo a quienes tienen nuestro punto
de vista. A menudo es más lo que se obtiene de aquellos cuyos pensamientos
parecen diferir de los nuestros. Pero a veces la barrera de la
semántica separa a aquellos cuyas creencias, en realidad, pueden ser
muy cercanas. Si uno buscara similitudes en lugar de diferencias, encontraríamos
concordancia en un área amplia de principios generales.
¿Cuál es la diferencia entre el karma del oriente y el sembrar y
cosechar del Nuevo Testamento? La verdad es una, no puede ser de
otra manera, pero los senderos hacia ella son tan numerosos como son
los investigadores.

Lo que esto significa es que a través de los siglos todos los esfuerzos
para explicar el cosmos se basan, o deberían estar basados, en ciertos
principios y experiencias comunes a todos, incluyendo lo místico y
poético.

Una manera de mantener la verdad viva y creciendo en nuestros
corazones es re-expresarla constantemente. De otra manera nos convertiremos
en adoradores de la literatura, y la verdad estará enterrada en
mantras irreflexivos repetidos sin cesar. En el largo alcance de los siglos
en movimiento el espíritu viviente de la verdad se sepulta en sus propias
instituciones. Los dogmas crecen en la mente de los hombres. Una
vez símbolos del mensaje vivo, que tarde o temprano se vuelven como
conchas encontradas en una playa solitaria, a menudo hermosas, pero
una estructura de la cual la vida y el significado han huido. La respuesta
a nuestra búsqueda de la verdad no reside en instituciones, reside en
nosotros.

El más alto espíritu está en todas las cosas. En el viento moviéndose
en contra de nuestras caras, en el gorrión y la margarita y en las pequeñas
piedras, en los que sufren y los que están contentos, en lo bello y
en lo feo, y en lo feo hecho hermoso por el espíritu interno. Los más
sabios de la humanidad han representado al hombre como un niño del
cosmos. Ellos vieron los mundos que se encuentran dispersos por los
campos de espacio como animados por divinidades cósmicas en las que
vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser; que la vida que anima
universos respira también en nosotros, y que nosotros también somos
los beneficiarios de sus leyes serenas.

La verdad está afuera y adentro. Es la forma en que las cosas están
en nosotros y en nuestro mundo. Se nos insta a buscarla por las fuerzas
dentro de nosotros mismos, por las cualidades del alma. ¿Cuánto
vendrá a nosotros a través del sufrimiento? ¿Cuánto a través de la realización
de la alegría? ¿Cuánto en el diario vivir dando nuestro mejor
esfuerzo a las exigencias del deber? ¿Cuánto a través de nuestro amor
por compañeros, conocidos y desconocidos, que recorren el camino de

la vida con nosotros?






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