El hermetismo es la Ciencia magistral
del Universo, y llegó al planeta tierra en los tiempos de Lemuria, según lo
afirma la tradición, traída por maestros extraterrestres, quienes pretendieron
con ese acto trascendental, conceder al sapiens la posibilidad de una evolución
superior, la cual, hasta ese momento, le estaba negada.
Desconocemos los motivos profundos de
estos visitantes; solo sabemos que vinieron a este lugar y se quedaron mucho
tiempo. Lo menos interesante es el hecho físico mismo de su llegada, y
determinar en qué clase de naves pudieron arribar. Sin embargo, comentaremos el
hecho de que un “artefacto espacial” no es el único medio de viajar en el
Universo, y que es posible que seres humanos, o “humanoides”, como se les quiera
llamar, pueden, bajo ciertas condiciones, y aún careciendo de un cuerpo
material, desplazarse por el Universo a velocidades superiores a la de la luz.
No es la luz lo que se desplaza más rápido en el Cosmos; es el pensamiento y
creemos fehacientemente que es posible viajar en alas del pensamiento, lo cual
está simbolizado por el Dios Mercurio.
Desde nuestro punto de vista hermético
no nos interesa tampoco el avance científico y técnico de los visitantes
espaciales; nos ocupa solamente la ciencia de la naturaleza interna del ser
humano, clave maestra absoluta de todas las ciencias. Es por esto, que con
justicia podemos llamar al hermetismo La ciencia de todas las ciencias.
Desde los antiguos tiempos hasta
ahora, la ciencia hermética no se ha perdido ni desvirtuado, sino que se conserva
en toda su pureza, cuando se han dado a conocer numerosas mistificaciones
seudofilosóficas que se han transformado en sistemas que tienen un fondo
hermético, pero que carecen del verdadero conocimiento.
En nuestra época el hermetismo está
plenamente activo, y sigue dando al sapiens la oportunidad de escaparse de su
clasificación u ordenación cósmicas, para ascender a un nivel infinitamente
superior: el nivel del hombre, es decir, de la criatura en la cual se
manifiestan plenamente las más altas cualidades hominales, de las que por
cierto, carece el sapiens. Este prodigioso tránsito requiere de una auténtica
mutación del sapiens, el cual, si tiene éxito en el proceso, abandona para
siempre su condición de terrestre, para convertirse en hombre estelar.
Esto, no es ni una abstracción ni un
símbolo, es una posibilidad absolutamente real, verídica, concreta y tangible.
Por mucho que estudiemos las maravillas de la naturaleza, los prodigios de la
ciencia y la técnica, no existe ni existirá maravilla igual a la que señalamos:
la metamorfosis de la larva humana en hombre estelar.
Esto sucede en este momento, en
nuestra época, en este mundo, y no es algo que la gente ignore, ya que se ha
hablado mucho de una “tradición iniciática esotérica”. Sin embargo, el sapiens
prefiere involucrarse en tu Dios absolutamente improductivos, intrascendentes,
y temporales, que no le aportarán ningún beneficio que resista el paso del
tiempo. En Quito, Santiago de Chile, Buenos Aires, en París, en Pekín, Nueva
York, Moscú, Orlando o El Cairo, se están formando mutantes, hombres estelares
que dejarán para siempre de ser terráqueos, cuando físicamente vivan en este
planeta y colaboren más que nadie a un verdadero progreso.
Es posible ser extranjero en su propio
planeta, pero a la manera de los seres superiores, llevar una existencia
sencilla, simple, y anónima. Los hombres insignificantes luchan continuamente
para llamar la atención; los realmente importantes tratan de pasar
desapercibidos.
Los “invasores” o “alienígenos”, como
se ha denominado a supuestos visitantes de las estrellas, no están por llegar;
están aquí desde la remota época de Lemuria, anónimos, y enteramente
confundidos con la muchedumbre. Estos hombres han sido siempre “la luz de la
humanidad”, los que llevan, a la manera de Prometeo, el fuego divino en sus
manos, alumbrando, inspirando, y ayudando a los hombres terrestres, quienes se
encuentran en un mero estado larvario en su evolución.
¿Qué hacen estos hombres estelares? ¿A
qué se dedican? A las mismas labores de los hombres comunes, ya que deben
ganarse el pan de cada día, pues su condición superior no los libera de la
responsabilidad del trabajo. Por el contrario, mientras más consciente es un
hombre, mayores responsabilidades contrae, y esto es fácilmente comprensible.
Sin embargo, además de la lucha por la vida, realizan una intensa actividad
hermética, es decir, que su existencia, sus acciones sus pensamientos, y sus
ideas, tienen un propósito trascendentalmente superior.
No se piense que estos seres viven
procurando enseñar hermetismo a los terrestres; por el contrario, la ciencia
hermética es un conocimiento estelar, prohibido a los terrestres, a quienes
sólo se les puede transmitir esta enseñanza cuando cumplen exitosamente las
formalidades de un proceso que llamamos Iniciación. Los que no llenan estos
requisitos, no tienen derecho por mera curiosidad, a conocer lo que está vedado
por las leyes del Supremo Creador o Gran Ordenador del Universo o Gran
Arquitecto del Universo. No se crea tampoco que todos estos hombres estelares
viven impartiendo el proceso de la Iniciación; solamente unos pocos de ellos,
muy pocos, han tomado esta grave responsabilidad. El resto trabaja en otras labores
que no viene al caso divulgar.
Siguiendo con nuestra explicación,
existen dos clases de hombres estelares: los que originariamente llegaron del
espacio extraterrestre y prosiguieron su evolución en este planeta los que por
el proceso de la Iniciación se transformaron en Mutantes, los cuales alcanzaron
por la elevación de su conciencia, la calificación de hombres estelares
La manifestación más reciente del
hermetismo (hablando del pasado), se dio en Egipto, en una época no precisada
históricamente, con el “maestro de maestros” Hermes Trismegisto (el tres veces
grande). La tradición asegura que este maestro llegó a nuestro planeta Tierra
hace treinta mil años atrás. De aquí derivó su nombre la filosofía hermética,
es decir, la enseñanza de Hermes, el que se constituyó en un perfecto heredero
y continuador de los primitivos maestros.
Antes de Hermes, la ciencia hermética
debe haber sido designada con otro nombre, pero esto no tiene ninguna
importancia, ya que las palabras son solamente símbolos que pueden cambiar
muchas veces, pero el objeto designado permanece idéntico en su propia
naturaleza.
Es así como en el curso de la historia
la ciencia hermética adoptó muchos nombres, pero permaneció constante en su
naturaleza interna.
Los hermetistas, no están agrupados en una sola “Orden
hermética”, sino que están diseminados por el mundo, siendo
cada uno de ellos, autónomo, a pesar de laborar dentro de un plan común. Un
hombre estelar puede ser un político eminente, un sacerdote, un médico humanista, un maestro de
escuela, un escritor, un cineasta, un militar, un artesano o un pensador
cualquiera. Cada uno sabe qué es lo que está haciendo exactamente en esa
posición. Estos hombres no actúan como maestros instructores; los maestros de
sabiduría están generalmente a cargo de una escuela en la cual se imparte
instrucción hermética; sin embargo, lo repetimos, son poquísimos.
Desde el momento en que hablamos de
“filosofía hermética”. Mucha gente puede pensar que ésta es una disciplina
abstracta y teórica, un mero ejercicio del pensamiento que no aporta nada
práctico al individuo.
Además, ocurre que la filosofía
tradicional brinda una inmensa gama de reflexiones sobre innumerables problemas
que preocupan al sapiens. Los grandes filósofos que han existido en la historia
de la humanidad, constituyen hoy día los pilares del pensamiento civilizado.
Aparentemente, no habría mucho que agregar sobre lo que ya se ha dicho al
respecto. Es por eso que hablar de filosofía hermética no altera ni conmueve a
nadie.
Debemos decir, por lo demás, que no
pretendemos de ninguna manera llamar la atención, hacer sensacionalismo o
proselitismo; solamente queremos comunicar algo al mundo, para que éste, en la
medida de su capacidad conceptual, pueda entender los rudimentos del Arte
hermético, o bien, negarlo, burlarse, o simplemente encogerse de hombros.
A los grandes sabios herméticos no les
interesa convencer a nadie; se limitan a cumplir su labor de iluminación
espiritual de la Humanidad. Si su mensaje es escuchado, se regocijarán con la
promesa de una nueva aurora del sapiens; si no son comprendidos ni apreciados,
lo sentirán, pero no por ellos, sino por la gente que se privará de tan hermosa
y fantástica oportunidad.
A los hombres estelares no les
preocupa mayormente el paso del tiempo, ya que son inmortales en su naturaleza
intrínseca. Pueden transformarse muchas veces, sufriendo el proceso que
llamamos muerte, pero más allá de ésta conservan su identidad consciente y la
memoria de sus conocimientos, volviendo cada vez a la existencia física como
quien despierta de un sueño reparador. Es el sapiens, en cambio, quien debe
preocuparse por el tiempo, ya que la brevedad de su existencia como identidad
pensante lo obliga a trabajar aceleradamente si es que quiere transformarse en
hombre estelar y obtener la inmortalidad.
Muchos se preguntarán cómo es posible
que el hermetismo permanezca tan desconocido, si es que verdaderamente es algo
tan importante. Otros, identificarán la filosofía hermética con el Yoga,
mentalismo, ocultismo, parasicología, espiritismo, ocultismo, etc., pensando que no existe tal
secreto hermético, en vista de la abundante literatura que existe al respecto.
Debemos advertir que el hermetismo no
ha trascendido fuera de las verdaderas escuelas, porque es un arte para cuyo
conocimiento hay que alcanzar un estado especial de conciencia, que si no se
logra, todo lo que se estudie al respecto será charla hueca y vacía. La
sabiduría de los hombres despiertos no puede ser comprendida por seres
dormidos, por muy inteligentes que sean.
Podría creerse que la filosofía
hermética es algo que debe estudiarse asiduamente en un retiro espiritual,
aguzando el intelecto al máximo para cumplir lo antes posible con el “plan de
instrucción”. Inversamente, y a diferencia de la filosofía tradicional, el
hermetismo es algo profundamente vital, y el individuo debe enfrentarse a los
diferentes avatares por los que pasa el hombre en su existencia terrena, con el
fin de realizar la enseñanza de una manera práctica, ya que la filosofía
hermética es el arte de vivir, el cual no se enseña en ninguna universidad ni
colegio.
El estudiante tiene que apoderarse de
la sabiduría hermética con el sudor de su frente, conociendo la vida a fondo,
atravesando por la mayor cantidad posible de experiencias, que le permitan,
alumbrado con lo que va conociendo en teoría, realizarse a si mismo como un
verdadero sabio hermético y hombre estelar.
El hermetismo es la única filosofía
“viviente”; el único conocimiento que es idea, concepto, carne, sangre, y
espíritu. Como es carne y sangre (recordemos a Jesús en la última cena) se
renueva constantemente a sí mismo; es dinámico, flexible, y eternamente joven.
El hermetismo es la realización de la
sabiduría como una filosofía viviente; es el espíritu universal y divino,
transubstanciado en un cuerpo de materia viviente.
Por lo ya expuesto, no existe un
“Molde hermético”, plantilla, o matriz que pudiera servir de modelo para
producir hombres estelares según un patrón establecido; todo lo contrario, cada
uno de ellos es verdaderamente único. Es por esto que la filosofía hermética no
se enseña al modo tradicional en que el sapiens está acostumbrado a estudiar;
en que el éxito está garantizado para el más inteligente o estudioso. Si así
fuera, si el hermetismo se impartiera según un programa de materias que el
estudiante debe dominar, estaríamos creando hombres con su cerebro lavado, es
decir, programados de acuerdo a un esquema, y por lo tanto, sería la violación
de la esencia misma de esta ciencia, la cual busca la libertad, autonomía, y
libre albedrío del hombre, por citar lo más simple y fácil de entender.
Es difícil que alguien comprenda cómo
es posible “enseñar sin enseñar”, cómo se puede transmitir conocimiento sin una
instrucción programada y metódica. La respuesta es simple: en el proceso
iniciático se coloca al estudiante en condiciones vitales muy peculiares a fin
de que él pueda, con criterio autodidacta, “crear su propio conocimiento”, cuya
base se le entrega en instrucciones orales de carácter muy especial, y por un
proceso místico que podríamos denominar “ósmosis mental”.
El hermetismo no reconoce otra
posibilidad de verdadero aprendizaje que no sea el aprendizaje autodidacta en
el cual, es el propio sujeto quien se enseña a sí mismo, tomando la información
básica de un instructor, o simplemente, de la palabra escrita.
Consideramos que el sistema
educacional que se utiliza en colegios y universidades adolece de un grave
defecto: programa al estudiante en base a esquemas rígidos que se graban en su
cerebro con la fuerza del prestigio y la autoridad de estos planteles, dañando
seriamente la inteligencia del alumno, la cual se convierte en una capacidad
estática, enfocada solamente en lo que el sujeto aprendió, casi imposibilitada
de enfrentar el análisis profundo de cosas verdaderamente nuevas y diferentes.
A nivel profesional, resulta sensible observar a los especialistas, que han
sido modelados de acuerdo a un estereotipo básico, tal como quien fabricara
elementos en serie.
La ciencia hermética es la única que
no programa cerebralmente al individuo, manteniendo su inteligencia libre de
circuitos mecánicamente establecidos. La inteligencia del hombre estelar es
libre y desprogramada. La explicación de la manera como se puede hacer esto,
está fuera del alcance de un intelecto programado. Solamente, a manera de orientación general,
podemos sugerir al lector que reflexione en la relación que existe entre lo
particular y lo general, y en el dicho popular que expresa que nada es verdad
ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira”. En efecto,
sólo al elevarse por encima de las múltiples caras de la verdad, puede
conocerse la verdad absoluta, que sintetiza en sí misma lo que es y lo que no
es, la verdad y la mentira, el bien y el mal, la ignorancia y la sabiduría, la
vida y la muerte.
Llamaremos también la atención sobre
los koanes que se emplean en el budismo Zen, como un ejemplo de lo que estamos
diciendo. El koan, es una especie de diálogo simbólico entre un maestro y sus
discípulos, el cual plantea un interrogante que no puede resolverse
intelectualmente, por estar más allá de la razón. Se tratar con esto de
destruir el pensamiento conceptual y trascenderlo, para llegar a la naturaleza
esencial y única de todas las cosas.
El hermetismo, dice que “todo es
mente” (la palabra mente, ha sido elegida para designar la energía única del
Universo, pero igualmente podría usarse otra, tal como espíritu) y que la
naturaleza del Universo es mental. De esta manera, la naturaleza profunda de
todo lo que existe estaría compuesta por energía mente. El átomo es mente; el
hombre es mente; Dios es mente.
Aquí reside el interés máximo del
filósofo hermético: en apoderarse del conocimiento de la esencia única de todas
las cosas, la cual, como está en todas partes, es la clave maestra de la
sabiduría.
La vida misma es contradictoria y
paradojal; nadie se explica, por ejemplo, que si existe un ser supremo haya
tanta injusticia en este mundo. A la luz de la sabiduría hermética se disipan
todas las contradicciones y se reconcilian las paradojas, llegándose además a
comprender la causa oculta de todas las cosas.
La verdad es la exageración de lo
simple, y para llegar a lo simple no se requiere de una gran sapiencia o
instrucción en las materias tradicionales. Eso sí, resulta indispensable tener
un grado mínimo de cultura, ya que de otro modo nuestra inteligencia carecería
de datos con los cuales trabajar para llegar finalmente a la síntesis, estado
en el cual el sujeto no necesita de una cultura, por lo menos en el sentido
acostumbrado.
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